jueves, 29 de octubre de 2009

Cruce de caminos


-Debemos de reconocer que nuestras vidas jamas se cruzarán de nuevo, y eso es triste; ¿no crees?


¿Y qué puedo decirte yo? ... Sólo se me ocurre cerrar los ojos, fuerte, bien fuerte, para no llorar.


Y luego, en sueños, puede que te diga "Lo creo, y lo es".

miércoles, 28 de octubre de 2009

Por mí

- Mira te voy a decir una cosa, cuando terminanos el cole me dio mucha pena, pero es que, lo que nunca te he dicho que lo que más pena me daba era por ti. Pero nunca te lo dije. Y sabia que no te volvería a ver.
Y entonces, yo, me quedé sin palabras.

lunes, 26 de octubre de 2009

La única manera

Imagínate, sólo trata de dar rienda suelta a tu imaginación, por un momento, durante cinco minutos, sé capaz de pensar en lo más trágico, en lo más duro que pudiera a mí sucederme. En lo más injusto. Y céntrate. Piensa, por un instante, en algún estúpido accidente que pudiera arrebatarme la conciencia, el sentido, (todos mis sentidos). Y que tardara en volver a abrir los ojos, en volver a abrir la boca, abrir las manos y estirar los pies y mi cuerpo por completo. Imagíname en alguna habitación blanca, abrigada con sábanas blancas, rodeada de paredes blancas y puertas blancas, con asistentes de bata blanca y zapatillas blancas. Imagíname al borde de la muerte, al borde de desaparecer para siempre. Imagina esto y di si, de tan solo trasladarlo a tu campo imaginativo, te da pena. Si así es, imagínalo una segunda vez. Y después, ínmediatamente después, piensa: ¿Vale la pena que te hayas querido comportar así? ¿Vale la pena que no hayas querido quererme como lo hace un buen amigo?

Yo, lo pienso, y se me entristecen los ojos. Y pienso que en absoluto vale la pena. Y creo que tu pensarías lo mismo si leyeras este drama, si pudieras crearlo en tu cabeza. Recreate en esa imagen, en esta situación. Con mis párpados y mis labios sellados. Con mis pestañas secas y mi pelo intacto. Imaginame con un 4% de vida y con las manos vacías de esperanza. Imagínalo y di en voz alta que la vida es demasiado corta como para haberme querido perder de este modo y ni siquiera intentar ser más consciente, más sensato contigo y conmigo al mismo tiempo.

Es de la única manera, creo yo, que volverías a mi vida. Creo que sólo volverías a buscarme, a encontrarme, a verme, a hablarme, a escucharme y a abrazarme si algo malo me sucediera. Y eso si que me da pena. Mucha más pena que cualquier otra recreación que pudiera venírseme a la cabeza en este momento.

La única manera con la que tratarías de intentar quererme de nuevo. Y me pedirías perdón, seguro. O al menos eso sí forma parte de mi propia secuenciación de hechos.

De todas formas, para qué tratar de sensibilizar tu piel, tus ojos o tu mente, si yo nunca he tenido tus llaves, y nunca me has mostrado el camino para llegar más allá. Hay personas, como yo, que dejan de tener miedo, que tratan cualquier asunto del corazón, y hay personas como tú, que se cierran en banda a la mínima señal de cariño. Pues bien, personas como tú y como yo no se deberían encontrar nunca en la encrucijada de los caminos. Porque las personas como yo sufren por personas como tú, y eso también es penoso.

Yo, a partir de ahora, trataré de quitarle la pena de no contar contigo a mi vida. Seguro que algún día deja de ser pena, y pasa a ser tranquilidad.

domingo, 25 de octubre de 2009

Ocho años, ocho años es mucho.

Después de ocho años sin vernos, nos vemos. Con prisas, pero al fin tú puedes y yo quiero. Como nunca. Con ganas y con miedo, también. El típico miedo estúpido de: ¿Le pareceré guapa? ¿Qué pensará de mí al verme? ¿Le parecerán bonitas mis sonrisas? ¿Podré abrazarle tanto como quiera? ¿Se quedará más tiempo?...
Después de ocho años sin vernos, acabamos viéndonos. Entre dos coches y con el tuyo como testigo. Con la noche puesta y las estrellas apuntando hacia abajo. Con mi bufanda entre mis manos para suavizar mis nervios y con tu sonrisa delante de mis ojos, en mis ojos. Después de tanto tiempo sólo acierto a sonreir, a querer verte sonreir y que no dejes de hablarme. Que rías, que rías como nunca, y que nos tiremos horas hablando de cómo era nuestro colegio, de las excursiones, del por qué de tanta felicidad.
Y ahora, que ha pasado casi un año desde ese momento navideño en que volvimos a reencontrarnos, ya, de adultos, hablamos de lo que fuimos capaces de hacer entre esos dos coches, de nuestros límites, de lo valiente que eres tú y de lo valiente que puedo llegar a ser yo. De que te hubiera comido a besos si la situación hubiera sido diferente. De que me conformé con un intenso y fuerte abrazo, como bien defines tú. No podía hacer otra cosa. Al menos, no podía dejar pasar esos sesenta minutos sin sentirte más cerca de como se siente a alguien al estrecharle entre sus brazos.
Después te perdiste rumbo recto entre las calles de la ciudad, en esa noche que no me pareció tan fría estando tú delante. Ante mi figura. "Ya no es un niño", pensé. "Dios, ya no es él. Es distinto, tan distinto".
Y es que fue importante para mí ver tu rostro, tus facciones, tus brazos, tu cuerpo entero después de tantos años sin cruzarnos. Fue importante, e impactante.
Quise besarte, y no lo niego.
Quise haberte tenido un rato más, y no lo tuve.

Tiempo sin ti

Quiero no gastar mi tiempo en inutilidades. Quiero una doble ventana a tus recuerdos.
Quiero opacidad entre tu existencia y la mía. Más. Aún más. (si existe)
Y que se me cierren los diccionarios, que se me escapen las palabras (las que van hacia ti, claro) y se pierdan al intentar regresar en el camino de cada mañana.
Quiero sentirme descansada. Quiero que no me pesen los recuerdos y menos el olvido, pero hasta eso me embarga dudas. Y tampoco las quiero.
Quiero que un día tu conciencia, además, te diga cuánto te has equivocado. No hará falta que vuelvas porque para entonces, (y habrá pasa demasiado tiempo, lo sé), yo estaré mejor. Mejor sin ti. Con tiempo para mí, para mis sonrisas, para mis felicidades.

sábado, 24 de octubre de 2009

Echar, o no echar de menos

No puedo echarte de menos sin quererte, pero lo que no puedo es permitirme tanto daño por la mera incapacidad que tuve y aún tengo de no dejarte en la calle del olvido. No he sabido, ni sé. Pero sabré. De eso estoy segura. Aunque no dure mucho tiempo, aunque podamos volver a encontrarnos dentro de seis años más, aunque el día de mañana el hombre de mi vida tenga un hermano que se llame como tu o aunque...mil cosas más.
Tampoco puedo echarte de menos sin pensar en todo lo que he pasado por ti. Seria mentirnos a los dos. Igual que no olvido la vida de tus ojos y el tacto de tus manos, no olvido tus palabras más frías y tu indiferencia a mi voz. Es algo que no podría explicar mejor que con una de mis miradas. Las típicas de decepción, de la pérdida del sabor que te produce saber que dispones de una amistad que vale mucho y te hace ser más feliz que de costumbre. Así me pasó contigo. Nos perdimos, y aunque no supiste verlo (ni lo verás nunca, lo sé) tú también pusiste mucha de tu parte en conseguirlo.
No puedo no echarte en falta sin pensar que tal vez me crucé en tu camino de la peor de las maneras, de MANERA EQUIVOCADA que es como se fastidian las cosas. Sí, he oído mil veces eso de que de los errores se aprenden, y algunas veces hasta es verdad y el darnos una buena bofetada contra cualquier obstáculo que no preveíamos, nos sienta bien. Pero que esa misma bofetada, además de pegártela la vida, te la pegue el chico que te gustaba a los trece años, es más que cualquier golpe físico en la piel. Es un golpe maestro. Es un arañazo en las carnes más vivas y las pieles más suaves. Es un desgarro en las cuerdas de nuestros cuerpos y una desazón con pena en cada nudo de nuestros huesos, que a veces nos impiden andar hacia el pasado por el simple hecho de no querer recordarlo (aún) más.
No puedo dejar que te eche de menos cuando por sí solo, el dolor se quiere posicionar con el intercambio de alegrías y afecto en una balanza oxidada. Yo nunca quise medir tu cariño, o tus buenas acciones, o tus palabras, y mucho menos, (muchísimo menos), el daño recibido por ti. Pero no he sabido hacerlo de otra manera, no he sabido espantar ni mis miedos, ni mis pensamientos más realistas, ni esta triste desnudez puesta exclusivamente ante tus ojos.
No puedo echarte de menos de momento, pero tampoco puedo arrepentirme de querer conseguirlo. Porque sé que me daría vida hacerlo.
Y no lo siento. Porque ya, serían demasiadas cosas por sentir.

viernes, 23 de octubre de 2009

Dejarlas marchar


Me molesta repetirme, sobre todo si es la frase mágica de "Estoy cansada de tener palabras para ti". Aburriría hasta a un niño de decirle siempre los mismos sustantivos y los mismos verbos.

