miércoles, 30 de septiembre de 2009

Lady Vanilla


Hubo un tiempo en que era, (y me llamaban) la chica de la vainilla. Ahora, después de nueve años, sólo acierto a pensar que puedo ser la chica de ayer, o la chica que escribe para sentirse menos sola en los momentos en que le aturde la vida con cosas que no saben bien. Puede que todavía no sepa desprederme de restos de la chica de vainilla que todavía quedan en mí. Puede que no sepa desprenderme de mi sonrisa, aunque me esté muriendo por dentro.

martes, 29 de septiembre de 2009

No me gusta esta lluvia

Me gusta el olor de mi pelo cuando llueve, pero a cambio de este placentero momento y agradable aroma, mis rizos se rizan todavía más. Me inundan las ganas de quedarme en casa, con la manta de siempre y una buena sonrisa en la cara, rodeando cualquier taza caliente. Me gusta estar en casa cuando llueve, y ver la lluvia tras el cristal o escuchar las gotas golpear contra el aluminio de las ventanas. Me gusta estar resguardada, pero no me gusta tanto tener que saltar tantos charcos continuados, mojarme los calcetines, las botas, el pelo, la frente, las mejillas, la ropa, el bolso y los papeles cuando tengo que ir de un trabajo a otra y el tiempo es justo y los coches atentan contra las únicas y pequeñísimas zonas que quedan secas en mi cuerpo. Puede que tenga que aprender a querer más a la lluvia, pero me extraña. No si estoy tan lejos de mi casa, no si tengo que ir con prisas, acelerando con los dos de mis pies. No si me he arreglado el pelo a las 6.33 de la mañana y ya no sirve de nada. No si llego con el 88% de mi ser mojado.
Qué voy a hacerle, no me gusta ni mucho ni demasiado la lluvia. No como fenómeno atmosférico, y mucho menos, como motivo natural de destrucción y/o inundación que puede acabar con partes de nuestro entorno que llegamos a creer, en algún tiempo, que era intocable, invencible.
Mientras, esperaré que venga el buen tiempo y el sol que calienta los poros con el primer rayo de las once de la mañana, con dolor de cabeza y frío en mi epidermis.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Un beso. Me apetecía mandarte un beso.

- 1 beso.
- ¿Un beso?
- Sí, me iba a la cama y me apetecía mandarte 1 beso.

Cuando yo aprenda a no sobrevalorar las cosas, cuando vea y entienda un beso como un beso, normal, sin más, estaré satisfecha. Pero no ahora, que veo esas breves palabras en mi pantalla y que sé que provienen de tus manos, y todo me parece distinto. No sé con qué intención lo harás, supongo que de la manera más sencilla. Y aún así, soy capaz de dormirme con tu beso, imaginado.

Y tú te has ido a la cama, y yo aquí estoy, llevo veinte minutos escribíéndote a ti, o a nadie. Y al mismo tiempo, hacia mi misma, diciendome que esto tal vez no tenga sentido, pero llevaba dias esperando alguna señal de cariño por tu parte, y las más inesperadas, logran ser las más grandes, las más preciadas.

Yo también te mando un beso, aunque no te haya llegado todavía, aunque ya estés dormido para saborearlo, imaginarlo o querer soñarlo. De la voluntad y los más íntimos deseos, depende que a veces soñemos con cosas como ésas: besos largos, cortos, limpios, tiernos, de personas como tú. O como yo.
Todos somos capaces de dar besos que latan, y aún así, ahora mismo me apetecería uno tuyo.
Y si fuera en mi muñeca, en la palma de mi mano, en mi frente o en mi clavícula derecha, sabría conformarme. Ya de por sí me parecería un milagro tenerte a medio metro de mis ojos.
Imagínate un beso.
Sólo uno. Como hoy. Como nunca.

Quizá un día me comprendas

Llevo casi dos semanas diciéndote que volveré a hablarte en diciembre (porque es la única manera de echar freno a mis pensamientos(tú)), pero no lo consigo. Después de una semana vuelvo a hablar contigo y ayer vuelvo a intentar hacerte creer que dentro de dos meses volveré, pero, también sé que se me da mejor pensar en el resto de personas que en mí, y así me va. Que ni pasarán dos meses sin hablarte, que me encontrarás siempre apoyándote sin pedirte nada a cambio (aunque sí necesite alguna demostración, cualquier señal de agradecimiento o compensación), pero, bueno, no nos engañemos, que tú estés de vez en cuando ante mis ojos me gusta. Me sienta bien.
Aún así, ya has dicho dos jueves que me llamarías en fines de semana, y no lo has hecho. No me encargo de reprochártelos por dos motivos:
1. no tengo derecho a hacerlo.
2. no sé si hubiera querido/podido o atrevido a cogértelo... ya sabes: a veces se tiene tantas ganas como miedo... y eso lo escuché en una película española que me gustó. Una película de una pareja que se recita poemas llenos de cosas que de sólo escucharlas, sonríes, te llenas de amor y comienzas a sentir el doble de lo que solías sentir. La soledad te parece mucho más grande y la pasión te parece más pasión.
En fin, sólo (te) escribía esto para convencerme de que no escucharé tu voz, que no sé a dónde irán estas palabras, y que si algún día (por remoto que pueda ser) acaba en tus ojos, me perdones. Tampoco tengo derecho a inundar un pequeñísimo espacio de tu mundo con letras que no pueden decirte nada, porque yo no puedo decirte nada, porque ni siquiera sé el modo en el que puedo influirte.
El apoyo es sólo eso, apoyo, que si no va acompañado de cariño, de poco me sirve. Cómo de poco te sirve (o serviría) a ti hablarme sin contestación alguna. ¿Verdad?
Seguro que me entiendes, y si lo haces, tal vez pueda volver a estar accesible para que me cuentes si comprendes la mitad de todo esto que te digo, o si nadie te había escrito cosas parecidas y por esa misma razón ves incomprensible esta hilera de letras que sólo pueden nacer desde el corazón, que no de la cabeza.
Siento, también, y ya de paso, no saber frenar las ganas de escribir, la velocidad y el ritmo de mis dedos que aprendieron a correr por su cuenta cuando tenía once años.
Siento tener ganas de verte, y siento que sea imposible.

