sábado, 31 de enero de 2009

Se acaba Enero y mis ganas de ti

Hoy, al margen de un par de problemas que no me sueltan de la mano y me sacan lágrimas frías a las siete de la mañana; me siento en la necesidad de volverte a escribir, pero esta vez, para decirte cosas diferentes a las que te decía a principio de mes. Enero ha cambiado muchas cosas. Algunas han hecho demasiado daño, otras me han dejado con la boca abierta y otras me han hecho dejar de pensarte cada día, uno detrás de otro. Así que, una buena noticia ¿verdad? Sé que si lo supieras te alegrarías por mí.
No sabes ahora que desde hace semanas te pensaba cada día y te escribía cada noche (algún día, quizá, lo sepas). Tampoco sabes por qué, ni por qué ahora ya no te escribo con las mismas palabras que antes, ni qué ha sucedido en mi vida para que no te vea con los mismos ojos o no sienta una llamada tuya de la misma manera. Y no sé si es que me estoy volviendo a equivocar, o es que me gusta complicarme la vida, o es que simplemente dos palabras que saben a cariño me hacen sonreír y me basta.
Sé que podría no explicarte nada, pero quiero hacerlo. Hace algo más de una semana apareció alguien. Por casualidad. Es una persona buena y tranquila, responsable y cariñosa. Lo sabía incluso antes de que me viniera alguien a decirme que realmente lo era. Es sincero y a la vez, sin saberlo, le resulta muy fácil que las personas le quieran. Esa es mi visión sobre él. Dice que prefiere hacerse daño a sí mismo que hacerme daño a mí. Estas palabras han salido de su boca pero no sabe que yo lo sé. Y esas cosas son las que me hacen tiritar. Hacía tiempo que no notaba algo así, que no aparecía nadie que se preocupara por mi dolor y que también quisiera evitarlo. Pero vuelvo a vivir con interrogantes porque de nuevo, nada es fácil. Él está lejos y yo no sé qué puedo ni qué debo hacer. No sé tantas cosas...
Acaba enero y acaban mis ganas de ti, esas ganas de necesitarte cada lunes, cada martes... y así hasta el domingo por la noche. Acaban, de momento, mis sueños donde tú tienes el papel más importante. Acaba mi necesidad de saber qué haces un sábado por la tarde y qué sigues sintiendo por chicas que no son yo. Acaban, (o se aparcan) de momento, muchas cosas que pensaba, sentía... por ti. Sólo sé que necesito respirar y que tú nunca estuviste dispuesto a darme oxígeno. Pero te sonrío y a veces sigo pensándote. Todo está bien. Entre tú y yo, me refiero. Y te escribo y así, sabes cómo va mi vida.

miércoles, 28 de enero de 2009

Que siento rabia y a la vez pena

Siempre he creído que se me ha dado bien fingir que era feliz, que todo estaba en calma y que me levantaba cada día con unas inmensas ganas de vivir, aunque esto no impide que no sea fácil. Puedo hacerlo bien, pero no es sencillo. Además, me encuentro cansada. De sonreír sin motivos y hacer creer a las personas que me rodean que todo es bonito en mi vida. De aparentar que tengo más energía de la que puedo consumir. De mantenerme en pie cuando me siento vencida. De pintarme unos ojos felices cuando anoche se empaparon de sí mismos. De caer en la necesidad de tener que mentir y decir que solamente es sueño y que no son nervios o la maldita sensación de rabia, que al mezclarse con el miedo termina convirtiéndose en pena, y así, un ser más triste en esta ciudad.
Siempre he creído que la vida no ponía las cosas demasiado fáciles cuando se trataba, simplemente, de caminar e ir conociendo personas que fueran haciéndola más bonita. Lo más triste es que seamos nosotros mismos los que decidamos estropearla de alguna manera, y provocar que los demás se lamenten por sobrevivir. Que al fin y al cabo, es lo único a lo que venimos a hacer en este puto mundo.
No quiero hablar así, pero quizá sea la rabia que por momentos le adelante a la pena, y a la tristeza en su estado más puro. Me gustaría poder decir lo contrario, pero sufro, ahora, demasiada carga en mi espalda, demasiada impotencia y temor. Otra de las estúpidas palabras que existen y que no me gusta utilizar, quizá porque me hacen sentir un escalofrío. No sé qué va a pasar conmigo, tampoco con él ni con ella. Sobre todo con ella...
Se acabó lo de estar demasiado triste por amor, o por desamor, o por cualquier tipo de desengaño que provenga de alguien que nos quiso a su manera. Ahora es diferente, ahora se trata de mi vida, de asuntos que no están sentados al pie del primer latido del mío, de mi corazón. Que, como yo, también está cansado. Pero no existen remedios ni antiinflamatorios para este tipo de dolores tan profundos. No existen suficientes mapas para encontrar el camino correcto ni tampoco se corre demasiada suerte como para volver donde estábamos ayer, un poco más seguros. Se desmorona todo. Parece que se acaba una etapa y comienza otra a la que no quiero agarrarme. Siento más dolor que frío, y nada me apena tanto.

domingo, 25 de enero de 2009

Del por qué de las noches tristes

Ayer alguien que acababa de conocer me dijo "La vida termina recompensando a quienes han sufrido tanto". Después, esa misma persona le preguntó a mis padres "¿Y ella ahora está bien?". Yo me exigí perder la mirada en ese mismo momento. Pensé en lo que hasta entonces había sido mi vida. Se me pasaron varias personas por la cabeza y me acordé de tiempos viejos, felices, mejores.

Yo no sé si lo que ayer escuché tiene parte de razón o no. No sé si la vida va dejando pequeñas sorpresas en momentos futuros que seguramente viviremos. O no. Tampoco sé si por no abrir puertas que están demasiado lejos nos perderemos lo mejor. No sé si las lágrimas derramadas han servido, siquiera, para cubrir alguna herida pequeña que no quisimos mostrar a los demás. No sé si las mías,mis lágrimas, han sido capaces de ir a juego con la sonrisa mediana de todos mis días y mis ganas de saber por qué.

De por qué siempre lloro cuando algo me hace daño y no logro, a pesar de los años que van pasando y quedándose en mi espalda y en mis ojos, hacerme más fuerte. Pero no soy capaz. Y de por qué pienso más de lo que debería y en las noches tristes quisiera no existir. Y que me tragara la tierra en momentos en los que las lágrimas me ahogan y mi almohada se vuelve más fría de lo natural. Y que la vida pesara menos y las personas decepcionaran lo justo. Que los amores siempre fueran dulces y las historias no tuvieran siempre un final a destiempo. Que las voces amigas dejaran siempre un beso en la mejilla y los zapatos nunca se quedaran viejos. Que los sueños fueran algo más que sueños y las lágrimas se hicieran cargo de la mitad de la debilidad que me define. Que pueda secarme el agua de los ojos con mis manos antes de que mi madre entre por la puerta y que los recuerdos no dejaran la sensación de soledad y miedo en mi alma. Que todo fuera un poco más fácil, aunque sólo fuera un poco...