Podría, o más bien, debería quedarme sin ellas. Y en vistas de que no se me da bien coser, viviré con la boca abierta, para dejarlas marchar. A ellas. A tus palabras, porque yo no las quiero, porque no quiero que sean mías.

Ya no.

jueves, 22 de octubre de 2009

Discernir

Ella pensaba que en alguna ocasión había hecho el amor en un hotel de estación barato, y que en otras, lo había hecho en mitad de un descampado atestiguada por perros de raza desconocida. Entre tanto, iba viviendo. Descubrió que eran amores-amantes o lo que es peor, en esas otras ocasiones, pequeños hierros a los que aferrarse ardientemente, sin contar cuántos pasos podría dar más al mismo compás y ritmo que esa otra persona que sí se estaba enamorando de ella.
Después de un tiempo, dejó de contar los te quieros, los nos volveremos a ver pronto, los te necesito y los te amo. Mucha palabrarería para tan poco sentido, en esas ocasiones. En otras, dejó el alma, el pecho, la garganta, los brazos, los bolsillos, la vergüenza, el miedo y apostó mucho. En varias ocasiones creyó aquello, para que, luego, fuera consciente que nunca hizo el amor en esos lares, simplemente folló.
Folló en una cama de dos metros en una habitación con goteras y un aire acondicionado algo estropeado. Folló, también, en un coche de diez años de antigüedad, que había cogido prestado su acompañante. O quizá ella hizo el amor unas veces y en otras se lo hicieron a ella. Pero ya no quiere saberlo. No le interesa hablar de amores pasados como aquellos, si es que puede catalogarlos así, y ahora.
Después de tantas cicatrices, tiritas de parafarmarcia y betadine de farmacias de guardia (caras, por cierto), después de las heridas del (des)amor; se encarga de abrir los ojos para ser quien siempre quería ser. Para no depender. Para ser todo lo feliz que puede ser sin ataduras, sin te quieros, pero también sin líos en la cabeza, sin arrepentimientos, sin meteduras de pata, sin historias para salir del paso, sin desgarros al cuarto contacto. Sin mentiras, al fin y al cabo. Porque eso es lo que a ella le gusta, vivir sin mentiras, vivir sin pensar si eso que esa boca le estará diciendo, pesa más en la balanza de la certeza, o no.
Le hubiera gustado tener así de abiertos los ojos hace ya varios años, pero no supo, o lo que es peor, no quiso. De todas formas, no cree que esos errores sean tan grandes, sobre todo si a partir de esos errores descubre que sentirse amada, una vez al año, no está tan mal.

lunes, 19 de octubre de 2009

Penurias

Nunca me dijiste que me echabas de menos (tal vez porque así era), tampoco me has repondido nunca a la pregunta estrella de por qué no te despediste de mí cuando tenía catorce años y me trasladé de ciudad. Tampoco me has aclarado al cien por cien por qué te parezco (o a estas alturas, parecía)especial, lo único que oí de tus labios era algo así como: "Eres especial porque eres la única chica que me habla a pesar de que los dos estemos enfadados". En realidad, creo que eso no es ser especial, es ser gilipoyas, o inferior, o mil cosas que son mucho peor que todo eso. Un remix de penurias. Qué se yo.

Sólo sé que bajé muchos escalones para estar bajo tus pies, al fin y al cabo, y para que tú me tuvieras en tus manos, meciéndome, realizando un vaivén en el que a cada segundo, me sentía más dolida.


Sólo en algunas ocasiones me he sentido bien contigo, como aquella vez en que me escribiste que despues de saber lo que era verme, no aguantarías mucho tiempo sin hacerlo. OJALÁ HUBIERA SIDO CIERTO, OJALÁ NO TE HUBIERA CREIDO.


En fin, sólo sé que después de un día duro de trabajo en el que el destino ha querido que tuviera que escribir tu nombre, la fecha de tu nacimiento y tu apellido por triplicado en diversos papeles de matriculaciones a exámenes diversos, es imposible que no me acuerde ni de ti, ni del daño que me has hecho. Es imposible que tu nombre pase inadvertido para mí, y eso que un día pensé que no era demasiado corriente. Pero el tiempo me la está jugando bien. Cada vez apareces más, y ya no sé que hacer para borrate, quizá haciendo desaparecer todas estas letras que no hacen más que trasladarme al subsuelo, al mar, a aquel sitio en el que ni siquiera me divisas, porque tú te quedas arriba, con todo el oxígeno (el tuyo y el mío) y yo me rebajo, más, más y más. Y tampoco te planteas (por remota que parezca la idea) salvarme, venir hacia mí y decirme que no vuelva a ser tan estúpida, que no me volverás a dañar tanto, que reconocerás lo que pueda suceder de ahora en adelante. Pero no.


Al final yo me quedo con el mar, con menos oxígeno del necesario y con pinzas blancas estrechando, cada vez más, las arterias que hasta mi corazón van. Tú, tú te quedas con...¿qué se yo? Te quedas con la ciudad que en su tiempo fue nuestra, de los dos. Ahora sólo te pertenece a ti. Allí quedó el respiro de mi infancia y las últimas huellas, las últimas risas de mi adolescencia. Ahora tú te quedas con eso y también con una pareja que puede llegar a hacerte feliz, no sé. Eso es lo que tú querías, ¿no? Tu le querías a ella, y tal vez algo más. Supongo que a mí también me querías, pero sólo para hacerte sentir bien, especial, como todos. Pero he llegado a un punto en el que si doy todo de mi para hacer sentir especial a gente como tú que no devuelve nada, que no da siquiera la moneda del valor mínimo, a cambio, yo me quedo vacía, y no puede ser. Ya te dije una tarde, hace muchos muchos meses, que todo no se podía tener. Y ahora he descubierto que yo no estoy en ese saquito de cosas de las cuales dispones y forman parte de tu vida. Yo sé donde estoy, lo sé. Me he quedado a fuera, dando pequeños saltitos en la periferia de tus caminos.


No puede ser que la apatía se adueñe de mi vida sólo porque dejo que tú infrinjas en mi corazón como dejé que hicieras (sin darte cuenta). No puedo intentar conservar el calor y el cariño que por ti empezó a nacer en este cuarto, en estos brazos y en estos ojos.

Mi manos están algo frías (será cosa del tiempo, de la amenaza del otoño), y mi corazón, un poco, también. Creo que ya no le abro las puertas como antes, creo que se ha autocomprado, con el dinero que me roba por las noches; cerrojos que ni siquiera yo sé abrir.


Tú nunca me quisiste, tampoco me apreciaste lo suficiente como para ser menos idiota.

Yo te quise hasta con las dos de mis pupilas y la sonrisa de mis labios.

Pero ya no queda nada.


domingo, 18 de octubre de 2009

Mi punto débil

Mis puntos débiles se resumen en la tercera sesión de cine de un sábado otoñal, que ya pinta de noche, que ya la luna se anticipa, que ya los abrigos abrigan cuerpos fríos. En ese punto débil (re)caigo y te escribo. Sólo me basta un mensaje de más de 160 caracteres que no quiero abreviar para que tú lo leas con total claridad, y sientas querer contestarme. Pero no. No miro durante cientoveinte minutos la pantalla de mi teléfono, pero sí después, con la asquerosa esperanza de que tú me contestes con tus típicas frases, con tus típicas contestaciones, vamos. Pero no.

Entonces ahí es cuando me digo que no volveré a escribirte. Que ya no me hará falta que te acuerdes de mí una vez al mes. Que no sé por qué (te) escribo esto y por qué aún me visitan las dudas de si enviartelo, o de no hacértelo llegar nunca.

Harta estoy de mis puntos débiles y de dar más de lo que debiera dar. De escribir más de lo que cualquiera que me conozca un mínimo me aconsejara. Pero si no me entiendo en esos puntos débiles, cómo entenderme mientras escribo esto.

Te dejo, a modo de resumen, la imagen que ven MIS OJOS antes de dormir, en días de lluvias. En domingos más o menos tristes.

¿Te acuerdas?