Un nuevo lunar por bautizar

Te voy a contar un secreto, pero sólo uno (y de momento).
A pesar de que desconozco si entre tú y yo existe algún síntoma de telepatía, sólo puedo decirte que mientras venía caminando hasta estas teclas, por el pasillo de mi casa, he pensado en ti, y tras sentarme ante esta pantalla, has aparecido tú.
Eres impredecible, como yo, (parece mentira). Y no sé si es demasiado bueno serlo, quizás si, si se tratan de buenas y bonitas palabras, o de sorpresas gratas. (Todavía pienso en aquella noche no muy lejana en que (me) dijiste que a quien te apetecía darle una sorpresa a mí... Lo pienso y me muero de las ganas, pero cada día que pasa, sé, y me convenzo, que lo dijiste en ese instante porque se te vino a la cabeza cualquier cosa referente a mí, pero para hacer sorpresas, hay que créerselas, y esforzarse, y yo no sé si tú serías capaz, o tendrías ganas de sorprender a alguien que sólo besaste una vez, a alguien que conoces más por fotografías que físicamente).
Aún así, prosigo con la delatación de mi secreto. Hace menos de dos horas que he llegado a casa. Mi madre me ha regalado una sonrisa nocturna y la cena estaba preparada en la mesa de la cocina. Después, y ya delante del espejo, con gotas de agua en todo mi cuerpo, me he dado cuenta que un nuevo lunar ha aparecido en la parte superior de mi barbilla. Es pequeño, claro y apenas molesta. No sé por qué está ahí, sólo sé que está ahí desde hoy, y voy a tener que empezar a estudiar el nacimiento de los lunares.
Bien, pues el secreto va más allá. Cuando lo he visto, he sonreído y he pensado: "Ojalá estuviera aquí, lo viera, lo adivinara, lo bautizara y lo llenara de besos suaves, lentos, húmedos, ardientes...".
Como ves, y como acabo de comprobar, más que un secreto es una locura, una utopía. Algo que de vez en cuando se desea con las personas que menos piensan en nosotros, pero que nos marcaron por algo, por alguna cosa que nadie nunca hizo por nosotros.
Ése era mi secreto, mi secreto de hoy.

Piensa que es la única vida que podemos compartir

sábado, 26 de septiembre de 2009

Si tu veux, je t'apprend le français.


- Me gustaría irme al extranjero, a aprender inglés o frances, por ejemplo. Porque lo cómodo es esperar. ¿Te vienes conmigo?
- Estás loco.
- Anda que tú y yo no nos íbamos a entender bien. Yo cocino.

Y en estos momentos, me muerdo la lengua, cruzo los dedos y dejo de escribir que me encantaría que aprendieras a cocinar crêpes para dos. Que yo compraría postales para decorar nuestras paredes y te enseñaría parte del francés que aprendí en el instituto. Que dejaría atracción por tu piel en cada segundo compartido en cualquier café. En lugar de todo eso, te pregunto si has bebido alguna cerveza, e intento pensar en otras cosas, en otras muy diferentes a estas, pero que, muy seguramente, no pueden ni podrían aportar tanta vida.

Yo te digo que te echo de menos, y tú me hablas de la lluvia

-La verdad que te he echado de menos, no he psaado por mis mejores días y tú siempre has sido un apoyo. No sé si conoces mis días en los que me da por interrogarme por todo lo que hago, estoy haciendo o incluso no hago. Y no sé si quiero seguir esperando a que alguien me llame.
- Decirte que yo también te he echado de menos estos días.
- ¿Y qué tal con tanta lluvia?
(...)

La vida es ahora y contigo

Me hubiera gustado en algún momento de nuestras vidas, poder llegar a decirte: "La vida es ahora, y contigo".
Pero muy seguramente hubieras cerrado la boca, abierto las manos y echar a correr. Así es como reaccionan las personas como tú. E imagino que durante mucho tiempo te seguirán asustando las palabras, las más grandes, o las más pequeñas, pero siempre las más reales. Las que apuntan a tocar el corazón y las que se desnudan antes de ser pronunciadas. Las que pueden quedarse clavadas en la memoria y las que nos persiguen durante años, marcándonos un tiempo, un recuerdo.
Me hubiera gustado, también, que en algún momento de nuestras vidas, tú hubieras querido decirme: "Me llegaste a gustar un segundo en mi vida, pero jamás te lo dije".
Ya ves, en la otra parte de la pared se encuentran al tipo de personas como yo, que se conforman con poco y les basta (casi) nada.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Los lunes felices


Se quedó mirando al primer cigarro de la tarde, sabiendo en aquel mismo segundo, que era, junto a Él, la segunda droga de su vida. Pero, a diferencia de los demás días, no lo encendió; no aquella tarde. Se propuso dejar una de las dos drogas por el momento, ya que deshacerse del recuerdo de la droga ajena asemejaba ser más difícil. Deshechar a cualquier cubo de la basura de la ciudad, sus ojos, sus dientes sonriendo, o la sencillez de sus manos, prometía ser algo más complicado de lo natural.
Prefirió esperar, y también, dejar de fumar. Sumó heridas a su vida con su recuerdo y con los sueños que a veces le avecinaban, aunque, sí es cierto que ningún sueño en el que Él aparecía, le hacía despertar contenta. En ninguno él lograba ser atento y cariñoso al cien por cien. Ella se desquiciaba y al final, fingía no sentir dolor. Pero, como en todos los despertares, se dice a sí misma: "Las cosas no deberían ser así, yo no debería soñarle y él debería volver, debería querer escucharme."
Puede, también, (y lo pensó un tiempo después) que esos sueños esporádicos ocuparan el tercer puesto en el ranking de drogas que le iban matando poco a poco. O, como mínimo, quitándole muchas razones por las que intentar creer en el resto de los mortales. O ya no merecía la pena arriesgarse, o el amor era una mentira, una farsa que se había inventado cualquier otro que había sufrido menos de lo normal, o menos que ella. Pero toda esta historia tampoco le satisfaccía, por lo que, cogió el cigarro de las seis de la tarde, lo miró, intentó sonreír, como si esa sonrisa pudiera vencerle a la nicotina y a su vez, a los ojos oscuros de Él, a su eterna figura. Intentó pensar en un sinfín de cosas que no tuvieran relación ninguna con la atracción, con lo prohibido o con lo malo. Al fin y al cabo, el tabaco era malo y Él, una atracción demasiado amplia en el mapa de su mente y algo prohibido en los centímetros de su piel y en las corrientes de su corazón.
Disimuló las grietas de las paredes en sus domingos de bricolaje y dejó perder todos los mecheros de la casa. Al lunes siguiente, sonrió. El tabaco ya no estaba en su vida, y con (demasiada) suerte, al siguiente lunes, Él tampoco estaría (en forma de recuerdo).

martes, 22 de septiembre de 2009

Toda la razón del mundo

Una pena que nos separen pueblos y pueblos, y no pueda
reñirte.