Cuestión de conformarme

No me gustan los domingos sin tu boca. Tampoco sin tu voz. No me gusta que dudes de mí ni que supongas cosas que te digo y son verdad. No me gusta vivir algo demasiado bueno y tener que extrañarlo(te) después. No me gusta no terminar de abrir los ojos y admitir que quizá sigas sintiendo cosas por otra(s) personas(s) que yo siempre sentí por ti. No me gusta ser espectadora de la obra de tu vida. Tampoco me gustaría ser quien levantara el telón o quien repartiera los folletos entre el público. Me conformaría con ser un personaje secundario, que ocupara muy poquito espacio, allí entre los decorados del rincón. Me conformaría con saber que de un modo, vas a estar siempre ahí, y que no existirá ese día en que dejes de llamarme o en que dejes de querer que te llame. No me gusta no saber por qué siento lo que siento cuando te llamo, oigo un par de tonos y oigo tu voz. No me gusta darme cuenta que a veces no nos unen demasiadas cosas y que otras tantas me confunden cuando te pienso y dejo que los días te alejen de mí, pero al final termino por no conseguirlo. Porque apareces o porque te hago aparecer, y no sé por qué sucede, ni sé por qué tampoco termino comprendiéndolo.

sábado, 24 de enero de 2009

Buscando(me)

Tengo la sensación de que cuando no voy detrás de ti, o mejor dicho, cuando dejo de escribirte, de enviarte mensajes o dejarte diez preguntas diferentes al día a través de esa pequeña ventana como solía hacer hasta hace poco, comienzas a "buscarme", a dar señales de vida y a querer que te cuente qué tal me va todo.
Siéndote sincera, y por un parte, me gusta sentir que eres tú quien te acercas a mi, que das el primer paso, que quieres saber cómo me encuentro. Por otra parte, me gustaría que esta actitud fuera siempre así, es decir, que siempre me trataras de esta forma, que siempre quisieras saber de mí, que desearas saber cómo son mis días, si estoy cansada al final del día y si los niños se portan bien en clase. Si sigo igual de liada que ayer por la tarde y si he descansado lo suficiente.
Y también tengo la sensación de que si opto por la conducta de ser "difícil", si me ausento o no te contesto en algunas ocasiones, voy a provocar que te acuerdes de mí o que decidas tú, como he dicho antes, buscarme, y por consiguiente, encontrarme. Y en realidad, esto me genera un problema que no siempre es fácil de resolver. (Ojalá fuera ese tipo de problemas que aparecen en las páginas de los cuadernitos Rubio que todos hicimos de pequeños...). Y es que si me buscas, (casi) siempre me encuentras, pero entonces imagino que me buscas por algo importante, o, porque a veces necesitas escuchar mi voz. Pero no es así. Simplemente me pongo una venda en los ojos, y ese es otro de los grandes problemas que no logro solucionar cuando alguien me importa demasiado. Pero tampoco te lo digo, porque entonces serías tú quien te ausentarías, y dejarías espacio suficiente para que yo fuera detrás de ti.
No sé por qué no puedo contarte todo esto. Seguramente me dirías que estoy loca, que siempre me haces caso y que siempre te he importado. Pero a veces me hace falta escuchar cosas como "Yo voy a estar aquí siempre"... "Cuando me necesites, llámame"... y a lo mejor es así, pero tampoco lo veo. Y es esa venda que lo tapa, o yo que lo distorsiono todo. O que me equivoco, o que tú adoptas posiciones diferentes. No sé... Cómo ves, ya aparece un tercer problema, y es que no sé quién tiene la culpa de que no podamos encontrarnos en el mismo punto: en el de buscarnos a la vez.

Doble negativa

No quiero no darme cuenta que a lo mejor en algún momento me echas de menos, y no me lo dices. No quiero no saber que te importo y que recuerdas que existo una media de tres veces al mes. No quiero no quererte, al menos como amigo, porque vales la pena. No quiero no verte porque a veces me haces reír, y en otras me sacas de quicio. No quiero no leerte porque algunos días me sacas una sonrisa sin tú saberlo y otros me desesperas. No quiero no tenerte ahí, lejos, pero ahí. Porque la vida es eso, una doble negativa. Un puñadito de cosas que queremos y no queremos. Una lista de continuas dudas que nos hacen pensar en si es esto lo que vamos a querer tener o lo que nos hará falta siempre. No quiero no hablarte, porque a veces necesito saber que estás ahí, aunque no te cuente todo, aunque no sepas la mitad de cosas que me han ocurrido en estos últimos días, pero a veces te haces notar, y entonces, me alegro.
No quiero no escribirte, porque supongo, que aunque no lo leas, me sirve de algo. O a lo mejor, me sirva de mucho, pero de momento, no puedo averiguarlo.

martes, 20 de enero de 2009

Amores que matan nunca mueren

Escucho esta canción de Sabina y me acuerdo de ti. Podría apropiarme de sus versos y decirte que yo no quiero besar tu cicatriz. Y supongo que también podría decirte que yo no quiero saber por qué lo hiciste. o que no quiero contigo ni sin ti.
Estoy segura que no entenderás por qué asocio esta canción contigo, y dudo de que la hayas escuchado alguna vez en tu vida (o al menos completamente). Me recuerda a ti y no sé si sonreír. Te pienso y tal vez sea porque el amor cuando no muere mata...y porque amores que matan nunca mueren.
Y esto no significa que te quiera, o al menos quiero pensar que no. Quizá signifique que hace mucho tiempo sí te quise y después de tantos años vuelvo a recordarlo, y sé que no debería hacerlo, pero has vuelto a mi vida y ahora te miro con la sensación de que eres ese amor que mata, y que, tristemente, nunca muere. Pues sé que en ocasiones es mejor que cualquier amor no deje ningún tipo de rastro, y así, nosotros, poder seguir caminando, con menos peso de dolor en las manos y menos triste el corazón.
A lo mejor dentro de un tiempo esta sensación cambia, y mi imagen sobre ti también lo hace y por sorpresa, dejes de ser ese tipo de "amor". Me atrevo a escribirlo pero con los dedos atropellándose en este teclado por si no debiera hacerlo. A lo mejor un día releo estas frases y no les hallo sentido alguno, y si así ocurriera, sé que sería lo mejor. Porque creo que no es tan bueno que ciertos sentimientos duren toda la vida, y que, encima, tengan la capacidad de dolernos de vez en cuando, pensando en todo lo que nos faltó, y todo lo que no pudimos, o no nos dejaron dar.
Pero ya no te pienso con tristeza, e intento que con melancolía tampoco. Te pienso con otro tipo de recuerdos y con porciones de realidad en la cabeza. Ésa es mi salvación.
Te lo dice la muchacha de ojos tristes.