¿Te acuerdas de la primera vez que escuchamos nuestras voces por teléfono? Era una nochevieja, hace mucho, hace bastantes años. Me acuerdo que una de las primeras cosas que te dije fue: "¡Si tienes voz de hombre!" Exclamada. Sorprendida. Como si no hubiera pasado el tiempo, pero había pasado.

¿Te acuerdas de aquel mensaje de texto que me enviaste cuando yo te dije que estaba en un recinto de un concierto de Chenoa hace seis años? Me contestaste y me acuerdo casi perfectamente de todo lo que en él me pusiste (fíjate hasta que punto fuiste importante para mí, después de varios meses de distanciamiento y ausencias mutuas).

¿Te acuerdas de la vez en que te dije (hace apenas unos meses) que cuando teníamos trece años llevábamos las mismas deportivas? Tú para jugar a fútbol, chutar y meter goles. Yo para jugar al baloncesto, saltar y correr. Me acuerdo de esas zapatillas a la perfección. Y las conservo, porque a mi madre aún le valen y cada vez que se las ponen viene a mi mente de manera directa y sin entretenimiento alguno, la cara de aquel chico moreno y guapo. Tú. Supongo que tardaré en no recordarte cuando vea esas zapatillas.

¿Te acuerdas de la despedida en la estación el uno de noviembre del año pasado? Yo sí. Me acuerdo casi segundo a segundo. Me pareció vivir un corto. Un corto donde no hacía falta hablar ni explicar nada para saber que mi estómago estaba únicamente compuesto de nervios, de ganas, del deseo de abrazarte y no soltarte.

¿Te acuerdas del momento en que en aquella clase giré el cuello, me volví hacia tu mirada, y te dije que me mudaba de ciudad? Lo pienso y creo que en ningún momento aquello te asustó.

¿Te acuerdas que siempre tuve tiempo para ti, por ti?

Después de todo, supongo que no. Supongo que no te acuerdas de nada de esto porque para ti nunca fue más que parte de la normalidad de dos vidas, normales, también. Pero para mi tú nunca fuiste normal. Y creo que yo tampoco debo ser demasiado normal cuando, aún después de tres meses sin sabernos, sigo escribiendo(te).

Quiero encontrar inspiración en otro ser, y tú no me dejas.

18 de octubre

Hay ciertas fechas que no se te olvidan nunca, por mucho que desees lo contrario, por muchos más años que pasen desde aquel día, o por muchos otros recuerdos que puedan ir amontonándose en la caja de nuestra memoria.
Hoy, hace siete años que cambié de ciudad, de aire, de casa, de habitación, de piel, de ojos, de amistades, de estados de ánimo, de ilusiones y de sueños. Hace siete años, mi vida era un caos, un tremendo laberinto donde lo único que sabía hacer bien era estudiar, hacer comida para una cada mediodía, escribir y llorar en silencio. Me especialicé en no hacer ruido antes de intentar dormirme, a pesar de dejar la puerta abierta sin querer. Esperé cosas que llegaron y las que no, nunca más acabaron volviendo a mí. Pensé que lo nuevo (y bonito) que podía llegar a mi vida,podría quedarse un tiempo, pero pronto me di cuenta que eran simples reflejos, segundos que sólo eran eso, segundos.
Es sencillo dar un abrazo o una palmada en la espalda, o decir "Entiendo por lo que estás pasando", cuando en realidad esa persona no tiene ni puta idea de lo que es eso que tú estás viviendo. No, no tiene ni puta idea de lo que significa para ti guardar catorce años de tu vida en cajas de cartón y enterrar una felicidad entre paredes que no volverás a ver, a adornar y a pintar con una sonrisa en tu rostro.
Me quitaron mi ventanal, mis días felices, las sonrisas de las personas que me vieron crecer.
Ahora, ahora lo pienso y creo que nunca he sido tan infeliz. Ahora las cosas han cambiado, y mucho. Poco a poco, progresivamente. De hecho a mi nunca me gustaron los cambios rápidos. Y de esa manera, paulatinamente, me fui sintiendo mejor, mejor con el mundo, con el resto de personas que llamaban a mis puertas, con nombres nuevos, rostros nuevos, y porciones de cariño que no siempre supe recibir, ni ver.
Ahora creo que la mitad de las cosas que allí se quedaron, no significan lo mismo para mí. Me quedo con el recuerdo y con la felicidad que vivi en sitios diversos, con las personas que aún siguen formando parte de mi vida y no dejaron que les afectara un cambio así en mi vida. Me quedo con eso, pero también con el presente y con el futuro, que sé que irá modificándose a golpe de pasos y saltos. A través de cambios de todo tipo, por mucho que a mi me pueda llegar a pesar.
Aún así, cada cambio te hace más fuerte, más independiente, más creativa, más tú. Y eso es lo que importa. Te forjas un escudo que sabes cuándo y con quién utilizar. Te forjas unas paredes y una vida " a tu medida". Conoces a qué saben tus lágrimas y dónde termina su camino. Conoces hasta dónde puedes llegar, y cuáles son tus limitaciones después de experiencias de ese tipo donde reinan la rabia y la tristeza azul.

viernes, 16 de octubre de 2009

Palabras banales

Cuántos días desde aquel final de julio he esperando que volvieras con palabras similares a:

"Laura, me gustaría saber de ti. Necesito que volvamos a ser quienes éramos. Deja que te llame algún día".

O...

"He estado un poco ciego y lo reconozco. Reconozco que fastidié y tiré por la borda el 80% de esta relación que nos hacía sentir bien a ambos."

o...

"Joder, Laura, no sé qué es lo que hacemos mal pero sé que no me cansaría de intentar seguir siendo quien he sido para ti siempre. Pero sí quiero recuperarte, y que tú quieras recuperarme, también. No quiero que pase más tiempo sin estar seguro de si el día de mañana tú vas a ser feliz, si vas a dar con el tío adecuado o si tú escucharás mis lamentaciones, que seguramente tendré y eres quien más y mejor podría escucharme. Yo, mientras, te prometería una sana mirada hacia tus ojos, que a veces se pintan de verde, y cuando así es, te miro y te veo preciosa. Regresa a mi vida."


Y cuántas gilipolleces puedo llegar a escribir(me) con la vana ilusión de que JAMÁS saldrán de tu boca palabras como estas. Que tu nunca cederías, ni darías tu brazo a torcer ni vivirías un día entero sin ir con tu orgullo de la mano. Solo espero que ese orgullo no te reconcoma más, y no provoque que otras mujeres como yo, sean tan inútiles de pasarse noches escribiendo cosas como estas.

Papel secundario

Vuelvo a lo de siempre. A soñarte de vez en cuando con tu mejor sonrisa, con tus mejores ojos. No debería hacerlo (ya lo sé, estoy cansada de saber cosas como estas), no debería ser imposible controlar el subconsciente en épocas como ésta...
...En la que tú no me estarás recordando,
...en la que tú no me estarás soñando y
en la que tú no me estarás echando de menos.
No merezco verte tan tan y tan feliz rodeado de mujeres que no son yo en mis sueños. Eso no es justo. No es justo que yo aparezca, (y si lo hago) con un papel que ni siquiera roza el secundario. Dime qué hice mal para ser una simple espectadora con sentimientos demás en los anclajes de mi corazón.
De todas formas, voy a seguir hacia adelante. No puedo dejar que esos sueños y tu permanente ausencia (ya no tan desquiciante, deberías saberlo) me obligue a dañarme aún más. Es un buen reto proponerme sobrevivir sin ti.
No puedo, tampoco, permitirme más sueños contigo porque no me gusta tenerlos. Y quiero desprenderme de todo lo que a ti me recuerde, es la única manera de salvarme del todo. De quitarme los miedos y no cegarme ante cualquier luz (incluida la que desprende el blanco de tus dientes y el blanco de tus ojos).

martes, 13 de octubre de 2009

Me falta saber a qué huelen tus manos, cuál es tu perfume preferido y qué es lo primero que haces a la salida del trabajo. Cuál es tu día preferido, qué tipo de frutos secos te gustan más y con qué actor internacional te ríes más. Me falta saber qué es lo que esperas de alguien como yo y qué es lo que más feliz puede hacerte en esta vida. Y tampoco sé qué tacto tiene la piel de tu tripa temblando de frío, o tus manos ardiendo sobre los muslos internos de mujer. Me falta saber cosas que igual no debería saber de ti, pero simplemente se me ocurrió hace cinco minutos.
Yo sólo puedo decirte que mi piel huele a leche y mi habitación sabe a luna de martes. Mis pies piden cama y mis brazos sábanas frías. Y para colmo, me digo qué tonta soy queriendo esperar otro de tus mensajes. Otro como el de ayer:
Alguien ha debido de coger tu celular y ha osado a darme un toque sin saber que hasta diciembre no debería. Besito.
Cómo ves...no sé qué interpretar con tus palabras. Sin embargo, te confieso (y no sé si erro al hacerlo) que tardé en dejar de sonreír seis minutos desde la lectura de ese mensaje. Y, cómo puedes imaginar, osaría a hacer muchas cosas más. Pero no es el momento, y tal vez tú no seas la persona indicada.
Prometo que no apareceré hasta el mes más triste del año, hasta que las luces de nuestras ciudades aparenten ser eternas.