Olor a pueblo

Hoy, durante cinco segundos, caminando por la calle Mayor, he olido a pueblo. Y me ha recordado al olor del pueblo de mis abuelos. Y me han dado ganas de pararme, pero quizá era demasiado pronto y tenía el tiempo justo como para quedarme de pie ante un edificio más de la ciudad. Sin embargo, al pasar por ahí me he enternecido. El olor ha sido tan bueno, y tan familiar, que me he sentido en otro lugar, y en otra época. Aún así, también debo confesarme, poco a poco me voy enamorando de esta ciudad. Vale que es pequeña, vale que no hay casi jardines ni zonas verdes que la alegrarían mucho más, y la convertirían en una más confortable, pero sí es cierto que desde principios de mes, en que tuve que ir y venir andando a diversos sitios, he ido (re)descubriendo sitios que no conocía o creía olvidados. Me ha gustado cruzar parques por los que sólo caminé dos veces o caminar sonriendo por calles que tienen un encanto que no solemos identificar porque estamos acostumbrados a ellas. Pero sí, me va pareciendo más bonito todo. Plazas que cambian de sillas pequeñas a otras más grandes y más claras, cafeterías que son testigo de mis escritos, o de mis palabras en voz alta con las personas que me escuchan con hoyuelos en sus carrillos. Explicaciones, problemas o alegrías compartidas entre paredes y sobre tapas que nos hacen la vida más bonita.
Así lo pensé hoy, y tenía que decirlo.

lunes, 21 de septiembre de 2009

La vie n'est pas juste (rien juste)

"Creo que es mejor que estemos un tiempo sin hablarnos. Que me conozco. Cuídate muchísimo."
- ¿Mucha agua por allí?
- Ayer te comenté que era mejor no hablar, pero sí, mucha agua...
- ¿Y prefieres no hablar?
- No sé, ayer lo prefería.
- Yo te respetaría si así lo quisieras, pero deberías explicarme por qué.
- No creo que pueda dártelas, más que nada porque hoy no se me está dando bien dar explicaciones a nadie. Pero quisiera que no te enfadaras, simplemente que ayer no me encontraba bien y ... bueno, que a veces tomar distancia de algunas personas viene bien.
- Estoy algo descolocado, pero te respeto.
- ¿Y qué podría decirte para que no estuvieras así?
- Te dejaría pensar uno, dos días, pero que las cosas vuelvan a ser como antes, eso es lo que me gustaría.
- Quizá todo sea más sencillo de lo que parece, pero estos dias he estado pensando mas en ti, mas de lo normal, quiero decir, y para frenar este tipo de cosas, por la cuenta que me trae, es mejor un pequeño "distanciamiento", tambien ayer me encontraba algo mal por cosas que no me dijiste referente a lo que te envié, y con esto sólo intento hacerte pensar que hay días que necesitas solamente que te digan que eso que hizo esa persona te agradó, pero no quiero que te molestes, quiza sea culpa mia esperar de ti lo que solo a veces me dices, entonces para evitar estas sensaciones, que no se como podria definirlas, pues me distancio un poco y ya esta, pero no debe influirte. No soy ni dmasiado ni suficientemente importante para ti como para que te afecte el hecho de que no te hable, pero quiza un dia aparezca y volvamos a hablar de lo injusta que es la vida.
- A mi me gustan tus detalles, pero no sé lo que eres para mí. Ahora mismo, simplemente alguien que me trata genial, que me siento bien cuando hablo con ella, que cuando no lo hago durante algún tiempo, estoy deseando volver a saber de ella, y bueno, pues nose cómo podría definirlo, pero eso es lo que pienso sobre ti.
- Un besito. Cuídate mucho, muchísimo.
- Te echaré de menos.

Oui, la vie est très difficile, et je ne la comprend pas...

...et je le manquerai aussi.

Mejor así

¿Te acuerdas de aquella vez, allá por enero, que hablamos de lo que era que nos subieran al cielo y después bajarnos en cuestión de segundos, de muy poco tiempo? Yo sí me acuerdo, y, bueno...sé que quizá no tenga todo el derecho del mundo a escribir esto, pero durante estos días en los que me has tratado como hacía tiempo que nadie me trataba... me has hecho sentir especial, y viceversa. Por esto, quizá, pensé que todo seguiría igual, que nos dedicaríamos palabras simples pero cariñosas, y que eso me bastaría. Y me basta, o al menos eso pensaba, pero no sé por qué razón volviste al día siguiente con menos palabras, o con las mismas, pero ya sin ese toque cariñoso o cercano en cada una de ellas. Eso me vació un poco. Me desilusionó y me hizo sonreír mucho menos. También sé que no tienes la obligación de decirme cosas que sólo de vez en cuando te apetece decirme, pero como oí una vez, nos acostumbramos enseguida a las cosas buenas, y de eso a las cosas menos buenas, hace que el proceso de acomodación sea más complicado. Así (me) ha sucedido.
Después de decirme que tenías ganas de verme, o de que me hablaras de mis labios o de que me sacaras sonrisas bien caras...después de todo eso, y de mis mails nocturnos, sólo nos queda una ventana con palabras más rutinarias, con tus frases cotidianas, sin, ya, cosas que me hagan irme a la cama enseñando los dientes a la luna.
Y no tengo por qué escribir todo esto porque nunca nos pedimos nada, pero me gustaba sentirme diferente contigo, sentirme bien, en pocas palabras. No sé qué ha pasado, si has conocido a alguien nuevo, si tu vida se está volviendo mucho más bonita... sólo sé que durante una semana he estado más contenta que de costumbre, y tú has tenido mucho que ver en ello.
Después, la ausencia de algún mensaje que esperé como contestación, o la valoración de una canción que no llegó, me hizo pensar que tal vez pude cansarte. Tal vez fui tonta en desearte tanta suerte, o en querer que te acordaras de mí dos noches por semana.
Y ahora, tal vez no haga lo que tenga que hacer, pero es mejor así.