Perdona que te escriba y te hable de amor

De entre todas las cosas que se nos pasan por la cabeza, están las que sí contamos, las que decimos a gritos y las que escondemos siempre por miedo a cualquier cosa. De entre todas las cosas que llegamos a sentir, también hacemos lo mismo. O expresamos, o guardamos. Y hacía tiempo yo pensaba que guardar el amor no era tan malo, pero ahora siento que si no se expresa puede causarnos más dolor del que habíamos previsto.
Hacía tiempo pensaba que las historias comienzan, transcurren, pasan y terminan. Algunas dejando huella, y otras, tornándose transparentes. Es muy posible que estuviera equivocada. Imagino que cada una de las personas que conocemos y nos dan una parte de sí mismas, ya tienen un pequeño lugar para siempre en nuestras vidas.
Y eso es lo que me ocurre contigo. Hay días que pienso que siempre vas a tener un pequeño hueco en mi vida. Un pequeño rincón donde acomodarte sin que lo sepas. Un pequeño lugar para ir convirtiéndote en un recuerdo. Y aunque si me preguntaran ahora mismo qué parte de ti me has dado, no sabría contestar. Probablemente no me hayas dado nada, es decir, nunca sentí que fuera especialmente importante para ti.
Bueno, ahora me asalta un recuerdo, y pienso que aquel dia sí me dijiste que me considerabas especial. Pero nunca dijiste nada más sobre eso. Nunca me explicaste por qué lo pensabas, y quizá por eso yo me vaya quitando importancia en tu vida (si es que alguna vez la he tenido). Pero... lo que quiero que sepas, es que tú sí lo eres para mí. Lo fuiste y lo sigues siendo. Aunque tampoco sabría decirte muy bien por qué ahora tengo tantas razones para escribirte. Supongo que siempre tenemos momentos en los que nos aferramos a alguna persona (o al recuerdo de esa persona), para imaginarnos que podemos sentirnos mejor.
Y me gustaría pedirte perdón por escribir(te) tanto... pero de momento desconoces que te escribo cada día, y por tanto no puedes enfadarte o sentirte molesto.
También me gustaría hacerme con el valor suficiente para hacerte llegar estas palabras algún día, algún día en el que me sienta segura de que todo esto no te parecerá una tontería. Quizá sea una manera de abrirte el corazón sin que yo tampoco lo sepa. Quizá sea el mejor recurso que haya encontrado para sentirme a salvo, para dejar de pensar en otras cosas que me hicieron más daño. Pues prefiero recordarte. Lo que no sabré, relativamente pronto, es si éste era el mejor camino para borrar recuerdos que no quería conmigo.

sábado, 17 de enero de 2009

Hacia lados diferentes

Odio, en esta etapa de mi vida, tener tiempo libre para pensar en otras cosas que se alejen de las del trabajo o de la carrera. Odio escuchar canciones lentas que consiguen que me venga abajo en cuestión de treinta segundos. Odio saber que no me echas de menos. Y odio saber que es mejor que no sepas los sentimientos que me invaden a que de verdad los conozcas porque de nuevo volvería a sufrir. No solucionaría nada. Ni siquiera sé lo que quiero. Bueno, sí. Sé que el simple hecho de verte y hablar contigo es mi medicina. Haces que recuerde que yo era muy feliz con doce años y que sienta más de cerca esa etapa en la que todavía tenía lo que me hacía sentir bien.
Soporto no saber cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a hablar y hasta que volvamos a vernos. Lo soporto pero me molesta. Me molesta, en parte, el deseo que tengo de verte o de que decidas a venir a verme, y no porque yo te lo pida o porque me haga sentir bien, sino porque nace de ti y de verdad quieres verme. Pero no voy a forzar nada, ni siquiera voy a decírtelo. No volveré a decirte que vengas aquí, porque a ti la distancia no te afecta y porque aunque no lo seas, pareces de piedra. Y eso es algo que admiro, de verdad. Ojalá tuviera esa parte tuya de sentirlo todo más de lejos y de ser más fuerte. De poder ver siempre el vaso medio lleno y de tener las ideas tan claras. Al menos durante una temporada, sería suficiente para aprender y cambiar. Aunque siempre me has dicho que no soy yo quien debe cambiar. Tampoco confías en que sepa hacerlo y así, pueda dejar de pensar en los demás. Y probablemente, tengas razón, aunque te aseguro que la vida me ha ido dando motivos para ser distinta a quien soy. Aún así, creo que en los últimos meses he cambiado, o, mejor dicho, me han hecho cambiar, y es algo que tenía que pasar.
Lo que no esperaba es que tú y yo volviéramos a hablar del modo en que empezamos a hablar en septiembre. No esperaba que yo te fuera a contar tanto de mí, ni esperaba que yo tuviera ganas de que tú me hablaras de ti. Tampoco esperaba que nos volviéramos a ver después de tantos años, ni que me llamarías una tarde, ni que yo te regalaría una caja dulce con nuestras fotos. Pero son cosas que pasan, y que van cambiándolo todo.
Pero miramos hacia lados diferentes. Tú ahora estarás disfrutando de la vida, y posiblemente me pienses una vez al mes, durante cinco segundos y sólo porque te dejo palabras que forman un par de frases en tu móvil. Yo también la disfruto, pero sé que podría disfrutar más si te escondiera un poco en mi cabeza. Pero soy realista. Sueño y ya no persigo (ni tal vez quiera) que esos sueños se hagan realidad. Miro el móvil (de vez en cuando) y no espero que llames. Te escribo, pero ya no espero poder leerte. Miramos hacia lados diferentes, y aún así, me gustaría saber qué estás viendo ahora.

Recuerdo de madera


Me compré el collar la madrugada del dos de noviembre en Huertas. Pocas horas antes habíamos estado juntos, compartiendo esa coca-cola y hablando de viejos tiempos, de tiempos en los que todavía estaba y también en los que dejé de estar. Es inevitable que a veces piense qué me hubiera sucedido si me hubiera quedado, si mi vida hubiera sido igual, mejor o peor. Pienso demasiado, pero eso tú ya lo sabes.

He estado dos meses pensando que quería enviarte una foto con el collar puesto. Es mío, pero es mío gracias a ti y me recuerda el detalle que tuviste de ponerme tu dinero en mi bolso sin que yo me diera cuenta, mientras compraba el billete de metro. No entendí muy bien por qué lo hiciste, pero eso hizo que te pensara de manera diferente. La verdad es que, referente a ti, siempre he estado hecha un lío. No sé muy bien qué aparentas a primera vista, ni tampoco sé si eres frío, si no te gusta hablar de lo que sientes o si simplemente te gusta vivir el día a día, pensando en ti. Tampoco sé si soy yo, que le doy demasiadas vueltas a las cosas, y a lo mejor hace demasiados años me creé una imagen de ti que no era real. Ahora lo eres, a tu manera. Como yo. Pero siempre lo pienso: aquella tarde pareciste, fuiste otro.
Me acuerdo que nos enviamos algunos mensajes, que me dijiste que no te tenías que haber enfadado semanas antes conmigo y yo te envié una hora después un mensaje diciéndote que me había comprado un collar gracias a tu capital. Ese fue tu regalo, o tu detalle, como tú dijiste, para que viera que no eras tan malo como yo pensaba. Y yo nunca pensé que fueras malo, simplemente diferente a esa imagen que te he dicho que me dibujé hace muchos años sobre ti. Debe ser que cometo el error de idealizar a las personas, y que siempre voy añadiéndoles cosas que a lo mejor no tienen, y que echo en falta. Pero si no las tienes es porque no debes tenerlas. No. Yo nunca pensé que fueras malo, sólo pensé que merecía acabar esa conversación que iniciamos en septiembre, después de estar tantos años sin hablar tan en serio. O al menos intentarlo. Pero tengo cierta capacidad de empatía y me pongo en tu lugar y comprendo en cierta medida que no quieras hablar de cosas que a mí me importan y a lo mejor, para ti, son simples idioteces. No voy a mentirte, me costó entender por qué no querías responderme a las preguntas que para mí sí eran importantes, pero cuando no salen las palabras, no se puede hacer nada. A ti te faltan y a mi me sobran. No hay manera de arreglarlo ¿a que no?

