lunes, 30 de mayo de 2011

Malditas casualidades.

Ayer apareció otra casualidad ante mis ojos, como hace dos navidades cuando el nombre que apareció en mi papelito del amigo invisible era el tuyo. Esta vez, esta vez el lugar al que debo ir a opositar es el instituto, tu, mi, nuestro instituto... el mismo en el que nos conocimos, el mismo en el que nos confesamos inquietudes, problemas y deseos. El mismo en el que nos abrimos el corazón y nos hacíamos reír. El mismo en el que tratabas de cuidarme incluso antes de empezar a estar juntos. El mismo en el que estábamos pendientes el uno del otro. El mismo en el que empezamos a intercambiarnos cartas, llenas de consejos y de palabras suaves. El mismo en el que nos ayudábamos con los dichosos exámenes de biología. El mismo en el que comenzó nuestra historia.

Y al principio me alegré. Me alegró saber que por fin iba a opositar en un sitio que conocía bien, fue a la media hora cuando me entró algo de pánico, sin embargo trato de callármelo y por esa misma razón ando pensando tanto durante varios momentos del día. No te voy a negar que por una parte me va a dar miedo quedarme una hora sola y encerrada en una de las clases en las que tú y yo nos enamoramos. Me va a dar miedo, y quizá pena, y como me invada la tristeza no voy a ser capaz de articular ni una preposición bien dicha.

Hace tiempo me dije que yo no podía volver a ese lugar, porque sé lo que siento cuando piso la entrada o subo esas escaleras. Hace tiempo que me dije a mí misma que sólo volvería por fuerza mayor, y precisamente ahora, esa fuerza mayor ha venido a visitarme, a tirar de mí. Ojalá todo hubiera sido distinto, o quizá, mejor dicho, ojalá yo fuera distinta, menos vulnerable. A cualquier otra persona esto no le sucedería, lo de sentirse tan rara y asustada por pisar un sitio en el que pasó varios años de su vida. Pues bien, a mí me pasa, y ahora mismo no quiero ni pensarlo.

Y tampoco te miento si te digo que en más de una ocasión he pensado en mostrarte esta pequeña parte de mi mundo, concretamente, todas estas entradas que llevan tu etiqueta, pero después lo pienso más fríamente y me doy cuenta que ya te he abierto el corazón de par en par muchas veces, y yo no quiero que malinterpretes, critiques u opines todos estos escritos, quizá porque yo escribo sólo para sentir, y no para valorar.

martes, 24 de mayo de 2011

De inspiración y bocetos.



Él era así, me enviaba textos que invitaban a la reflexión, e-mails en días inesperados y dibujos a medianoche, expresando parte de su mundo, sus inquietudes, sus preferencias, las razones que le empujan a vivir, a disfrutar y a gozar de cada segundo y de cada oportunidad.
Pero también hubo un tiempo en que yo me di cuenta que nada de eso me reconfortaba, quizá no nos supimos comprender. Él no conectó conmigo, yo tampoco supe conectar con él. Y lo cierto es que no había que conectar, simplemente saber estar, saber utilizar las palabras adecuadas. Tal vez mi problema fue querer sentir que él iba a estar ahí, para hacerme sentir mejor en noches intranquilas o simplemente tristes. Todo eso se acabó. Yo necesité desaparecer para él, él no ha vuelto a aparecer. Por eso ya no sé en qué momentos me dijo la verdad, en qué instante fue 100% sincero. Sin embargo, hoy una carpeta de mi ordenador ha querido que me encontrara con esto. Seguro que sigue dibujando en sus ratos libres, y seguro que algún día, cualquier otra mujer que lleve mi nombre le pueda servir de musa.

domingo, 22 de mayo de 2011

Arma de doble filo.

Anoche tenía unas enormes ganas de llorar, me dolía el corazón, el alma y las entrañas. Intenté dormirme deprisa, esa era la única manera de dejar al margen durante unas cuantas horas todas esas cosas que a veces me quitan el sueño y las ganas de reír.


Anoche pensé en muchas cosas, en lo que el tiempo nos cambia (o no), lo que se lleva, lo que nos da, y lo que nos obliga a ver, experimentar... porque, queramos o no, muchas cosas no dependen de nosotros. Pensé en que existen relaciones (de amor, de amistad...) que tienen fecha de caducidad incluso antes de comenzarlas, otras que vives sin saber que algún día se terminarán por cualquier motivo que se escapa de tus manos, y otras que, evolucionan poco a poco para, al final, acabar en el mismo saco de cosas que pasaron y no volverán.


Supongo que ahora estoy cansada, de echar de menos lo que la gente acostumbra a echar de más, estoy cansada de que el resto se piense que no puedo cambiar, que no puedo mirar más por mí, de dar y no sentarme a esperar la mitad a cambio.