Tiempo para no pensar en ti

Es cierto que nunca pensé en trabajar como relaciones públicas, ni ejercer funciones de secretariado. De hecho, ni me gustan los teléfonos. Soy más de palabras de puño y letra y del cara a cara, del contacto físico, de las risas y las miradas en directo. Es cierto que odio el turno partido, y que necesito tener más tiempo libre, pero, por otra parte, me alegra saber y ser consciente que durante todas esas horas que me veo obligada a estar enganchada al teléfono, a cientos de voces desconocidas y a papeles llenos de números y nombres completos, no pienso en ti. No paro a pensar si has aprobado los exámenes de septiembre, si cumples o no medio año con la chica que te ha enamorado o si todo en tu familia y vida en general, va bien. Intento no pensarlo porque, además, tengo que aprender a ser un poco egoísta con la gente como tú. Me hubiera gustado que en julio, antes de mi llamada, tú hubieras aparecido, que te hubieras preocupado por mí, por saber si era ya o no maestra, o si las cosas en mi vida habían cambiado demasiado. Ni siquiera te mostraste demasiado interesado cuando te dije que tardaría mucho tiempo en volver a Madrid. Y es que las cosas cambiaron, otras más desagradables sucedieron y tú ni siquiera has sido alguien pasivo en todo esto, porque no sabes nada. Y ¿sabes que siento? que si nos reencontraramos, ya no me saldrían tantas palabras. No. Porque sentiría, a primera vista, que habrías dejado de conocerme, casi del todo.
Y si me hubieran dicho todo esto hace meses, no lo hubiera creído. Te juro que no.

Ni un mero pase

Pasa que en noches de domingo cuando ordeno mi habitación y trato de deshacerme de papeles y letras que no me sirven, guardo otras instintivamente, pensando que no me llevarán a ti, hasta ti. Y me equivoco. Ya por la noche, y tranquilamente entre mis sábanas, me dispongo a leer con la luz pequeña y amarilla, qué es lo que escribí hace unos meses. Y esas letras hablan de ti, y de lo que yo siento, o mejor dicho, sentía.
Palabras del tiempo de abril. Palabras que se cargan a pequeñas partes de mi corazón, porque si entonces escribía tanto sobre ti, o sobre lo que tú provocabas en mí, era porque me lo podía permitir. Pero ahora no, ahora no puedo, y leerlo de nuevo sólo me martiriza un poco más. Y no debes tener ese derecho, esa capacidad de seguir influyéndome cuando ya hemos pronunciado la última palabra.
Y vale que sigas apareciendo en voces de locutores, en voces de peces que aparecen en estúpidos anuncios o en los informadores de la mayoría de los telediarios de la televisión privada, pero ya está bien. Ya, ni un mero pase tiene que me acuerde de ti, o que me de por soñarte cuando ni siquiera te imagino en mi almohada.
Ni un mero pase tiene que hayas optado por perder la última oportunidad de intentar retenerme, pero sólo me queda pensar que ni yo te llegué a merecer la pena, ni tú a mí.
Triste darse cuenta de ello. Triste que sea así, al fin y al cabo.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Sin palabras

- Hoy estoy cansada, pero ha sido un bonito día. Ha venido mi madre a recogerme al trabajo, no hay nada como eso, que vengan a recogerte.
- Igual un día te llevas una sorpresa, no sé si buena o mala, pero en definitiva una sorpresa.
- Yo lo que creo es que tú no eres de dar sorpresas, y mucho menos a mí.
- Pues ahora mismo a quien me apetecería darle una sorpresa sería a ti.
- ¿Y por qué?
- Porque me gusta hablar contigo, y supongo que estar contigo también. Y que tengo ganas de verte. Y que a veces me dejas sin palabras.

Helado por compartir

- ¿Tú qué compartirías conmigo?
- ¿Yo? Un helado.
- Algo más...porque yo te acabaría manchando..
- En realidad, no me gusta hablar, me gusta hacer.
- Pero ya que no podemos hacerlo, podemos hablarlo.
- Bueno, ¿quizá algún día, no? Seguro.
- Tal vez.
- Y ese día, ese día será como el día en el que se pierde la virginidad por primera vez. Ese día será mágico.
- ¿Mágico? ¿Y si luego no es así? ¿Y si luego te decepciono?
- Lo dudo.
- ¿Sabes? Yo ahora estoy sonriendo.
- Yo también.
- Y el día que te vea, puede que te comente todo esto, y te pondrás rojo, y te taparás los pómulos con tus manos y me mirarás de nuevo...
- Y sonreiré, y verás mis hoyuelos, y me pondré nervioso y quizá me apetezca besarte o cogerte de la mano y dar un paseo.

Sus ojos felices

Tiene los ojos bonitos. Yo diría que casi mágicos, y sólo los miré una vez. Después, el resto de las veces, por fotografía. Y en todas me pierdo. Busco su mirada, busco mirarme en él. Y después me digo lo tonta que se puede llegar a ser una misma buscando lo no inventado en una foto en blanco y negro, o a color. Poco importa.
Muchas disfrutarán de su mirada sin que él lo sepa. Y él se perderá en las pupilas de otras que tampoco lo sabrán. Yo, mientras, seguiré pensando por qué a veces me cruzo con personas como él, que tienen los ojos expresivos, con un marrón que hipnotiza y con tres de los cuatro sabores que nos hacen vivir: dulce, salado y ácido.
Y es que puedo inventarme cómo pueden ser sus miradas en momentos diferentes. Me puedo imaginar un encuentro en la Puerta del Sol o en Atocha y pensar que él me mirará con dulzura en los ojos, precedida de una sonrisa que calmará los nervios (o no). Y yo, tal vez, sólo sepa mirarle de la manera más vergonzosa de todas, hasta que me diga que debo estar tranquila, que hace frío, que entremos en una pequeña cafetería, que calentemos nuestras manos y nuestras papilas, y que nos apresuremos a hablar de las miradas que han formado parte de nuestras vidas.
Yo sé que puedo inventarme mil cosas que no sucederán jamás, pero a veces invertir tiempo en cosas así, hace que sonriamos, y que le contagiemos esa alegría a nuestros ojos.
Por último ,¿qué puedo decir? que mirando estos ojos no me los imagino tristes, no puedo.
Sus ojos, marrones y felices. El lugar donde a más de una persona le gustaría perderse. Seguro.