Sin embargo, yo solamente quería enseñarte el collar que, sin saberlo, me regalaste.
Me gusta, y me gusta tenerlo, y me gusta que me recuerde a ti. Y lo conservaré, porque a medida que vaya pasando la vida, será lo único que me quede de ti.

Sigo necesitando (tanto) de ti

Estoy escuchando el cd que te regalé. De vez en cuando lo hago, y pienso si tú también lo escuchas, o si lo escuchaste una vez y te bastó. No sé si realmente te pareció tan bonito como me dijiste en dos ocasiones, quiero pensar que sí. Necesito creer que te gustó y que al menos alguna de esas canciones te recuerda a mí. Y en realidad no sé por qué necesito que te acuerdes de mí. Seguramente no lo hagas con la misma frecuencia que lo hago yo contigo, pero repito, me gustaría saber de dónde viene esa necesidad.
De todas formas, lo llevo bien, me refiero a eso de no tenerte, de saber que estás lejos y que siempre va a ser así. Y creo que cada vez soporto mejor el saber que tardaremos en volver a vernos. Además aunque nos volviéramos a ver tampoco creo que fuera muy diferente a diciembre. Pero ahora, pasado un tiempo, prefiero quedarme con lo mejor de aquella noche.
Los dos besos que me diste en la mejilla sin que yo los esperara. Los dos brindis de licor 43. El primero mirándonos a los ojos y nuestras palabras. ¿Por qué brindamos? Y tú... "Por eso, ya sabes...". Y siéndote sincerá aún no sé por qué brindamos, quizá por los dos. Después recuerdo que brindamos por mí. Pasamos frío, calor. Un chupito y mis ganas de bailar contigo. Tu rechazo a ese baile y las ganas de estar contigo. Conversaciones, fotos y risas. Después mi llanto y tu manera de aclararme que sí te había hecho ilusión verme.
Algún día recordaré todo esto demasiado lejos, y quizá hayamos perdido el contacto, o quizá ya no nos hablemos del mismo modo. Pero yo sé que sí miraré las fotografías, que sí recordaré cada uno de los momentos que mi memoria me permita almacenar y reconocer. Sé que a pesar del paso del tiempo y de los cambios que se sigan produciendo, tu recuerdo no va a morirse. Y de momento, no me asusta esa idea.
Ahora, mi necesidad, también me dice que ojalá el mío, mi recuerdo, no muera para ti tampoco.

Casualidades

No sé si es que debo creer siempre en las casualidades y éstas logran unirnos de vez en cuando, o es que los viernes tú te acuerdas de mí. Por un parte, sí, creo en las casualidades, pero por otra no quisiera pensar que sólo los viernes te acuerdas de mí, o quizá sea que también, por casualidad, ves mi nombre en la pantalla de tu teléfono y decides hacerme una llamada perdida. En realidad, no sé si anoche hiciste esa perdida, o, por el contrario, me llamaste. Lo que sí sé es que esta noche te he soñado.
Si ahora estuviéramos hablando me preguntarías qué he soñado y yo te diría que no me acuerdo, (como la última vez), pero ahora es diferente. La última vez me desperté y no pensé en el sueño, esta vez, me he despertado varias veces y sí lo he hecho. Has aparecido tú.
Yo estaba en Madrid y tú me acompañabas. Estábamos en el metro, enfrente el uno del otro. Avanzábamos varias estaciones, y durante el transcurso del viaje, me mirabas y te acercabas a mí muy deprisa, y comenzabas a besarme sin soltarme. Al mismo tiempo dejabas caer en mi mano una nota. Esa nota era una poesía, recuerdo que en el sueño la leía en voz alta y no podía para de sonreír. Ahora sólo logro acordarme de dos de los versos de ese poema; aunque, en realidad, más que poema, era una declaración de intenciones, de sentimientos. Por eso sólo ha sido un sueño. Imagínate exprensando tus sentimientos a través de besos y palabras escritas en un papel. Sí, puedes imaginarte, pero no conmigo. Yo tampoco puedo imaginarlo. Es surrealista ¿verdad? Pero ha sido mi sueño, y sólo por eso, quiero tener ese recuerdo. No sé tampoco si ese sueño tiene algún significado para mí. Anoche me acosté y no pensé en ti, pero aún así, has aparecido. Y sé que todo esto puede parecerte una tontería, pero también sé que no puedes imaginarme más feliz que en ese sueño.
Piensa en las casualidades y dime si tú también crees en ellas. Sólo para conocerte un poco más, sólo para saber que te importo en alguna medida y pienses que también es bueno que yo sepa como eres... Tu llamada (¿perdida?) a las cuatro de la mañana, y mi sueño. Tú. Yo. Tal vez la palabra sea ilógico. Tal vez si deje de creer en las casualidades deje de tener esos sueños. Tal vez sería mejor. Pero sólo tal vez, y tampoco lo sé.

jueves, 15 de enero de 2009

Saber(nos)

Ahora no tenemos tiempo para hablarnos y para hacernos saber el uno del otro. Seguramente me resultaría mucho más difícil soportar esta situación si tuviera tiempo libre. Tú estás estudiando para tus exámenes y yo estoy con mis prácticas, con el trabajo, con dibujos de colores en mi cabeza y con catorce kilos de cariño encima en mi cuerpo cada día. Me gustaría poder contarte cómo estoy, cómo me va todo. Esta semana ha sido, por un parte, muy bonita. Cada mañana y cada tarde una veintena de niños me abrazan a la vez, me dan besos, me gastan el nombre de tanto llamarme y yo les contemplo a cada uno de ellos, pensando que no hay nada más bonito que recibir tanto de seres tan pequeños e inocentes, que creen que eres alguien muy importante porque tu mano sostiene un edding rojo, y tú haces una B en sus cuadernos. Es muy gratificante. Todos deberían experimentar esto alguna vez.

No me podía haber pasado nada mejor, nada mejor que estar durante casi ocho semanas rodeada de pequeños de seis años que te dan un amor incomparable. Un amor que no duele, un amor que deja babas, sonrisas y miradas ingenuas. Y sí, estoy cansada, mucho, pero no me importa. Esto es lo que quiero.