Y a fin de cuentas, creo que lo de crearse una coraza no es una idea tan mala, en ocasiones lo más inteligente es usarla, de vez en cuando, en tus momentos más frágiles. Si eso provoca que me vuelva más hermética, o más precavida, pues tendré que aceptarlo, pero abrir el corazón de par en par a todo el mundo se convierte en un arma de doble filo y yo no estoy preparada para hacerme más daño.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Otro accidente del pasado.

A veces el amor es como un viaje, en el que unas veces vaticinas que vas a tener un accidente y otras tantas ni lo ves venir. Yo he vivido varias veces las dos situaciones. Y no sabría decir cuál duele más, supongo que también influye la persona con la que te pegas ese batacazo irreversible.
La parte negativa de mis historias de amor, es que suelo darlo todo sin pedir nada o poquísimo a cambio. Supongo que desde el minuto 1 soy consciente de cuánto me involucro y de todo lo que doy, a pesar de no recibir lo mismo en las mismas cantidades. Quizá porque eso no es lo que más me importa, quizás con la mitad de los sentimientos que yo soy capaz de sentir, me creo y me siento la chica más afortunada del planeta. Y eso no es malo, pero tirarse a la piscina con los ojos cerrados, confiar cuando no hay motivos suficientes para hacerlo y esperar que esa persona sea consciente de las consecuencias de cada uno de sus actos, eso sí es malo, peligroso y contraproducente.
Lo verdaderamente malo de mis historias de amor, es que no sé vivirlas sin poner todos mis sentidos, todos mis latidos, experimentando la felicidad y la tristeza más absoluta, más extrema de todas.
La felicidad ocupa sólo los primeros fotogramas de esas historias, por lo que creo vivir no en sueño, sino en una realidad cuyo argumento es el mejor de todos. Pero después viene la tormenta, la decepción, y, ahí va: los meses de incomprensión, soledad, lamento y lágrimas hasta más no poder.
Lo triste de estas situaciones, es que sé desde un principio que voy a pasarlo mal cuando todo acabe, o cuando las cosas cambien, y precisamente por eso, me enfado conmigo misma, diciendo que no tropezaré con la misma piedra y que la próxima vez me salvaré. Pero no, sólo hago que olvidar cómo sobrevivir, cómo nadar y salir a la superficie, para respirar un poco, y darle vida a este corazón mío.
La gran putada es que si estuviera hecha de otra pasta, si fuera indiferente, si no sintiera con el 100% de mi cuerpo, todo esto no me sucedería. Pero no, nunca he logrado cambiar lo suficiente como para evitarme meses y meses de tristeza causada por la falta de honestidad, coherencia y sensibilidad del resto. Es una putada que por unos capítulos de alegría, después tenga que tragar todas esas estaciones sin entender por qué ocurrió, o por qué a mi... Y ya no sé si la última vez lo veía venir, supongo que sólo esperaba la mitad de todo lo que pasó, y estoy segura que tengo la fórmula perfecta para perjudicarme y buscar más dolor, volviendo a confiar en personas que no se merecen ni terceras oportunidades. De todos modos, aunque me convencí de lo contrario, no vale tanto la pena ser feliz en un breve período de tiempo cuando después sólo te encuentras con mentiras y metamorfosis extrañas, que nadie jamás podría explicarme.
Pero ahora es primavera y sólo quiero olvidar. Este corazón ya se ha desprendido de tiritas que de momento, no le vuelven a hacer falta. No por él. La herida sangró, y cicatrizó en la medida de lo posible. Ahora lo que me apetece es confiar en mi, dedicarme momentos, y comprarme un botiquín (por lo que pueda pasar), nadar a crol y buscar el aire más limpio.

sábado, 7 de mayo de 2011

Aparecer, desaparecer, reaparecer.

Hace hoy cerca de 8 meses que escuché una frase que me gustó "No puedes entrar y salir de mi vida como si fueras un vagón de metro." Pues bien, la frase me gustó, pero odio que las personas tengan la manía de hacerlo, de hacer precisamente eso, entrar y salir cuando quieren, sin dar señales, sin dejar huellas en el camino que te hagan vaticinar que volverán a pasar delante de ti.

Es cierto también que hay ciertas personas que si no vuelven jamás, desearías que lo hicieran al menos por última vez, para poder cerrar los capítulos que se quedaron a medias, finiquitar contratos que se firmaron pero quedaron arrinconados en alguna esquina de un cajón de madera, pronunciar un adiós definitivo o mirarse por última vez con ternura. Despedirse con todos los rencores olvidados y todas las cuentas saldadas.