Acércate a mis manos...


...pero no llegues tarde....
Te regalaré la caricia más cálida, la más tierna. Para que nunca me retes.

lunes, 12 de octubre de 2009

Me acordé de ti


Ayer vi esto, y tuve que hacerle una fotografía. Me acordé de ti. Quizá porque intuyo que a ti la vida te parece muy bonita y sabes aprovecharla al máximo. Quizá porque alguna vez nos hemos intercambiado algunas palabras en francés. Quizá porque apareces y te vas. Quizá porque esperé que podría hacertela llegar algún día, y que te gustara.
Porque igual un día me decido a enviartela, aunque no pueda ver tus ojos al mirarla. Aunque no pueda verte.

Mis domingos

Si te pudiera contar y tú pudieras escucharme. Si tuvieras curiosidad y me preguntaras, yo te diría que destino mis domingos a leer un amplio conjunto de dominicales. Siempre lo mismo: la búsqueda de los escritores que más me gustan. En este caso, una temática de amor. De miedo, tristeza y despedidas. Si te pudiera decir, te diría que los domingos de sol enternecen la piel y el alma. Se vuelven menos grandes las sombras (a pesar de lo que a ti tanto te gustan, que lo sé). Aún así, también te diría que después de comer suelo tener frío y que me gusta tomar un vaso de zumo de naranja cuando llego por las noches, bastante tarde, después de estar horas y horas bailando. Entre semana mantengo una luche firme y constante con la alarma de mi teléfono. No nos llevamos bien, por eso quizá yo lo tenga olvidado el 80% del tiempo de todos mis meses, de todos mis años. También sonrío a cada niño y a cada niña que se cruza con mis pasos y mantengo la sonrisa intacta si el día me parece bonito. Me paro ante los escaparates de tiendas de fulares y de librerías y papelerías. Son mi perdición, supongo.
Pero hoy pensaba en escribirte que sí me gustaría buscar, para ti, o para los dos, quien sabe, un restaurante pequeño y acogedor en esta ciudad. Caminaría contigo por las calles empedradas, pequeñas, que forman esta especie de pueblo en la que no puedes perderte físicamente, pero quizá sí mentalmente. Muy posiblemente nos encontraríamos levitando si todo dependiera de mi mente y mi ilusión. Muy posiblemente en aquella, mi mente, nos estaríamos dando la mano y te preguntaría qué tipo de dulce te gusta a ti. Buscaría con la mirada alguna pastelería abierta y sino, te preguntaría qué es lo que realmente te apetece.
Pero ahora me mantengo en la firme y propia sentencia de no hablarte, o no hablarte demasiado, sólo para mirarte con distancia, y pensarte menos. Puede que no entiendas nada, pero tampoco hay mucho que explicar.
Si tuviera que resumirte todas estas palabras, es que sería probable que si pudiera, te reservaría más de algún domingo de mi vida. Y si fueran domingos de invierno, mejor.
Mucho mejor.

domingo, 11 de octubre de 2009

Octubres

Octubre no es el mes más triste del año. Octubre es el segundo mes más triste, o más raro del año, en lo que a mí respecta. Por experiencia. En un octubre de mi vida, se quebraron muchas cosas, se cerraron capítulos, se finiquitaron despedidas, se firmaron papeles, se vendieron casas, se compraron billetes, se llenaron maletas y se vaciaron los ojos. Mis ojos. Nunca fui tan infeliz.
En otro octubre de mi vida, comencé una etapa de transición que no terminaría siéndolo hasta que otra persona tuviera que decir, también, "adiós".
En otro octubre me rompieron el corazón, de la manera más cruel en que se puede romper un corazón. Mis venas se resintieron, los insignificantes destellos que aún le daban luz parpadeante a mi corazón, también se fundieron.Pasé de ver poco, a verlo todo negro.
En otro octubre me visitó la soledad de la manera más profunda, más acuchillante, más amenazante. No quise ser nadie.
Pero, este octubre, tiene que ser, (y es) diferente. Con noches como ayer, en que lo más importante es sentirse querida por brazos de personas que siempre están ahí, con ojos que te sonríen de la manera más certera, con la paciencia compartida porque ese camarero nuevo no te sirve lo que demandas y lo que de verdad te apetece (y aún así te ríes y te repartes veinte patatas entre cuatro, y después descubres que sólo llevaban ketchup), con la risa contagiosa, con estatuas que tienen historia, con un tour de parques y plazas que te presentan un espectáculo donde gana quien mejor sepa mover con locura las caderas y aquella parte donde la espalda pierde su nombre, con un cargado y dulce mojito en la boca y con conversaciones que te hacen olvidar cosas como que en muchos octubres fuiste la chica más triste de tu edificio, de tu ciudad y comunidad. Y olvidas que este octubre podría ser peor pero no. Olvidas, también, que él no aparecerá pero tampoco te hace falta, de momento. Olvidas parte de las dificultades de la vida, porque por una vez, sabes que estás bebiendo no con el objetivo de ahogar las penas. Tus penas.
Y te pones a pensar, y piensas, de hecho, que se puede sobrevivir de muchas maneras distintas, y que no es urgente buscarlas ahora mismo
Y, al final, olvidas todo eso y te pones a bailar.

sábado, 10 de octubre de 2009

Te puedo enseñar el camino hacia mis lunares, mostrarte la autovía hacia mis rizos y regalarte el peaje a mi vida. Te puedo diseñar el camino más corto y caminar contigo el más largo hasta mi cintura. Te puedo ofrecer un atajo a mi corazón si de verdad quieres llegar, aparcarte en un sitio pequeño y quedarte. O simplemente parar. Para marcharte después.
Te puedo enseñar la cantidad de risas que caben en un minuto de mi vida y mirar por el reloj cuánto te dura a ti un café caliente en tu laringe y entre tus manos. Te puedo comprar una taza de café que lleve el tacto de mi piel y que la lleves contigo siempre; o te puedo comprar un pañuelo que lleve mi aroma y me sientas más cerca.
Te puedo pintar un cuadro pequeño, con un sol bien grande y unas nubes claras, de algodón, muy muy blancas. No tapando el sol. No oscureciendo el día.
Te puedo acercar a la playa y quedarme contigo respirando la última brisa del otoño. Te puedo pedir un día de tu vida, o sólo la décima parte de tu invierno para sentirte, yo, ahora, mucho más cerca. Te puedo pedir tu firma en un papel y comprobar años más tardes que has estado, que ha sido real, que tú eres real. Te puedo pedir, también, una caricia de tu barba para resguardarla en mi memoria y que no se marche nunca. Te puedo robar tu mejor retrato, o tu mejor perfil (depende de la posición) sobre las rocas que duermen con el Mediterráneo, mientras mis ojos te buscan y los tuyos detectan la belleza del mar.
Te puedo escribir mil cosas como éstas y aparecerán otras personas que sin escribir nada, se llevarán por entero tu corazón, tu boca, tus ojos, tus oídos, tus manos y tus piernas. Te podría escribir mil palabras más como estas, y no lograría enternecerte, tocarte, profundizar en ti. Podría incluso entenderte en los momentos en que más descolocada me dejas, con tus cambios de humor. Podría tener fuerzas para hacer que me extrañaras no sólo porque te hago sentir bien, sino porque en algún momento puedes acordarte de mí, de mi nombre y del brillo de mis ojos cuando camines por una librería, cuando pises la arena de una playa y sientas el calor sobre otras rocas de otras playas frente a otro mar. Podría hacer todo esto, conseguir todo esto, si hubiéramos coincidido más que una sola vez en nuestras vidas.
Podría haber entrado en una antigua librería sin tu mano para haberla ocupado con algún libro con el que, posiblemente, no acertaría, pero yo estaría contenta. Me conformaría con depositar algo de mí en tu vida. Con eso basta, a veces.
No soy demasiado ambiciosa, no lo quiero todo, no quiero tu mirada penetrante y fija durante diez minutos seguidos. Sólo me vale una sonrisa para convertirla en eterna en mi cabeza. Sólo me valdría un abrazo cálido en tardes como éstas.
Un abrazo tuyo, claro, para comprobar a qué sabe, a cómo sienta.

viernes, 9 de octubre de 2009

Nunca tuvimos los ojos tan juntos


Todo ha acabado, o, al menos, todo debería haber acabado ya. Con tu actitud y con mi(s) llamada(s) y con mis palabras. Pero soy experta en esto de seguir pensándote a pesar de no querer saber de ti. Soy buena en esto de hacerme daño y dejar que tú me lo hagas sin ni siquiera aparecer. Me debo tantas cosas... me debo olvidarte, me debo (no) perdonarte, me debo no buscarte, no quererte... Como puedes comprobar, me debo demasiadas cosas y no sé por donde empezar, no sé cómo dejar de mirarte en las fotos y cómo tratar de romper todas las palabras que me dedicaste sin saberlo. Es evidente, (demasiado) que no puedo aprender a olvidarme de ti si en noches como éstas, enciendo este estúpido ordenador que me ofrece carpetas con tus fotos, con tu rostro, y es entonces, que me pierdo entre recuerdos, y me quedo con el más bonito. Y es que nunca tuvimos los ojos tan juntos.