Me gustaría también que me hicieras saber cómo te va todo a ti, si has estudiado suficiente para esos exámenes y si la chica a quien quieres ha abierto los ojos y te ve de manera diferente. Sé que sólo han pasado 6 días desde tu última señal de vida en mi teléfono, pero a veces siento que si no sé de ti, estás todavía más lejos, y esa sensación no me gusta, pero tampoco puedo luchar contra ella, porque debo aceptar cosas como éstas, porque a pesar de ser insignificantes, son las que forman parte de mi día a día. Espero que las semanas que tengan que pasar hasta que volvamos a saber(nos)... no se hagan muy largas. Y a la par, espero que no corran demasiado, porque después no dispondré de tantas horas para recibir tanto cariño de esos niños que cada día me recuerdan la niña tan feliz que fui.

lunes, 12 de enero de 2009

No debería decirte que anoche también pensé en ti. Tampoco debería decirte que guardo algunos de tus mensajes y los releo cuando me acuesto, como si fueran algo importante, como si me hubieras enviado alguna palabra que sonara a cariño.
Hoy estoy cansada, esta mañana empecé las prácticas del último año de carrera y no tuve tiempo ni para pensar en nada. Sin embargo, son las nueve de la noche y aquí estoy, escribiéndote de nuevo. No es bueno que lo haga, tampoco que piense en ti, pero hasta el día de hoy no he encontrado el modo de lograr lo contrario. Lo haría si supiera porque no tiene sentido que piense en ti o que a veces me visite la remota idea de querer hacerte feliz. No lo tiene, soy consciente y tengo ganas de enfadarme conmigo misma, pero no lo hago puesto que no serviría de nada. Soy demasiado cabezota como para cambiar de idea y borrarte para siempre. Tampoco solucionaría nada, eso me has dicho tú siempre.
A veces, cuando me has hecho saber que hay que seguir hacia adelante, a pesar de nuestros altibajos, he pensado que tú también me necesitabas, o que en algún momento de algún día cualquiera pensaste en mí, se pasó mi nombre por tu cabeza y sentiste unas ganas (aunque mínimas) de verme, de tomar algo conmigo y contarme qué te sucede, qué piensas y qué sientes.
Pero este pensamiento sólo se corresponde con mis deseos, y, por tanto, es otra de las tantas cosas que no tienen sentido pero que sí forman parte de mi vida; y es éste otro de los motivos suficientes como para enfadarme y decirme que deje todo esto, que deje de escribirte y pensarte. No puedo hacer una cosa sin la otra, y de esta manera sólo consigo llegar a la conclusión de que no sé si esto me hace daño, no sé si me perjudica y sólo temo que si algún día lo veo todo más claro, sea demasiado tarde como para volver a pensarte con una sonrisa en mi boca.

jueves, 8 de enero de 2009

No quiero mentirte y a ti no te importa

Te diría que me hace falta pensar en el día en que te vi después de 6 años para comenzar a escribir sobre ti, pero no estaría diciendo la verdad. Te diría que sólo me salen palabras si recurro a los recuerdos de aquellas dos horas, de aquella tarde en la que nos reconocimos más mayores, más cambiados y más felices (tal vez); pero te estaría mintiendo.
Sin embargo, ahora, hace unos segundos...estaba acordándome de esa tarde. Se me aceleró el pulso dos minutos antes de llegar donde tú estabas. Sentí mi corazón latir más deprisa de lo normal, pero supongo que aquella reacción fue más que corriente, si recordamos que han sido seis años los que han pasado, y hemos ido viendo nuestra evolución y conociendo aspectos de nuestra vida a través de fotografías digitales y una pantalla de ordenador.
Mis pasos no eran firmes. Quería llegar pronto y al mismo tiempo quería pararme. Supongo que los nervios se apoderaron de mí y yo no supe controlar mis movimientos. No sé cuál fue la primera palabra que me dijiste, pero sí recuerdo que me miraste y me dijiste "¡Pero si estás temblando!". Tuvimos que dar un pequeño paseo para que mis manos y mis piernas dejaran de temblar. Después me subí en tu coche y conocí parte del que siempre ha sido tu barrio. Más tarde me invitaste a una coca-cola y malgastamos cerca de veinte minutos en decidir quién, definitivamente, pagaba mi bebida. Y digo "malgastamos" porque incluso en esos veinte minutos lo pasé bien. Las escasas fotos de esa tarde me hacen sonreír y ver más claramente cómo ha pasado el tiempo, y cómo hemos cambiado.
Me acompañaste a la estación y de camino, te enseñé cuál había sido mi casa durante tantos años. Estuvimos otros veinte minutos intentando despedirnos. No sé si nos dimos tres, cuatro, cinco abrazos... y al final te convencí para que subieras las escaleras y aún así, te quedaste inmóvil para ver cómo yo también me alejaba. No sé por qué recuerdo tanto aquello, aquellas dos horas que para cualquier persona, (y sobre todo para ti), serían totalmente normales. No sé tampoco por qué quisiste tener tantos detalles aquel día ni por qué me sonreíste y miraste tanto. Sólo sé que recuerdo perfectamente cómo nos reíamos juntos y en realidad yo tampoco quería marcharme.
Es muy probable que la gente que pasara o estuviera cerca nuestro, fuera con prisas, con el tiempo justo o con ganas de llegar a casa lo antes posible, y a la vez, pensaran en alguna razón estúpida que se supone que tenían aquellos dos jóvenes para quedarse tanto tiempo ahí parados.
Sigo escribiéndote palabras que quizá, y sólo quizá, algún día leas, y sé que ni siquiera lograrían ser especiales para ti. Incluso yo dudo de que puedan significar algo. Pero hay días que te echo de menos, y no quiero mentirte, y a ti no te importa.