Je te rêve après un mois

¿Y qué me dices de esto? ¿Por qué narices tengo que soñar contigo después de tanto tiempo (un mes)? Resulta que casi un mes sin soñarte no me ha hecho daño, pero sí me lo hace pasar el hecho de vivir durante una noche que estás aquí, y que sientes. Que sientes dolor por todo el que yo he sentido a consecuencia de tus actitudes, de tus palabras y de la ausencia de otras que podrían haberme curado a tiempo. Sin embargo, el sueño no podía ser perfecto. Apareces una noche para verme, pero con tus amigos detrás, como si entre los dos fueran a saltar chispas, o como si fueras el ser más cobarde de toda la tierra. Estás, en mi sueño, habitando a doscientos metros de mí, pero la segunda noche, el segundo día, ya no apareces, quizá, porque no quieras aparecer. Y ni siquiera en los sueños logro entenderte. No puedo comprender tu actitud ni en las noches en que alguien lo confabula todo para que aparezcas tú ahí, en mis playas, con la más bella de tus sonrisas. Joder, si es que quien diría que tu sonrisa en un estúpido sueño me haría daño, y me haría recordarte más de lo que debería. Pero ya no es igual. Estos sueños ya no me van quitando porciones de vida que necesito, porque yo sé que tú eres feliz, y eso debe servirme, a mí, y ahora, para que yo también pueda serlo aunque sin ti, y sin esas cosas que a mí me gustaba tener entre tú y yo, aunque fueran inútiles, imperceptibles, o sin significado alguno. Para tí, más que para mí. Y si sirviera de algo pedirle a cualquier Dios que no soñara contigo, lo haría. Si funcionara cualquier hechizo para que no volvieras en noches como ésta, aprendería. Y pondría en alquiler algunas de mis noches para soñarte menos, y más de tarde en tarde.
Y que sigo pensando lo mismo, y es que prefiero que no vuelvas, (si es que lo hiciste alguna vez), y que te vaya todo lo bonito que tú desees. Todo lo que siempre deseaste una vez.

Ganchitos

Puede que tú, sólo tú, pudieras hacerme todo lo feliz que ahora ansío ser, con tres cosas, o a lo sumo cuatro.

Comencemos: la primera sería tu presencia, acompañada de una buena sonrisa (porque lo de bonita es algo obvio que no debería pedirte), unos brazos infinitos y unas manos llenas de calor para darme. Esa presencia iría, también, acompañada de unos ojos abiertos, con ganas de conocer todos mis lunares, mis expresiones momentáneas, mis más escondidas facciones, el girar de mi cuello, las ganas en mis labios, las cosquillas en mis dedos, la suavidad de mi piel y el sentir de mis pechos pequeños. La segunda, sería una manta de cuadros, lo suficientemente grande como para a los dos taparnos. Tú la extenderías, yo te miraría sonriendo diciéndote en susurros lo que se te puede echar de menos. Y ya tapados, vendrían las dos últimas cosas: una película buena y unos ganchitos en boles de colores. Al principio me los comería, después los desbordaría y te tiraría alguno para sacarte de quicio y así perder el tiempo, despistarnos, regalarnos un par de besos, para después volver a la película. Te pediría caricias, después abrazos que me encarcelaran en tu piel, en tus músculos.


Esto, mi vida, con tu ojos, con una manta, con un film y unos ganchitos naranjas, sería la más envidiable de todas.

Falta de tiempo

Nos quedamos en el intento, en las ganas de comernos, empaparnos, absorbernos. Nos quedamos con segundos de tiempo en nuestros labios, con miradas de intercambio, con una despedida extraña, rápida. Nos quedamos con preguntas, con respuestas inventadas, con 18 números en dos agendas distanciadas. Nos quedamos con la gente, con el billar de espaldas, con los cubatas alimentándose de la noche, y yo alimentándome de tu saliva, de la sonrisa de tus pupilas, de la textura de tu barba. Nos quedamos con menos frío y con más risas en nuestras bocas. Nos quedamos con certeza, (¿con ganas?), con falta de tiempo para conocernos, para compartir más que noventa minutos en un pub claroscuro de Madrid. Nos quedamos con esto, y a mi me supo a poco.

Y mi pregunta es:

¿cómo se puede echar en falta a una persona que sólo has visto una vez?

viernes, 18 de septiembre de 2009

Término medio

Después de tanto pensar, he llegado a una única conclusión: todo han sido ilusiones mías. Nunca debí dejar que mi contento corriera por mi sangre como si de la glucosa del primer café de la mañana se tratara. Nunca debí llamarte los sábados alternos durante enero y febrero ni mucho menos contarte mi vida en prosa porque no acerté a ver que en realidad nada de eso te importaba, y sí así era, y yo estoy cometiendo el error de equivocarme, ahora poco importa ya que en esto tenga o no razón. Si te importó en su momento mi vida, debería importarte ahora. Y no es así.
Creo, después de tantas conversaciones compartidas, tantas frases que habían podido (y de hecho, algunas sí) llegar al alma; ahora debería estar escribiéndote otro tipo de cosas, pero no.
No pienso que ninguna relación sea IMPOSIBLE, ni digo eso que oigo de vez en cuando. Sí, ese particular dicho de "Tú eres el agua y yo el aceite, y no nos podemos juntar". Pues bien, aunque yo fuera agua y tú aceite, siempre hay un momento de unión, de mezcla. Tú bien lo dijiste un día: "Una noche de pasión puede tenerla cualquiera..." haciendo referencia a ambos. Yo no pensé en nada cuando leí aquellas palabras. También es cierto que yo no me hubiera conformado con una noche de pasión contigo ni tampoco llegué a pensar en pasar cien noches de ese tipo, como si se pudiera ir más en serio contigo.
Pero la conclusión es clara, y simple: la que falla, soy yo (habrá otros que piensen lo contrario, también lo sé). Resulta que hoy me he dado cuenta que a ti no te van los términos medios. Con lo poco que sé sobre las chicas que te han ido gustando a lo largo de la vida, considero que hay dos tipos de mujeres que te vuelven loco. Las primeras, las típicas morenazas que escuchan tu música, que dicen las palabras que tú dices, y que llevan una ropa específica y oro en cuellos y muñecas. La segunda clase de chicas que te gustan, son todo lo contrario: chicas muy corrientes, con colores y cortes sencillos en sus cabellos, principalmente reservadas, demasiado discretas y conservadoras.
Yo no pienso que un tipo de mujer sea mejor que otro, pero sí pienso que yo no pertenezco a ninguno de esos dos grupos expresamente. Yo soy una mezcla, un conjunto. Yo tengo estilos diferentes de ropa: un lunes puedes verme con un vestido hippi, el martes con uno negro de palabra de honor y el miércoles con un vaquero y una camiseta blanca en pico. Tampoco llego siempre el mismo pelo (rizado, liso, recogido, suelto, claro, oscuro...) No me gsuta el oro, por lo que sólo me compro y me regalan sortijas y colgantes de plata. Por lo demás, ni soy extremadamente recatada ni extremadamente extrovertida, así que nos encontramos en lo que popularmente se dice: una escala de grises. Lo admito, y no me escondo por ello: SOY UN TÉRMINO MEDIO. Y a ti no te gustan los términos medios. Y puedo ser, también, vergonzosa o de lo más abierta en diferentes ocasiones, de ahí mi carácter impredecible.
Por estas razones, creo que nunca me has visto con los ojos que esperé que me miraras a las ocho de la tarde una tarde al final del invierno. Tú eres más de blancos o negros, y yo camino entre la normalidad. A veces me paso a los extremos sí, y opto por el blanco más blanco o por el negro más negro, pero sólo a veces, y es que me gusta ser coherente conmigo misma, con las personas a las que quiero, las que me importan, con las cosas que hago y con mi vida en general.
Y después de tantos compendios de "nuestra historia" otra conclusión se me avecina, y es que tú y yo solamente somos las piezas de un puzzle que aún no han inventado.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Que sea más importante una reunión de amigos y una concentración de rones y whiskies que mi llamada alegre, después de más de tres meses sin sabernos, me duele, me molesta me enfada. Y si las voces fueran garras, mi piel estaría llena de arañazos.
Tu "ahora no es el momento" me hundió. Yo no tuve que enterrar ningún orgullo ni meter mi cabezonería en ningún agujero para llamarte.
Quería saber de ti, y bueno, qué puedo hacer ahora, yo no sabía que tú eras tan diferente.
En resumidas (muy resumidas cuentas) y tal y como decía dicha canción (aunque nunca puse un sueño en la base de tus dedos): FALLO MÍO DAR UN SUEÑO A QUIEN NO SABE TENERLO.
Qué me das y que te debo para cerrar este juego.
Sólo me queda saber dónde irá lo que te di
si no supiste tenerlo y conmigo no ha vuelto.