Es importante decir que esto quedó escrito, y por consiguiente, guardado, en la memoria del ordenador que me acompañó en verano. Es importante saber que aunque R leyera esto, nada cambiaría en él. Dudo que nuestra amistad le pareciera diferente y que acabara explicándome por qué en su día sí le parecí especial. Dudo que yo algún día llegue a creer que lo fui (si es que lo fui).

Certeza y coraje

Antes he caído en la tentación, o llamémosle vicio, o bautizémosle gilipollez; de pensar qué estarías haciendo. Se me han pasado varias cosas por la cabeza: has podido escaparte de puente con tu pareja, o habrás cenado hamburguesas en familia, o habrás cuidado de tu hermano pequeño, o habrás comido un bocadillo para hacer tiempo hasta las doce, que bajarás y te irás de fiesta con tus amigos. Antes he caído en la cuenta de que yo siempre quise que supieras todo cuanto yo viví. No fui egoísta, ni me cosí la boca por miedo a nada. Te dije todo cuanto yo quería que supieras, y más, incluso. Pero también he descubierto que no se puede ser tan y tan generosa con personas como tú. Y aunque trato de pensar que tú no tienes la culpa, algo de ella se sube a tu espalda. Pero tú nunca lo has visto así, y yo siempre te idealicé, hasta que terminé de abrir bien los ojos. Hasta que empecé a usar bien mis parpados. Hasta que el sol dejó de hacerme daño.
También he caído en la (ahora especifiquemos) infinita estupidez, de que puede que dentro de unos meses, o años, quien sabe; llegue a tus manos la historia que idée para los dos. El otro dia me atreví a volver a leerla. Puede que todo quede resumido en eso, en esa historia de ciento cuarenta páginas que probablemente no leerías, o sí. Bien sé que no mereces algo así, y que debería escribir de y sobre chicos que nunca he conocido, de bocas que nunca he besado y de manos a las que nunca me he agarrado. De brazos a los que nunca me he anudado y de piernas a las que nunca me he subido. De ombligos que nunca he besado y de ojos en los que nunca me he mirado. Y aquí me tienes, escribiendo a las once y veinticinco de la noche de un viernes largo, sobre alguien que me soltó, sobre alguien que nunca me regaló un poco más de cariño.
Y, después de todo, creo que también ha tenido que ver para escribir todo esto, el hecho de escuchar ese cd, de ese cantante que con doce años me volvía loca (a mí, y a la mitad de las jóvenes de aquella generación). Ahora, hacía mucho, mucho tiempo que no le escuchaba. Pero, por inercia o por casualidad, he escuchado su último disco, todas sus letras. Y mientras lo hacía, me he dado cuenta que casi todas ellas hablan de lo que a mí me gustaria que tu hubieses vivido, lo que tu hubieses sentido y sintieras, por haber contado algo en tu vida. A mi parecer, muchas hablan de ti y de mi, sin embargo, no puedo quitarme esta cancion de la cabeza. La escuchamos en tu coche aquel sabado de marzo. Puede que no haya vuelto a sonar en tu cuarto, puede que al oirla de nuevo ni siquiera te acuerdes de que yo la escuché contigo, pueden ser tantas cosas... y sólo puedo seguir aceptando que nunca me faltó coraje para abrirte mi mente y mi corazón y que puede que no encuentres nunca tanta verdad en otro ser.

Con todo el corazón, no (me) vale, o lo que es lo mismo, no es suficiente

Habrá personas que se declaran diciendo "Te quiero con todo el corazón", o "Te quiero con toda mi alma", aunque creo que yo ya no confío en esas palabras. A mí, me vendría mejor que alguien decidiera (porque así él mismo lo sintiera) decirme: "Yo te quiero con mis brazos, en mis venas, con mis ganas, con mis ojos, con mis manos, con las entrañas que se esconden por ti, con cada pestañeo de mis días, con la movilidad de mis dedos y las cosquillas de mis pies, te quiero con la lluvia, con el sol, en la intimidad y ante los ojos del mundo. Te quiero con lo que ves y con lo que no ves."
Supongo que eso de querer con todo el corazón no termina gustándome. Al fin y al cabo, el corazón está formado por mil trocitos, y cada uno de ellos, les pertenece a alguien. Por eso no quiero que me quieran con todo el corazón. Me basta con que me quieran siempre, y que sea observable, practicable, manifestado, con las partes del cuerpo de la otra persona, con las miradas, con la boca. Supongo que indagar en el corazón de alguien para saber si estoy ahí, es algo que a estas alturas, me cansa, me agota, y ya no me apetece.
No soy exploradora de nada, sólo de sensaciones infinitas y palabras escondidas entre las gotas de mis paredes.
Y si algún día se me antoja explorar los inexplicables sucesos del amor, avisaré, compraré una libreta, y saldré a enfrentarme a eso que ni siquiera hace dos años entendía.

jueves, 8 de octubre de 2009

A partes distintas

No me preguntes por qué, pero soy capaz de gastar al día cerca de diez minutos para intentar buscar a gente que no son tú. Nombres y apellidos que te rodean, porque conviven contigo, porque saben cómo va tu vida, y en qué medida eres feliz con esa chica por la que te volviste loco. No me preguntes por qué, pero he vuelto a ver tu sonrisa, de manera digital, una sonrisa grande, muy amplia, como casi todas las tuyas. Y cuando una se da cuenta que la fuente de esa felicidad no tiene nada que ver con las posibles palabras que ya no dejo en ninguna ventana blanca, con los posibles mensajes que ya no escribo de madrugada, con las posibles llamadas de fin de semana que dejan voz y canciones cuya explicación nunca entendiste o no quisiste entender...cuando eres consciente de todo eso, te quieres morir. Y más cuando sigues soñando con esa persona que tan mal te hace, sin ni siquiera aparecer en tu vida. Y no, ya no apareces, de ninguna de las maneras.
Pero hay una excepción, como en todas las reglas. Y los sueños son esa maldita excepción. Hace dos días que lo hice, que te llamaba en sueños. Hablabamos muchos minutos, y sonreíamos cada uno a cada lado del teléfono. También nos veíamos. Al poco rato, desperté. Sólo el reloj me salva de sueños más largos, más inolvidables, y más dañinos.
Aún asi tambien soy capaz de ponerme un par de medallas cuando lleve un mes sin soñarte. Esa podría ser una buena terapia. Lo único que yo no soy anónima. Aunque ahora sí, para ti, quiero decir. Anonima, invisible, inexistente... Pon tú el sinónimo que más se te adecue. A mi ya todos y ninguno me valen. He incidido en ser así tambien para ti, pero cuando alguien quiere de verdad a alguien cuando todavia tiene ganas y fuerzas, cuando le considera real y especial, entonces no se deja vencer. Insiste, agobia, lo ocupa todo y desquicia. Pero tú no has hecho nada de eso y aunque tampoco era lo que yo esperaba al cien por cien, sí sé que no esperaba esta decepción tan grande. Esta decepción que ha empañado parte de las cosas que yo creía haber visto en ti.
Lo triste es que creo que nunca te he llegado a conocer, después de poner mi reflejo en tu mano. Nunca nos descubrimos en partes iguales.
Nunca nos quisimos, deseamos, aguantamos en partes iguales.
Dios, si es que ni siquiera sé si en algun segundo de tu existencia me has querido.