Tendrías que aprender a pedir perdón

Querer no quererte

Intento matar las ganas de verte cada día, intento también olvidarte, al menos un poco, sólo un poco. Intento que no estés tan presente en mi vida, pero todas las semanas veo algo que me recuerda a ti. No puedo echar de menos que abras tu corazón y mantengamos una conversación seria, porque nunca lo hemos hecho. Pero sí me hubiera gustado que alguna tarde hubieras decidido empezar a hablarme y me hubieras contado qué pasó por tu cabeza cuando me alejé de ti.
Intento matar también las ganas de saberlo porque tienes un don para evitar tratar ese tema y ser sincero completamente. O quizá sea porque no te apetece o ni tan sólo recuerdas qué sentimientos tenías entonces. Sólo sé que nunca me hablarás de ello, que no recordarás, o, mucho peor, no querrás recordar. Pero ojalá hubieras hecho lo contrario porque sólo así me hubiera sentido algo mejor independientemente de lo que tú me hubieras dicho. A veces ocurre que te basta saber cualquier cosa, y te es suficiente porque te importa demasiado, y le otorgas más importancia al conocimiento que al hecho de que eso que te van a contar no concuerde con lo que tú querías escuchar.
Siempre lo he pensado, eres difícil. Difícil para sacar lo que hay dentro tuyo y para acercarse a ti. Tienes la capacidad de convertir estos 400 km en 4000 cuando te pregunto sobre algo que ya pasó o que en cierta medida, nos une o relaciona. Entonces me doy cuenta, y es como si de repente establecieras una placa de hielo entre ambos. Pero debo decirte que también tienes una gran capacidad para romper esa placa en un segundo, y dejarme palabras de manera espontánea e inesperada, que me cuesta pensar que provienen de ti. A veces son bonitas y otras, simplemente son sorprendentes. Y siento que cuando se quiebra esa placa de hielo estamos algo más cerca, y puedo cometer el error de quererte un poco más.
Así lo pensé siempre, que tú considerabas que el quererte era un error más. Por esta razón a veces se me antoja pensar que la vida debería ser más sencilla, que todos deberíamos venir a este mundo con una programación preeestablecida, con unas funciones concretas y con el deber de querer a una sola persona, también elegida previamente. Sin embargo, el mundo es mucho más complicado y nosotros cada vez vamos complicándolo más, a consecuencia de esto, recibimos porciones de dolor que no siempre podemos soportar. Y por la misma razón quiero no quererte y experimentar qué puedo llegar a sentir si dejo de hacerlo.

miércoles, 7 de enero de 2009

Reacciones

Siempre he esperado reacciones tuyas, reacciones a mi indiferencia, a mi ausencia, a mi saber estar y a mis palabras, pero nunca han sido las que yo pensé que tendrías conmigo. O has desaparecido, o has vuelto sin hacer ruido, poco a poco, casi de puntillas y en silencio; cual madre al pasar a la habitación de su recién nacido, que descansa y duerme plácidamente en la cuna.
Sí, siéndote sincera, he esperado que me llamaras, que me pidieras perdón, que me dijeras que has sido idiota por no haberme tratado como me merecía y que no volvería a pasar. Pero todo eso nunca ha llegado, y dudo mucho que si no ha sucedido aún, pueda suceder más tarde. Tengo paciencia, pero ya no soy tan ingenua. O eso quiero pensar. No sueles pedir perdón, y aunque admitas a veces y para ti mismo que lo has fastidiado todo, no darás tu brazo a torcer, porque así eres tú. Es lo que te caracteriza. No todo te afecta (eso pienso siempre), o al menos no tanto como a mí. Esa diferencia se vuelve patente cuando nos hablamos y te digo que tengo ganas de verte, que me gustaría que me visitaras antes de que acabara este invierno... y tú sólo aciertas a decirme que en invierno no puedes bañarte en la playa.
No te miento si te digo que hasta eso me hace daño. Creo que haberte visto dos veces en dos meses y medio no ha sido buena idea. Ahora me sé de memoria cómo es tu nariz, tus ojos y tu boca. Sé cómo llevas el pelo y a qué hueles. Recuerdo mejor el tono de tu voz y reconozco que tus manos son bonitas. Me gustaría poder decir lo contrario (¡no sabes cuánto!); puede parecer raro, pero sí, sería un alivio. Un alivio porque ya no pensaría tanto en ti ni dudaría tanto de tantas cosas...no desearía otras tantas ni me preocuparía porque no has contestado a esa llamada perdida y hace días que no aparece tu nombre en mi teléfono.
Sin embargo, ayer por la tarde me llamaste. No fueron más de 9 minutos...pero cómo te he dicho muchas otras veces, debo conformarme con cosas como ésas. Con llamadas que haces sin ningún propósito, pero aún así, yo descuelgo y te oigo, sonrío y no me ves, pero al hablarte mi voz suena más feliz. Me río y me tapo la boca con la mano izquierda y pienso que tú ya eres feliz sin necesidad de hablarme/escucharme/verme... Sí, ésas son mis reacciones: pensarte, soñarte y quererte. Cualquiera diría que eso es bueno y que da vida. Pero esta vez es diferente... no me desprendo de algunos recuerdos y quiero seguir sabiendo qué tal te va todo. Intento desaparecer unos días, y ni siquiera llego a cumplir una semana sin saber qué es de ti. Y cuando hablo de ti... cuando hablo de ti pronuncio tu nombre de modo que parece que cada letra que lo compone tenga vida propia y esté sonriéndome. Quizá sea porque echo en falta tus sonrisas en directo, y mucho más cuando los días siguen pasando y tu principal reacción es que no vas a venir a verme porque no es buen tiempo para nadar en el mar. Y después, mi reacción, se basa en hacerme a a la idea de que no vas a venir, y de que seguiré echándote de menos.

Inevitable

Casi continuamente me siento estúpida cuando soy la primera que te dirige la palabra, eso no es señal de que me gusta hablar contigo y quiero saber de ti, bueno, sí, también, pero significa mucho más. Es señal de que no puedo estar dos o tres días sin saber qué has hecho o cómo te encuentras. Señal de que yo "dependo" de ti y tú si puedes vivir sin saber cómo va mi vida. A veces las palabras se me quedan cortas y desearía decirte muchas cosas más. Soy capaz, pero no valiente. Siempre lo dije, algo de cobarde tengo, pero tampoco me preocupa, porque tú eres así, y porque siempre me has visto con los mismos ojos.
Ni siquiera te has planteado quererme en algún momento de tu vida, lo sé, lo sabía incluso antes de conocerte. Eres ese tipo de persona que adora que los demás vayan dejándole posos de cariño por doquier, que les regalen los oídos y les demuestren mucho y más. Y yo soy esa clase de personas que no se cansa, que quiere demasiado y se ilusiona imaginando la cantidad de cosas que podría darte. Lo que no logro entender es cómo todavía no me he cansado. Sigo pensando en ti y yo sé que eso te gusta, que lo sabes aunque tampoco te lo diga.
Tienes un poder de atracción inexplicable. Nunca me has tratado demasiado bien y aún así no he dejado de quererte. No has sido siempre atento o amable conmigo, y a pesar de eso siempre has formado parte de mí. En algunos momentos estuvimos más lejos el uno del otro, y ahora que hemos vuelto a "encontrarnos"... te siento un poco más cerca y no sé si eso es bueno. No sé si de esta manera me estoy matando de nuevo. Pero siempre es así, siempre que me hago daño lo ignoro. Sólo me doy cuenta cuando ya no hay marcha atrás y el rescate es imposible. Tampoco sé que va a pasar conmigo...si voy a seguir escribiéndote mientras tú destinas tu tiempo a chicas que, muy seguramente, no van a quererte ni la mitad de lo que he aprendido a quererte yo. Pero eso no te importa, y a mí eso me cala hasta lo más profundo de mí misma, pero ¿sabes una cosa? También he aprendido a vivir con ello. Es como otra de esas reglas que aprendes desde pequeño en el colegio...Yo llevo seis años sabiendo hasta dónde puedo influirte. Sólo espero que dentro de otros seis...no siga teniendo tantas palabras para ti, y haya aprendido más y mejor a sentirme amada.

