lunes, 21 de marzo de 2011

Bienvenida, primavera.

Que la primavera me sonroja la cara y ventila de par en par las algunas de las penas de mi corazón. Que me inspira alegría y el deseo de encontrarme con el sol, de salir ahí afuera y darme de bruces con sus rayos, ésos que pintan de café con leche mi piel. Que la primavera es multicolor en sí misma, y pinta de colores pasteles y marinos nuestras voces, nuestros cuerpos. No solemos tener demasiado tiempo como para contemplar una flor en su máximo esplendor, en su punto de belleza más álgido. No apreciamos la belleza de las cosas con las que no podemos comunicarnos, pero recibimos mucho de ellas: aromas, sensaciones, luz y sonrisas. Pues dudo mucho que alguien no sonría cuando le regalen una flor, le inviten a un té o le abran la ventana a la vida. Esas cosas no nos traducen ninguna palabra, no nos afectan lingüísticamente, pero sólo eso. No hay contactos verbales, pero nos llegan al corazón. Que la primavera es bella, y transmite su esencia a las gentes. Y yo me dejo llevar por el sol y el viento ligero que me da en la cara. Y me dejo llevar si alguien me busca la mirada, como si quisiera sumergirse en esta estación a través de mis ojos. Y me dejo llevar por las personas buenas, las que sin proponérselo un solo instante, te hacen sentir bien. Y les resulta fácil. Que la primavera dura prácticamente lo mismo que el resto de las estaciones, pero que me encantaría que se prolongara en el tiempo, imponiéndonos esos colores alegres y vivos en nuestras retinas, como si no fueran a apagarse nunca, como si ni siquiera nosotros tuviéramos el poder de volver los días grises por los saldos de nuestra tristeza. Que la primavera ha llegado, que la estaba esperando, y que ojala se haga notar todos y cada uno de sus días.