Un día como ésos

Como el día en que me compraron mi primer top interior y posteriormente, mi primer sujetador. Como el primer diez en inglés e historia y el primer ocho en educación física. Como una madrugada rota por un regalo sorpresa de feria de mi hermano. Como las primeras castañas del otoño y el primer chocolate caliente del invierno. Como la careta de Bella de aquel año en la Plaza Mayor. Como el primer paseo en barca y la primera vez que vi un lago desierto. Como la primera vez que acabas un album con los cromos completos. Como los lunes a las doce y media de la tarde, donde un regalo nuevo me esperaba en la estantería más alta de mi cuarto: las golosinas que mi padre me compraba en el kiosco, esos cromos tan ansiados, o cualquier otra cosa que me robaba más de tres sonrisas por segundo. Como el día en que me regalaron el único pato de mi vida. Como el día en que me di cuenta que todavía quedaban muchos cursos por estudiar en el colegio. Como el día en que soplé ocho velas. Como el día en que me vestí de blanco y fui la más admirada de todas. Como el día en que hice una tarta una hora antes de asistir a una boda. Como aquellas manchas en la cocina y la alegría en la cara de mi hermano. Como el día en que se cayó mi primer diente de leche en una rebanada de bimbo. Como el día en que me hicieron dos tirabuzones en el pelo y me sentí diferente, más guapa en aquel espejo. Como el día en que me compré el peto azul y la camiseta blanca con lo que me sentía mucho más mayor. Como el día en que aprendí a desenredarme el pelo con paciencia y a hacerme coletas altas. Como el día en que me sentí hermana mayor de un primo pequeño que me daba su cariño y me esperaba a la puerta del colegio. Como el día en que cogía a un bebé por primera vez. Como el día en que cambiaron mi cuarto y pareció más grande, más espacioso. Como el día en que me quedé leyendo al sol, esperando a que mi madre saliera de un examen importante en un instituto y a su vez, éste, me parecía algo lejano, algo, quizá, que yo no viviría después.
Todos esos días fueron importantes para mí, mucho. Y todos quedan bien guardaditos en mi memoria. Y como todos esos días, como todos ellos, quiero ser igual de feliz. No hace falta que sea ahora, no quiero ser exigente. Sólo espero que relativamente pronto pueda escribir sobre algun día similar a este, en el que es imposible sentirte más feliz por el momento en que te encuentras viviendo, por lo que estás haciendo, o con quien lo estás haciendo.
Por volver a vivir otro día como ésos.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Desde tu ventana


Después de decirte que se te echa de menos tres días a la semana (de manera indirecta), después de decirte que prefiero dejar de hablarte por el bien de mí misma y que me has abierto los ojos, para intentar pensar en mí, y aprender a hacerlo, primero; tú no me respondes. Te pido, también, perdón, por aparecer. Y al mismo tiempo te pido que me des la fórmula mágica para dejar de escribirte, para no aparecer más, pero no lo haces. Entonces intento intuir que quizá quieras mis señales de vida, pero sólo lo intuyo y por poco tiempo porque no quiero equivocarme, no contigo, no ahora.

De todas formas, lees mis palabras, y apareces sin hacer caso a aquellas. Prefieres enviarme fotografias de tu entorno, de tus noches, de lo último que ven tus ojos antes de acostarte y dormirte. Y me parece bien. Al fin y al cabo, nadie puede resistirse a una buena fotografía. Pero últimamente se te nota diferente. Más distante, o más indiferente a ciertas cosas, o simplemente más impaciente referente a qué.

Te marchas, porque tal vez estés cansando y sólo me preguntas qué tal va todo. No te digo explícitamente que estoy bien pero supongo que tampoco debe importarte demasiado. Sólo "aciertas" a decirme, antes de irte, y después de dejarme esta linda fotografía en la memoria de mi ordenador, que "el amor consiste en mirar los dos al mismo lado y en el mismo sentido".

Y yo me quedo con un único pensamiento: "Esperemos que no comience a ser tan incomprensible como los demás".

Y yo vuelvo a decirme que no tengo que explicarme cada palabra, cada frase y que cuantas más tendrán esa foto antes sus ojos. Un regalo de martes que se agradece, y al que no tengo que dar mayor sentido, aunque venga acompañada de palabras certeras y bonitas.

Y sigamos con mi estupida promesa de no esperarte.

martes, 6 de octubre de 2009

Gasto de energía

¿Sabes? Hoy he ido vestida igual que el último día que nos abrazamos, igual que el último día que me fije en el color de las rayas de tu camiseta de manga larga y fina. Igual que el día en que nos quedamos mirando al semáforo, engañadonos, haciendonos creer que no intercambiabamos miradas. Claro, de distinto tipo. Tú te quedabas con mi sonrisa y yo con las ganas de tenerte un poco más, una hora más, como mínimo, frente mío. Hoy he ido vestida igual que ese último día, aunque con el collar de plata que me regaló mi madre cuando aún iba al colegio sobre mi cuello. Sólo ha cambiado eso, eso y el añadido de unos cuantos meses que han sido suficientes para que tenga motivos suficientes para escribirte esto. Bueno, de todas formas, quiero creer, aunque siguieramos teniendo contacto, te escribiria otro tipo de cosas diferentes a estas.
Intento que esto no me de pena, y que no me canse. Pero es inevitable. Hoy, y más que nunca, estoy cansada, agotada. Mejor dicho. No entiendo por qué tengo tan pocas fuerzas, por qué cosas como la simple tontería de ir vestida como aquel día gasta parte de mi energía y ocupa su no merecido espacio en mi mente, que ya está saturada de demasiadas cosas que, como no, desembocan en un malestar que no sé mejorar ni con tilas calientes.
Espero que la próxima vez no piense lo mismo, pero lo dudo. Para ciertas cosas tengo una memoria increible. Tú has sido participe de ello.
Pues bien, creo que hasta aquí hemos llegado. Ya está bien por hoy, por octubre, por mí.
Me faltó autoregalarme unas cadenas que ataran estas manos cuando comienzan a estar predispuestas a escribir(te). Y no sé si estoy a tiempo de comprarmelas en la tienda de toda la vida, o negarme a ello, negarme ante lo inevitable.
Y tú no puedes ayudarme.

lunes, 5 de octubre de 2009

Un giro de 180º

He pensado antes en cómo hubieras vivido todo esto tú, si hubiera sido al revés. Si a los trece años te hubieras fijado tú en mí, en la chica de los rizos eternos y la sonrisa permanente, y esa misma chica, esa misma niña, no te hubiera hecho caso nunca, no te hubiera reservado minuto y medio para mirarte de alguna manera especial, distinta a las miradas que se la lanzan a los amigos de toda la vida. He pensado en cómo podrías haber respondido tú ante mi indiferencia, ante mi pasividad...la misma que tú tuviste conmigo.
Dios, si es que con trece años yo era muy joven para sufrir por alguien como tú. Seguramente nunca lo has pensado, y mucho menos, entendido. Yo lo pienso y me dan ganas de escaparme a cualquier camino y empezar a recoger hojas secas para sentirme menos sola, y sentir este otoño más caliente.
Con trece años no pensaba que después de tu actitud nos volviéramos a encontrar, con nuestras letras, con mi cariño, con tantas cosas por contar. Pero he pensado que ojalá todo hubiera sido diferente. Que la situación no hubiera sido esta.
O que se de un día un giro de 180º y sientas algo, lo que sea, por mí. No hace falta que sea cariño, pero sí admiración, (aunque pequeña), o simplemente echarme de menos. Supongo que con eso me conformaría. Tú solías decir que es mejor echar de menos y verse que distanciarse para siempre. Ahora no sabría qué decirte. Ahora nos hemos distanciado y creo que es para siempre. Creo que no podremos retroceder, y mucho más, que no quiero hacerlo. Me he quedado con bonitos recuerdos y con tu última mirada. Me he quedado con tu último beso, tu último abrazo y tu mano diciéndome adiós desde la ventana de tu enorme coche. Creo que es eso con lo que quiero quedarme, aunque de guarnición siempre me queden restos de dolor, trapos de rencor malnacido y gramos de sangre desperdigados entre las paredes de mi corazón que dejó de entenderte, y sobre todo, de entenderme.
No sé como he podido llegar hasta aqui, hasta quererte de la manera más limpia, más buena y directa. Aunque nunca quisieras abrir los ojos para reconocerme y hacer uso de mi cariño. Y si lo hiciste, entonces fui yo quien no se dio cuenta.
Aun asi, vaciaria mi monedero azul para que una noche soñaras con un giro, con una vuelta. Con que tu me has querido y has sufrido al mismo tiempo. Con que has subido, bajado y gastado tiempo en entenderme, hablarme y tenerme más. Me gustaría que soñaras sintiendo tú, todo lo que yo sí sentí. Al despertar...no sé qué podría pasar por tu cabeza al despertar. Ni siquiera sé si tu eres ese tipo de personas que se olvidan de los sueños que tienen nada más levantarse.
Sin embargo, yo me di a conocer cada día, cada tarde y cada noche.
Yo podré decir que no siempre pueden darse giros de 180º, que no siempre las personas pueden entendernos, que el amor y el querer no vale nada a veces y nada lo puede siempre, y que las personas como tú se quedan en lo más hondo. Rascando heridas recién cicatrizadas, marcando con punzón cada letra de tu nombre, depositando el marrón oscuro de tus ojos en los milímetros de mis huesos.
Como ves...las personas que me duelen, tambien me inspiran. Y yo no sé que tipo de arte buscas tu en las mujeres. Yo no sé qué hice mal para que nunca me mirarás más alla de mis pupilas o me dieras un abrazo a tiempo.
No sé tantas cosas, que ahora, prefiero no buscar las respuestas. Y puede que me vuelva loca y necesite gritarle al mundo lo difícil que es vivir con un recuerdo como el tuyo, pero me quedaré sin voz, sin ese rencor malnacido y puede que entonces, y solo entonces, te olvide un poco más y piense en lo fácil que podrian ser las cosas si yo nunca me hubiera dedicado a quererte, a querer tenerte, y tu no te hubieras cruzado en mi camino.
Un giro de 180º.
Qué tonteria. Que estupidez.