martes, 6 de enero de 2009

Anoche, tú

Anoche me acosté pensando en ti, no forma parte de mi rutina, pero sí es una de las cosas que hago de vez en cuando. Antes de cerrar los ojos apareces tú, también después, pues te introduces en mis sueños y te resistes a marcharte. Anoche te imaginé, cerca mío. Compartías mi cama y me mirabas. No había mucha luz, sólo estaba encendida la pequeña lámpara verde. Daba luz suficiente como para mirarnos a los ojos y saber el color de los tuyos y los míos. Pero no me hacía falta mirarlos para saber de qué color eran...
Anoche pensé en ti, en tu nombre, en tu manera de mirarme y en los besos que no me has dado. Pensé que me decías "Cualquiera en mi lugar se sentiría afortunado de que alguien como tú me quisiera tanto, cualquiera en mi lugar te cogería de la mano y no te soltaría más". Siempre lo supe... mi imaginación no entiende de límites. Creo que referente a ti ya traspasé muchas barreras, al menos las de la realidad. Tú nunca podrías decirme eso, por mucho que yo lo deseara y por mucho tiempo que esperara.
Estamos destinados a vivir siempre en este tira y afloja del que te hablé la otra tarde. Vivo destinada a echarte de menos y a hacértelo saber muy de tarde en tarde para que no adivines que te sigo queriendo... y tal vez, para que no pienses que estoy loca porque ya han pasado seis años y cuando te vuelvo a mirar siento lo mismo que la primera vez. Tú, tú eres distinto a mí. Demasiado. Y te conformas con hablarme y saber que estoy ahí. Ignoras lo que siento, lo que pienso y lo que deseo, y creo que eso no deja de ser malo, porque, aunque esto fuera distinto y lo supieras, nada cambiaría.
Anoché pensé en ti y en mí, en lo feliz que sería si el tiempo me regalara la oportunidad de tenerte más cerca, de besarte y sentir, que por una vez, tú también eres capaz de quererme, de alguna manera distinta a la de hoy, a la de ahora. Pensé, también, que nunca te has marchado de mi cabeza, y que, a pesar de todo, por mucho que me fastidie o me saque de quicio, una parte de mí va a estar queriéndote siempre.

Los grados del amor

Creo que he sido la persona que más le ha querido, aunque lamento que también haya sido, y al menos hasta ahora, la persona que más le ha herido. Hubiera preferido haberle querido menos para así, haberle dolido menos también. Pero es difícil establecer un límite a eso que llamamos amor. Porque lo fue. Creo que nos hemos dedicado las palabras más bonitas que existen, que nunca malgastamos un "te amo" y que siempre sabíamos qué queríamos decirnos en cada momento.
Ahora, después de tantísimo tiempo, creo que son recuerdos demasiado lejanos que ya no se agolpan en mi memoria. Quizá yo haya tenido que ver algo en todo eso...quizá el daño que también he recibido ha sido un aliciente para que pasaran de repente a ser un pequeño conjunto de momentos en los que ya no me agrada tanto recrearme. No los imagino de nuevo porque de evitarlos, a veces siento que ni los he vivido. No siento miedo ni tampoco demasiada nostalgia; pero sí tal vez me inunda el deseo de querer que vuelva alguien y me quiera de ese modo, aunque, después, también pueda herirme profundamente. Pero me he acostumbrado a sufrir en la misma medida en que se ama, cuando se ama locamente, o sin límites; todo acaba reduciéndose a lo mismo. Siempre me he acostumbrado a llorar porque se marchó, porque todo terminó y los días vividos no volverán. Esa es mi rueda, la misma de siempre.
Y ya no me entristezco porque la vida también debe consistir en eso, en sentirlo todo de manera tan intensa, ya sea la felicidad como el dolor. Además, para que exista la primera de esas cosas debe existir también la segunda. Sólo así podemos comparar diferentes sensaciones y escribir cuando tengamos el alma rota, o, por el contrario, el corazón tan vivo.
Sigo creyendo que le quise mucho, y que le dolí... pero incluso eso está con el resto de recuerdos que ya no me visitan, o sólo a veces... Y también debe consistir en eso la vida.

lunes, 5 de enero de 2009

Y puede que todavía no lo sepa

No estás vacía, ni siquiera quedan restos de telarañas entre el saquito de recuerdos y el de canciones aprendidas en tu corazón. No estás vacía, pero todavía no lo sabes. Te inundas de una pena que a veces logras contener, por temor a que aparezca esa persona y vea que de verdad estás triste. No quieres desnudarte tanto. Tampoco la gente quiere que lo hagas, porque transmites fragilidad. No eres una niña, ni siquiera queda en ti la sonrisa de niña que tan bonita te hacía cuando pasabas por el parque, y las pequeñas hojas que bajaban sobre el tobogán rojo, corrían tras de ti para quedarse sobre tu pelo, a modo de horquillas de color.
No eres una niña, pero todavía no lo sabes. Piensas que no puedes ser más feliz de lo que has sido, pero sencillamente, es que no ha aparecido la persona adecuada. La persona que debe hacerte pensar que estás totalmente equivocada, y que puedes ser muchísimo más feliz de todo lo que has llegado a ser en tu vida. Tienes la oportunidad de volver a enamorar con tu sonrisa. También puedes llenarte de cosas bonitas si recuerdas el modo de hacerlo. Puedes ser la dueña de tus pasos, y no abandonar tus huellas a la primera de cambio. No desprenderte del día de ayer, que aunque hizo daño, sigue formando parte de tu historia. Y no repetirte cada tres segundos que has cometido el mayor error de tu vida, porque eso no es analizarse a uno mismo, o aprender a base de sincerarse; eso es machacarse. Y eres demasiado joven, demasiado preciosa y fuerte (aunque no recuerdes ahora que lo eres), para hundirte tan pronto y tocar fondo.
Corres el riesgo de ahogarte tu misma, de cavar ese hoyo en la arena, y de meterte dentro para no salir más. Pero puedes salir. Lo que pasa es que todavía lo ignoras, y nadie te ha empujado a salir. Todavía no te has mirado a los ojos, todavía no has dejado que te miren, y te desnuden al mirarte. Todavía no has permitido a nadie que te diga que tienes la oportunidad y el deber de ser feliz. Tanto como tú quieres. Porque lo deseas. Pero no lo dices, y si lo haces, es en bajito y entre tus cosas. Prohibes que entre alguien en lo que es tu mundo y esconde tus debilidades, pero también tus sueños. Y no es mala idea empezar por ahí, por acogerte a uno de tus sueños, y salir por la puerta. Y hacerte notar, porque, cuando pase un poco de tiempo, mirarás atrás, y verás que no fue tan difícil, y que sólo era cuestión de andar. No estás cansada, pero todavía no lo sabes. No es tarde, pero aún no te has dado cuenta. No es tiempo para querer rendirse, y eso, eso sí lo sabes.