52 días sin hablarte y la pretensión de olvidarte un poco más

Las cosas no son tan bonitas, ni siquiera son tan fáciles. Y el tiempo demuestra que por mucho que intentemos creer lo contrario, es más fácil ir perdiendo que ir ganando cosas. De ahí que vea (casi siempre) el vaso medio vacío y no sepa valorar, para bien, en algunas ocasiones, las cosas agradables que muy de vez en cuando me ocurren.
Las cosas, además, pueden cambiar en cuestión de meses, semanas, días, e incluso segundos. Aunque eso todo el mundo lo sabe.
3'59'' en mi teléfono (4 minutos exactos en la factura) me bastaron para que después de 8 años conociéndote, te deseara lo mejor, lo más bonito, y así forzar el olvido. Estoy segura que si en el primer minuto de aquella llamada tú hubiera sido más inteligente, yo podría haber elegido cambiar el rumbo futuro de esa conversación, y te habría dicho que todo quedaba olvidado. Pero no, te gustó más ir de duro conmigo, proque hasta ese lunes sabías que yo acabaría apareciendo, dejando de darle importancia a mi dolor.
Sólo ese lunes habría admitido un "Lo siento", en voz baja, pero lo que más me duele no es que ni siquiera lo lamentes, (que también), sino que después de 5 meses algo raros, sigues convencido de que no hiciste nada mal. Si lo hubieras reconocido (aunque para contigo), si hubieras discutido con la voz de tu conciencia y algo, algo de esta amistad, algo de estos últimos meses te hubiera dolido y/o llegado a tocar un poco tu corazón, yo me hubiera conformado. Pero ya no. Y después de tu indiferencia, del dolor y de la rabia que me has dejado, sólo me queda la risa, de ver que ahora estás pensando (quizá) que esto es un enfado infantil más, y que como tú expresaste el día de mi cumpleaños ("estamos distanciados") (¿sólo? apostillo yo). Pero no, hace casi dos meses de esa llamada y estamos donde teníamos que estar. Ya no quiero arreglar diferencias o intentar volver a lo de antes. Ya no me vale la pena, y de pena, más pena aún. Pena es lo que siento por ver hasta dónde has querido que lleguemos.
Yo he querido que se terminara, por fin, y del todo. No me resulta fácil que no sepas (o mucho peor, no quieras) reconocer las cosas. Y, de todas formas, si vuelves, sé que será cuando tú no te encuentres tan feliz o cuando necesites una voz amiga diferente a todas esas que ahora te rodean. Pero los ojos de Laura para leerte y los oídos de Laura para escucharte, puede que ya no estén para entonces. Laura se cansó y todo sigue igual. Me has cansado, y sé que tendría que dormir semanas enteras y seguidas, para sentir que soy alguien nueva, sin necesidad de borrarte porque ya te fuiste.
Por último, un consejo (aunque no sé si a tiempo), no se deja de ser hombre por dar el brazo a torcer, por ser el primero en llamar o por pedir perdón. En realidad, y tal y como oí hace poco tiempo frente al mar, un hombre es aquel que se viste por los pies. Apréndete el cuento.

Ni al mejor postor

Te mezclaría con mis ganas, con los pliegues de nuestras sábanas, con aceites de jazmín, con el frío del aluminio de cada ventana y con el amor de mis entrañas. Te inundaría de besos tiernos y te ahogaría en envidiables sueños. Después te los contaría, y adivinaría en tus pupilas si tú también quieres tenerlos.
Te viviría desde el minuto cero. Te pediría cariño a mansalva en mis días más tristes y guerra en los días más locos. Te extrañaría incluso teniéndote a un centímetro de mi piel en el más cálido de los sofás. Te contemplaría el rabillo de mi ojo y él te preferiría a ti, antes que a Pitt, a Banderas o Kutcher.
Te gastaría al mirarte y después te renovaría. Apodaría cada uno de los lunares de tu espalda y firmaría un contrato con tu voz para que fuera ama del resto de tus lunares. Compraría tus escalofríos y no los vendería nunca, (ni al mejor postor). Grabaría tus latidos, para escucharlos siempre. Tocaría cada noche tu pecho, esperando dormirme con tu compás, tranquilo y sereno.
Te desayunaría en la mañana: croissants, tostadas, tus brazos en mi cintura y mis labios en tu cara. Lamería cada lágrima enterrada en tus poros y sanaría cualquier herida de guerra, aún superficial, en la tierra de tu cuerpo. Gastaría mis fuerzas, mi tiempo; por vivirte ahora, de nuevo. Comienzo.