Si pudiera pedirte

Si pudiera pedirte, te pediría durante cuatro horas. En cuatro horas nos daría tiempo a hablar de ti y de mí, del miedo, del amor, de lo que persigues, de lo que espero, de los sueños reales, de Madrid, de tu año, del mío, de los errores más garrafales, de las decisiones más acertadas. Seguro que así aprenderíamos el uno del otro un poco más. Aunque sólo fuera un poco.
Si pudiera pedirte, lo haría sin contemplaciones, sin dar gracias a nadie más que a ti, a tu reloj y a tus ojos. Desearía que no te remangaras para que no miraras las manecillas y dejaras de pensar a qué hora debes regresar, o si tienes que tomarte una cerveza con esa otra chica a la que también has encantado sin darte cuenta.
Si pudiera pedirte, te pediría durante una tarde. (Siempre me gustaron más las tardes). Daríamos ese paseo pronunciado y te regalaría risas que no olvidarías, o sí. Te dejaría el olor de mi colonia de mora en tus muñecas si pudiera cogerte las manos al principio o al final. Te dejaría el color avellana, miel, verde o marrón de mis ojos en tus ojos. Juntos se mezclarían. Aparecería el brillo y la tarde despidiéndose ante nuestros pies.
Si pudiera pedirte, te pediría durante, al menos, y como mínimo, cuatro horas. Pretendería hacer sitio para uno de mis recuerdos en tu vida durante esas cuatro horas. Te aportaría vida, y más que vida, en esos doscientos cuarenta segundos. Parece mentira, hablando en segundos, parece mucho menos ¿verdad?
240 segundos. Bueno, intentaría que en todos esos segundos tus ojos se cerraran lo menos posible. Que tu voz me hablara el máximo posible y que tus manos estuvieran tan cerca de mí que de solo verlas, sintiera un poco más de calor en las mías. Me gustan y les dedicaría miradas, (segundos también).
Si pudiera pedirte, te pediría durante cuatro horas para que después, si tu cuerpo/mente/piel o cabeza te lo pidiera también, te decidieras a reclamarme cuatro horas más.

Las conversaciones que no nos permite el mundo

Un bonito episodio sería que aparecieras de cualquier forma y cualquier hora (se admiten las madrugadas). Y sería bonito, tambien, que quisieras decirme porque de verdad lo piensas que te gusto un poco, que te gusta mi manera de enfadarme con el mundo, mi melena oscura y rizada, mis ojos reclamando y gastando vida. Y yo, te contestaría: "Y tú me gustas porque sabes cómo enriquecerme, porque tienes un poco más de vida que yo, porque de lejos se percibe que sabes aprovecharla y vivirla al máximo, y porque serías un buen maestro en esa materia para mí. Por eso y por muchas más cosas adicionales que sin saber te otorgas y forman parte de ti, me gustas".
Pero volviendo a la realidad y a las conversaciones reales, sólo puedes preguntarme por el tiempo de mi ciudad y yo te pregunto si estás agusto con tu trabajo.
Volviendo a la realidad me doy cuenta que el mundo a veces no da tiempo conjunto a personas como tú y como yo.
Ni tiempo, ni conversaciones que puedan curar el alma, y la vida.

Una ración de ilusión, oiga

Llegó tarde a la cafetería. Bueno, en realidad no llegó ni pronto ni tarde. Todavía le quedaban veintitres minutos para llegar a la oficina. El jefe no le estaría esperando, ella tendría suficiente con llegar a y cinco.
Llegó con calor en sus piernas y escalofríos en la espalda. El viento era leve, frontal y olía a otoño. Ella sonreía sin motivos, aunque también sentía que quería llorar por momentos. Pero nunca los encontraba. O bien estaba en el trabajo, o bien delante de sus padres, o bien obligándose a reír delante de la caja tonta. Total, que allí estaba. En la cafetería de la esquina. Una cafetería de toda la vida. Con encanto. Con marrones y beiges por todos lados. Miraba a su alrededor, y grupos de ancianas felices se contaban las últimas peripecias de sus nietos, mientras ella se pedía un café con leche caliente.
Lo tomó pacientemente, quería saborear cada gota de cafeína, y, al mismo tiempo, quería quedarse allí. Durante toda la mañana. Descubrir vidas, detectar gestos o identificarse en los rostros de otra gente le volvia loca. Pero, aquella mañana se dio cuenta que todavía quedaba mucha ilusión por llegar de nuevo a su vida. Fue consciente. Quiso decírselo a sí misma, pero el ruido que provocó una nueva visita, con la apertura de la puerta principal, provocó que se callara, que reinara el silencio más silencioso. Que pestañeara despacio y terminara su café.
Aún hoy piensa que en el momento en que se acercó aquella mujer a preguntarle qué le apetecía tomar, debería haberle respondido: "Una ración de ilusión".
Puede que se la hubiera servido. Puede que existan milagros.

domingo, 4 de octubre de 2009

La no rendición y la sucesión de todos mis días (sin ti)


Rendición
f. Sometimiento al dominio o a la voluntad de alguien.

Podría decir que me rindo, que me rindo ante esta estúpida idea de olvidarte para siempre. No creo que pudiera conseguirlo aunque aparecieran veintidos más como tú. Tampoco sé si soportaría a esos veintidos como tú. Además, con estar así, me conformo. Puede que tenga días más duros que otros, unos más fáciles que otros, y el resto serán normales, normales, y sin ti. Serán como los días que vivía antes de que tú y yo volviéramos a hablar de todo lo que formaba nuestras vidas. Solamente tengo que tirar a la basura esas conversaciones, las palabras en forma de recuerdo y tu manera de mirarme cuando lo hacías con la sensación segura de estar atrapándome un poco más. Pero me rindo, y sí, después de buscar la definición exacta, sé que no se trata de una rendición más, sino del simple acto de rendirse ante una situación. No puedo rendirme ante ti, porque si me rindiera ante ti, en el momento en que escuché de tu voz: "Yo tenía pensado arreglar las cosas", yo hubiera olvidado todo ese cúmulo de cosas que tenía que decirte, y me hubiera quedado con todo eso dentro, que hubiera terminado explotando más tarde, también lo sé. Por eso me digo a mí misma que es mejor así, que puede que no te termine por olvidar nunca por mi estúpida idea de rendirme antes de tiempo y de no dejar pasar más semanas, más meses. Pero si de algo estoy segura ahora, es que me basto para seguir adelante, con todos esos días claros, difíciles, y con ganas de llorar o de reír hasta que tenga que apretarme la tripa con las dos de mis manos.