Te quiero

Me rozas sin que tú lo sepas, y ni siquiera sé si eso me inquieta, o me ruboriza, o me hace sentir especial, o mejor que desde hace cinco minutos. Haces que te quiera sin que tenga la necesidad de atarme a alguien que se sienta en el deber de darme una razón por la que sentirme más feliz. Consigues que te mire a los ojos, sin fijarme en nada más, en el entorno, en las personas que pasan delante de ti, o en las que todavía están paradas tras tuya. Alzas la mirada y me miras desde arriba y hasta abajo. Me coges la mano derecha y se te antoja no soltarme durante un minuto y miedo. Sonríes, pero como con miedo, aunque tú dirías que sonríes de la vergüenza que te produce que yo haya aparecido así en tu vida, como de casualidad, y que has aprendido a quererme muy rápido. Cierro los ojos durante tres segundos y finjo no estar nerviosa, para no ponerte nervioso. Fluyen mis deseos de que no te marches demasiado lejos para cuando yo me de la vuelta, y a mis labios les falte tiempo para decirte, aunque en tono tranquilo y bajo, “adiós”.
No quiero que sientas que esto ha sido un momento efímero que no debe repetirse. No me apetece que pienses que he sido un error, que, irremediablemente, después se convertirá en un vago recuerdo que se irá perdiendo poco a poco en tu memoria, hasta que ya no quede nada. No, no me apetece en absoluto que ocurra eso, pero puedes imaginarlo. O puedes hacerte el tonto. Pero aunque puedas mantener esa postura durante 48 horas, cuando éstas se acaben, cuando lleguen a su fin y comiences un día nuevo, serás tú el que mejor sepa que en esta ocasión, yo llevo razón. No. No me apetece que te olvides de esto, y de mis intentos por aparentar que no me late el corazón a cien por hora cuando creo verte detrás de ese cristal, apenas a seis metros de mí. No quiero sufrir, no quiero que me duelas. Tampoco que dudes (de mí)...


...y después, después dices que no te quiero.

razones

A tiempo

- Hay días que me despierto y me doy cuenta que quiero tenerte, que me haces falta, y que me gustaría que siempre que mis brazos temblaran, tú estuvieras aquí, para calmarme, para darme calor, para decirme que mi vida tiene ese sentido que un día creí poder darle.
- Hay días que pienso en la de veces que me hubiera gustado escuchar eso de tu boca.
- Tal vez he llegado tarde, y no te apetezca, ahora, estar al lado de un tío que no ha sabido mirarte bien a los ojos.
- No me has mirado a los ojos, pero tampoco me has herido.
- Prometo que si te quedas, que si por esta vez te quedas, voy a hacerte feliz.
- Es una buena oferta.
- Quédate. Hazlo por mí...
- Voy a quedarme, pero por ambos, porque hace tiempo que empecé a quererte, y no supe parar ese sentimiento. Por eso me quedo, porque todavía te quiero, porque eso no ha cambiado, y porque no quiero que te conviertas en un hombre que a carencia de seguridad y estabilidad, eches todo a perder. No. Ese no es tu futuro. Tu futuro debe saber a moras recién cogidas, debe oler al primer azahar de verano, y tu sonrisa debe deslumbrar a los últimos rayos del sol de julio.
- ¿Estás segura?Más que nunca. Y mírame, mírame bien, porque me quedo.

sábado, 3 de enero de 2009

Corazón roto

A veces me gustaría poder decirte que nunca me han roto el corazón, y poder demostrártelo, también.
Es difícil no mostrarse vulnerable cuando la vida, o, mejor dicho, las personas, dejan de darte motivos por los que seguir confiando. Me gustaría levantarme mañana y ver todo más claro, entender por qué a las personas les resulta tan fácil estropearlo todo, fingir o inventarse una historia con palabras que no dejan de ser más que mentiras.
Otras veces lucho por mostrarme más serena y contemplar el dolor como una parte más de la experiencia, pero resulta difícil verlo siempre desde esta perspectiva. Resulta difícil manejar el corrector que tapa las ojeras y las heridas en partes de nuestro cuerpo, que se cansa y se debilita.
Creo que corazón y roto nunca deberían ir juntas. Son palabras que ya de sólo escucharlas suenan a dolor. Aunque supongo que para aquellas personas que lo hemos sentido así, el dolor se hace mucho más explícito, latente y fuerte. Como palmadas inesperadas en una herida que nunca se cerró, como pellizcos en las partes más sensibles de nuestros brazos o como miradas que queman en momentos en los que, lo único que nos podría salvar, sería un abrazo a tiempo, a modo de sanar, de cubrir recuerdos que dejaron de importar. A modo de salvación, sí. A modo de borrar, escribir, reescribir... y reinventando un nuevo corazón, sin rasguños, ya.

Laura




No le da miedo esconderse, ni tampoco mostrarse (de vez en cuando). No le da miedo soñar pero sí tener las ideas claras. Quizá sea porque ella es más desordenada y no le gusta seguir un camino rectilíneo, con flechas que te van diciendo a dónde vas, cuál es tu destino o dónde puedes descansar.


En aquella época, en la de esa foto... tenía el corazón roto y la mente bloqueada. No sabía respirar del mismo modo y había perdido (casi) del todo la capacidad de confiar y AMAR en mayúsculas. Con grandeza y las manos llenas. Laura sólo podía querer con las manos vacías, con el deseo de que los demás le fueran depositando todo eso que le habían robado. Laura estaba más vacía de fuerza que de ganas, pero la vida a veces pierde el color vivo y brillante que todos queremos que tenga.


A Laura no le gusta la oscuridad, tal vez, y sólo... en las noches de verano, cuando sólo están encendidas algunas luces que provienen de las altas farolas del paseo que recorre sola o en compañía de quien le sabe escuchar. Tal vez Laura sepa reconocerse en esta fotografía... por la ingenuidad o las ganas de sobrevivir, tal vez, y de mantenerse en pie. Y con la mirada perdida, sí, pero con los ojos abiertos. Al fin y al cabo.

Palabras a tiempo

Hubiera deseado empezar este nuevo año con menos contradicciones.
Aunque ya sea tarde y... Palabras a tiempo ¿se corresponde? Supongo que no. Pero tampoco me importa. Quizá sea una forma de intentar explicar que la vida se rige por cosas como éstas...en las que a veces es demasiado tarde intentar reparar un daño, ahogar una pena o cerrar una herida; y por otra parte y en otras ocasiones, todavía tenemos la posibilidad (porque estamos a tiempo) de hacer todo eso que no hicimos.
Yo no sé muy bien si he pasado mi vida más estando a tiempo de hacer y decir cosas, o, en cambio, si se me ha hecho tarde la mayoría de las veces. Pero esta es una buena manera de empezar a hacerlo, de comenzar a decidir si quiero decir todo eso que guardé, que pienso o que he sentido hasta el día de hoy. Tampoco sé si podré expresarlo de la mejor manera posible, pero las palabras son mi vida y mi vida es mi tiempo.
...Palabras a tiempo...
Estáis invitados.