Propietaria de hoyuelos

Cuéntame tu último sueño, y yo te confesaré la escena más triste de la mejor película que he visto en mi vida. Quédate cinco minutos más y yo te enredaré en la cama. Búscame a la salida del trabajo, y te haré crêpes para compartirlos. Anda por cualquier parte de la casa, y pídeme que te auxilie. Sorpréndeme una noche de enero que yo te enamoraré en noviembre. Escríbeme tus palabras favoritas y yo de ellas te haré un cuento. Pídeme un capricho y comámonos las avenidas a base de paseos enlazados y caricias nutridas. Hazme la cena, el amor y la vida más bonita. Yo buscaré el saquito de tu felicidad por cualquier esquina de la ciudad, y te lo entregaré en mano, que es el modo en que se entregan las cosas importantes. Y te escribiré una nota, y dejaré que la leas sin estar delante o si estoy, de espaldas. Después me giraría, te sonreiría. Me dirías que parezco una cría y yo te diría que adoro tus hoyuelos, y que desde ese momento, todo lo que podría ocupar mi saquito de felicidad, sería eso precisamente, (sólo es): ser la propietaria de esos hoyuelos durante tus noches y tus días.

Ilusiones tempranas

¿Me enseñarías a leer en tus ojos? ¿Me enseñarías a no tener miedo a las tormentas? ¿Me enseñarías a alargar mi paciencia? ¿Me enseñarías a creer más en mí misma?... Puede que quizá no debas ser tú el receptor de estas preguntas, puede que ni siquiera ahora, no fluya nadie especial en esta gravedad a la que yo deba lanzar estas preguntas.
Sin embargo, yo me atrevería a inundar tus ojos de lágrimas, las que ríen. Te dejaría mi aroma en tu almohada, a modo de prolongar mi esencia y presencia. Me atrevería a leerte versos de Benedetti mientras tú cierras los ojos y dejas una luz pequeña encendida. Hablaría en voz baja y te despertaría, también, en voz baja, como se le hablan a los niños pequeños. Te quitaría, en tres segundos, tu camiseta, para sentir tu piel. Te pediría que durmieras sin ella aún en noches de invierno, para darte calor y recibir el tuyo. Te diría todo lo que siento, todo lo que pienso, todo lo que corre por mis venas, a pesar de poder pecar de ser (demasiado) sincera. Te haría cosquillas en tus horas más desprevenidas, y haría surcos en tu pelo cuando creciera un poco más. Te rogaría que durante tres días, no te afeitaras, y que volvieras a ser el de antes. Te diría que de siempre me han enamorado los chicos con los ojos marrones, con el pelo castaño, con la tez morena. Y tú sonreirías, y yo sonreiría si al contestarme, me dijeras: "Pues no busques más, porque aquí me tienes".

lunes, 14 de septiembre de 2009

Hace casi un año, JM.

Él es especial y al conocerle, una sabe que a él también le gusta ser especial para los demás. Él me habló (y de vez en cuando lo hace) de musas, del arte de poetas y toreros. Le vuelve loco la música francesa y me deja nombres de diversas cantantes gabachas, en esa ventana que me acerca, aunque muy poco, y casi milimétricamente, a su mundo. Ha acabado la carrera, y yo también, ya es algo en común. Un punto muy pequeño, casi ni a considerar, pero algo debe tener cuando un uno de noviembre después de un extraño verano y un fatídico y doloroso septiembre, hace que me olvide de todo, mira a mi cubata y después a mis ojos, a los que les lanza un piropo. Yo me fijo en su barba, en su manera de mover las manos y acariciarme. Yo me adueño de su cuello por unos segundos antes de aterrizar en su boca, y temo molestarle, él por su cuenta, parece (a priori) reacio a esa conexión, a ese contacto. Después nada importa, porque acabamos besándonos. No nos conocemos, sólo sabemos, el uno del otro, nuestra respectiva edad y nuestros nombres. Yo, incluso, entre risas, le ofrezco que me enseñe su carné, y así lo hace. Ya no somos tan desconocidos. El tiempo pasa demasiado rápido y aún ni siquiera en ese momento sé como he llegado a esa mesa de billar, pero sé también, en ese mismo instante, que es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Me ha quitado las penas de un soplido, me ha enseñado otra manera de acercarme a unos labios diferentes. Parece, y no dudo que lo sea, buena persona. Tiene el pelo algo largo, descolocado, y me quedo enganchada, a él, de él, durante bastante tiempo. Creo, esa misma noche, a esas mismas (y altas) horas de la madrugada, una pequeña adicción. Una adicción a su barba, a la manera en que mira y a sus palabras. Él es la única persona que en toda mi vida, en lugar de besitos al final de cada mensaje de móvil, ha escrito besito. Sin eses, sin plurales. Al día siguiente escucho su voz, pero ya no nos vemos. El mágico momento de la noche anterior, se convierte en una pequeña añoranza más. Me marcho con un buen sabor en mis labios. Me marcho también, con su número de teléfono, que, sin saberlo, utilizaría muchas más veces, después.

Ya casi es invierno y una tarde, dando una clase de latín, recibo un mensaje suyo, me roba una sonrisa al segundo de abrirlo. Le gustaría mi presencia, y que duda cabe, que a mí la suya también. Sin embargo, no hemos vuelto a vernos. En contraposición, si hemos seguido sabiendo de nuestras vidas.

Yo sé que le gusta Cádiz, escuchar chistes y admira mucho a sus padres. Yo, por mi parte, me acuerdo de él muchas veces, aunque no lo sepa, aunque no se lo diga, o aunque sea algo/muy ilógico. No me importa. Lo hago. Como aquella vez que le hice un vídeo de algunas fotos que me dio. Sigo pensando que aquella decisión le asustó, pero soy así, hago las cosas sin pensar. Pero, hoy he descubierto que le gustan las chicas espontáneas y naturales. Y creo que no me he equivocado tanto. Creo que si estuviéramos más cerca, el uno del otro, ya nos hubiéramos tomado más de dos cafés en algún lugar perdido de la capital y él hubiera compartido conmigo ese helado del que una noche hablamos, a pesar del frío, porque yo le convencería, y le diría, que aquí, en el Levante, se toman muchos helados en invierno. Le mancharía, como no, la punta de la nariz (preciosa, por cierto), y en un caso de menor vergüenza le dejaría una pequeña porción de nata (o del sabor que a él más le gustara en los helados) en la comisura de sus labios, y después, sus ojos me darían o no, el permiso para limpiar esa zona prohibida, deseada. Intensamente deseada.