Supongo, que, después de todo, el que se rindió fuiste tú. Hay mil maneras de rendirse, y mil motivos. Dejemoslo aqui, y no aparezcas más.

sábado, 3 de octubre de 2009

Palabras que a él me recuerdan y aún así trato de olvidarlas

Este verano, me han acompañado muchos libros. En la orilla del mar, sobre la hierba recién cortada, durante el preludio de mis siestas más placenteras y en mis noches más frescas y brillantes. Tristes, también. Me acompañaron las letras de Lucía Etxebarria. Éste ha sido uno de los mejores libros que he leído de ella. Subrayé muchas líneas, muchas frases en las que a veces te sientes identificada, o no, y otras que, al leerlas, te acuerdas de esa persona que te hirió, de esa que te dejó ser feliz, o de esa que ni siquiera arriesgó, ni se atrevió a volver. Pues bien, hoy, he cogido por casualidad este libro, lo he abierto y he visto estas frases subrayadas. Tras la primera lectura, he identificado sin problema alguno de quien me he acordado. Es como una hilera de consonantes y vocales que describen a la perfección lo que yo he sentido a raíz de R. Lo que su actitud tan incrongruente e incoherente a la vez, me ha producido. Después de intentar seguir con algo que me mantenía más viva, me he dado cuenta que es imposible remar sola en una barca para dos. Que el empeño no es ningún método salvavidas que nos haga el trayecto más fácil, ni la brazada más pequeña. Porque sé que si me atreviera a nadar y me ahogara, muy posiblemente R no volvería. No me salvaría nunca. Ni siquiera ha salvado lo que nos pertenecía a ambos. Y yo ya no sé si quiero recuperar parte de la niña que fui y que adoraba al chico de la melena suave y aterciopelada. Pero sí, sin duda, sí vivo esa especie de días infernales en los que no puedes soportarlo más porque te invade el recuerdo y reconoces sin necesidad de preguntar a nadie más que muchas cosas van mal. Y, desgraciadamente, entre nosotros las cosas siempre se iban estropeando, hasta que ahora, han dejado de marchar.
Este extracto es precioso, y real.
Disfrútenlo.
Te sientes triste porque ya no crees entenderle, ni crees que él te entienda a ti. Lo cierto es que últimamente vuestras diferencias se hacen cada vez más dolorosas y evidentes. Es como si te hubieras empeñado durante seis largos años en construir un refugio privado que se ha desmoronado de repente, y al quedar al descubierto el andamiaje sobre le que habías construido toda esta relación ilusoria, te has dado cuenta de que estaba hecho de cañas frágiles, no de vigas de acero, como te habías creído. (...) Ya no compartes nada con él, ya no le entiendes, ya no te hace reír. Intentas superar una serie de cosas, no juzgar. Y sí, ya sabes eso de que hay que mirar atrás con objetividad, recuperar a la niña que fuiste y que sigues estando dentro de ti. (...) Te repites a ti misma todos los días que lo importante es seguir adelante, siempre adelante, y olvidar, pero no lo consigues. Hay días en que no puedes soportarlo más. Porque sabes que las cosas no van bien pero eres incapaz de determinar qué va mal exactamente.

viernes, 2 de octubre de 2009

Guapo a rabiar


Si le dijera que a mí me parece un hombre guapo a rabiar, no me creería. Dudaría de mis palabras y me tacharía de cumplidora. Pero lo cierto es que no me conoce lo suficiente, como para no saber que a mí nunca me gustó recibir cumplidos ni manifestarlos, y mucho menos, los cumplidos porque sí. Pero asi me lo parece. Guapo, con todas las letras, y en mayúsculas si me lo propongo. Además, cuando vi esta foto, no tuve duda alguna. Puede que una boca cerrada, tensa, y unos ojos bajo unas gafas oscuras, no nos transmita nada, pero todo depende de la persona. Y él, guapo a rabiar, recordemos, lo consigue sonriendo, con gafas, en blanco y negro y hasta posando con la tez más seria que nunca. Si le dijera que a mí me parece guapo a rabiar, si se lo dijera, no sé qué podría responderme, y qué acabaría pensando. Pero ahora acostumbro a escribir todo lo que se pasea por mi mente, y ahora se pasea él, en este momento, en este segundo.
No todos los días (ni todas las noches) se llega a conocer a un hombre así.


Se acabó la función y tú te lo llevaste todo.

Hacía semanas que no escuchaba esta canción, después de escucharla durante todo el verano subida a mi bicicleta morada. La parte mala de escucharla ahora, es que sin el mar delante de mis ojos, como que duele más. La segunda parte, (y mala, también), me hace sentir que tú, al escucharla, no has pensado en mí, y sin embargo, he estado la mitad del verano creyendo que toda la letra de esta canción te recordaría a mí, a la relación que hemos tenido entre ambos. La primera vez que la escuché, se me pasó una cosa por la cabeza, y es que, creo plenamente que ha sido una casualidad que tu cantante favorito o uno de tus favoritos ha escrito una nueva canción (y single, al mismo tiempo) que habla de una relación difícil, del olvido, del abandono, de la separación, del reproche, de las cosas que se pierden. Y entre tú y yo, ha sucedido todo eso. Tú me olvidas, yo lo intento. Tú te alejas y yo te "abandono". Nos separamos en diferentes puntos, me reprochas y te reprocho en distintas medidas y perdemos cosas que igual, sólo igual, no merece tanto la pena conservar. Me hubiera gustado estar dentro de tu cabeza, y haber sabido a ciencia cierta qué persona apareció en ti cuando escuchaste o leíste la canción.

Dichosa canción. Parece mentira que sea tan exacta, y que para mí, todas sus sílabas delaten esto que hemos vivido y desvivido. Cómo me hubiera gustado (y me gustaría, todavía) que la escucharas y pensaras lo mismo que él. Pero ya no puedo colgarme a la espalda eso de que "de ilusiones también se vive", porque no siempre funciona. Para mí ha comenzado a ser un tópico más, algo que nos queremos creer, pero que no nos garantiza nada. Tú fuiste una ilusión grande, podías haber sido un amigo más grande aún, y, por contra, todo se nos quedó en el camino. Y tú te encargaste de borrar todas las huellas, dejando las piedras más grandes. Más grandes que tú y que yo.

Qué voy a hacer, sin poder hablarte.

Cómo volver a creer, cómo inventarte.

Que me queda sin tenerte, que me queda,

a que esperas para olvidarme.

Pierdes la paciencia y yo la entiendo pero no sé esperarte,

cuento lo que queda y sólo pienso dónde pude fallarte.

Cómo volverte a ver, cómo olvidarte.

Si alguien llegara y me dijera que esa melodía te hace pensar de la misma manera, y que alguna vez, sólo alguna, has dudado en olvidarme, o no has podido, o has querido reencontrarte conmigo, o has gastado parte de tu tiempo en qué punto me fallaste, me haría sentir que a ti las cosas también te duelen. Pero nadie ha llegado, y ya no quiere que llegue.

Se nos hizo tarde. Se nos hizo de noche. Y las luces se fundieron.

Se acabó la función. En realidad se acabó todo. (Y hasta la admiración te la llevaste, y aún así, puede que no te quede nada mío).

DIScordantes

Anoche, mientras pasaba por el cruce que me lleva hasta mi portal, pensaba que ya no pienso si tú piensas en las veces que me has visto, en las palabras que te he dicho o en las miradas que te he lanzado. Durante un buen tiempo me he ido preguntando si has valorado mis detalles, si has echado de menos que estuviera más cerca o si me has necesitado en otros momentos. Durante un buen tiempo me he preguntado si en algún momento has extrañado que yo, (o alguien diferente a mí) apareciera para decirte Señor Martín a través del ordenador, o te escribiera "Un petó al nas", y que, por consiguiente, tú lo tradujeras y sonrieras desde tu pantalla. Tampoco sé si has sonreido alguna vez leyendo mis palabras electrónicas. Y tampoco sé si has adivinado cada uno de mis besos en mis pupilas cuando han acertado a buscarse en ti. La verdad, ni lo sé, ni quiero saberlo, a estas alturas. De nada me serviría. Hemos llegado demasiado tarde. Tú ni siquiera lo has hecho. Tú ni siquiera has llegado. Y yo he llegado tarde a darme cuenta que nunca debí pensar en si echabas de menos todas estas cosas, porque no, porque dudo mucho que así fuera. Y una vez admitido, tendré que reservar los besos en la nariz a cualquier otra persona que desee con todas sus fuerzas tratarme bien, o, mínimo, como yo necesito. Y creo que no soy demasiado exigente, creo que no pido mucho y creo que nunca concordamos. Tú eres un nombre masculino y yo un adjetivo femenino. Y, joder, así no hay manera de encajar. ¿Cómo no pudimos verlo? Y hasta en las amistades hay que saber hacer bien las concordancias. Y, bueno, me culpo por no saberlo ver. Pero, al menos, lo intenté. Te aseguro que lo intenté.

jueves, 1 de octubre de 2009

Sweet Home Alabama

Llevo días escuchando la misma canción cinco minutos antes de salir para irme a trabajar. Y a quien le guste salir de casa a las tres y media, con el sueño en los párpados, la tensión en la espalda y el cansancio en las rodillas, y, aún así, le apetezca irse a trabajar, que levante la mano. Yo, definitivamente, no. Sin embargo, y para inyectarme por vía del sonido algo de energía que me anime a salir con ganas, me pongo esta canción, muy alto. Me anima, me incita a bailar y a sonreír. Quizá porque tengo grabada secuencia a secuencia el instante en que Forrest baila con el amor de su vida, en el salón de la casa de su vida, más feliz que nunca, esta misma canción. Sin duda, la recomiendo para momentos menos buenos y de más bajo ánimo. Seguro que después de escucharla, aunque sea una sola vez, la cosa cambia. :)