Él es un chico que en su día me habló de miradas, y que puede dejarte atónita con un par de frases. Después te das cuenta que, como tú misma, hace su vida disfrutando de los placeres más “insignificantes”: un tercio en compañía de amigos de siempre y un aperitivo con sus padres. Un domingo tranquilo y amores que duran (pocos, o muchos) meses. Yo fui partícipe de esa pequeña historia de amor que él me relató una noche y mentiría si dijera que no tuve cierta envidia de aquella estudiante de erasmus. Pero ni el ni yo podemos pedirnos, exigirnos nada. Tengo que aprender a vivir con ciertas limitaciones, como es la de estar tan lejos de él. También podría idearme una historieta, y pensar que aunque viviera en su misma manzana, podríamos no habernos visto nunca, o no haber coincidido ninguna noche, y mucho menos, darnos besos suaves y rápidos, como aquellos, como los del uno de noviembre.

Pero, no por ello dejo de escribirle., Lo hago porque me apetece, a pesar de que pueda molestarle, que, de momento no es el caso y me alegro por ello. Le escribo que sí, que puedo ser provocadora y él me dice que son demasiados pueblos los que nos separan. Me halaga, con lo poco que dice, lo consigue, y hace que esa pequeña adicción vaya creciendo por momentos.
Este verano, para hacer un apunte más, me encontré a su doble en el autobús. Por un momento quise, deseé con fuerza que fuera él, me hubiera sentado tranquilamente a su lado y le hubiera propuesto ir a dar un lento paseo por la playa. Hiciera frío o no, estuviera anocheciendo o no, sin preguntarle si tenía que llegar pronto o tarde a cenar a casa. Me hubiera conformado con un paseo, con rozar su barba con dos de mis dedos, aunque no me hubiera dejado besarle. Pero, con esas pocas cosas, me conformo.

Y es que tiene los ojos demasiado bonitos, y el pelo demasiado atrayente como para no ser acariciado una media de quince veces por noche. Me gusta que existan personas así, y que la vida haga que me cruce con ellas, aunque sólo sea por hora y media, una noche de otoño en Madrid.

Hasta el punto de NO podernos salvar

Podrías haberme querido y yo podría haberte odiado. Podrías haberme ganado y yo podría haberme dejado ganar. Podrías haberlo tenido difícil y tú habérmelo puesto fácil. Podrías haber llegado (a tiempo) y yo haber esperado. Podrías haber sido diferenet y yo podría haberme negado. Podrías haberme admirado y yo podría haberte rechazado. Podrías haber hecho tantas, tantísimas cosas para no estropear esto... y yo podría haber tenido más paciencia pero eso sólo me hubiera servido al principio, cuando dejamos de entendernos, de hablarnos. Ahora, simplemente, hemos dejado de "tenernos" (aunque en realidad nunca supe hasta qué punto te tenía, hasta qué punto ibas a estar ahí para mí). Durante este año este hecho se me vino a la cabeza y me asustaba, sabía que no quería perderte. La paciencia y la dignidad no tienen nada que ver, y tú ni siquiera debiste haber influido en ambas cosas. Has roto partes de mí que dudo mucho que otra persona se siente con tiempo y ganas para recomponerlas, y eso es algo que temo no ocurra nunca y tu fantasma esté siempre acompañándome.
Diría que admiro a las personas a las que les resulta fácil y hasta cómodo, puedo llegar a decir, olvidar a alguien, sobre todo si ese alguien le ha hecho daño. Bien, pues pongamos las piezas sobre el tablero: tú me hiciste daño, no lo reconoces, no sabes siquiera por qué, tampoco te arrepientes ni pides perdón. mYo (hubo un tiempo que sí, y lo sabes) ya no puedo darte más cancha, nporque el partido duró demasiado. Porque me provocaste esguinces, moratones y fracturas en partes de mi cuerpo en las que debiste ser amable. Y estoy (y estuve) cansada.
Las cosas se temrinaron con mi llamada y tú, por tu parte, entendiste otra cosa. Sigues pensando en esta amistad, o no. No puedo permitirse, aún así, volver y si he cambiado, y si este verano me ha hecho ser distinta, y si no vuelvo a recaer (ante tus encantos/palabras), y si no vuelvo a ser lo suficientemente estúpida como para llamarte una noche de debilidad, entonces no habré vencido en nada (porque como tú dijiste cierto día, no se puede sacar beneficio de la pérdida de una amistad) pero sí me habré sentido más fuerte, más capaz. Lo de luchadora lo llevo en la sangre, pero eso no me asegura que consiga todo lo que tengo en mente.
Y en mi mente sigues tu, pero ahora te concibo de otra manera y es que no has sabido cuidarme como debiste haberlo hecho. Pocas veces te pedi cariño, atención... muy pocas. Y en casi todas ellas, me fallaste. No sé como pude voloverme tan ciega y no reconocer en ti ese orgullo que te define. Porque es una pena que por culpa de ese sentimiento y actitud, hayamos llegado hasta aquí, hasta este punto que ya no tiene flechas, ni direcciones, ni carteles a ninguna parte donde podamos salvarnos mutuamente.

De la tristeza, obras de arte

Algunos dicen que el arte nace de la tristeza, otros, que del amor, otros tantos, dicen que las obras maestras son fruto del entrenamiento, de la experiencia directa e indirecta, de los olores que cierto día penetraron en nuestros sentidos, de las montañas aparentemente más bonitas o de cosas, sentimientos o palabras que se contradicen.
Yo creo que el arte, el arte más puro y más inflamable, es el que nace después del dolor, durante el dolor, e incluso segundos antes de ese mismo dolor. Creo que la tristeza, que es capaz de ser expresada de muchas maneras que la alegría o la felicidad, hace que creemos frases que, leídas un tiempo después, cuando todo está más en calma, nos hace tiritar, se nos parte un poco (sólo un poco) el alma, y vemos cómo hemos sido capaces de reconstruir ciertos trozos del pasado que hizo de nuestros días, añicos insalvables.
De la tristeza, del daño causado, autoimpuesto o inesperado, nacen palabras que llegan al epicentro más perfecto del esternón de cada uno de nosotros, al talón de Aquiles, a nuestras muñecas, a la parte posterior de nuestras rodillas, y a todos los poros de nuestra piel.
La pena provoca que escribamos sin demasiado miedo, sabemos que escribamos lo que escribamos, volcaremos porciones y porciones de nosotros mismos en ellas, y nos valdrá, aunque también sepamos, al cien por cien, que cada palabra será nuestra, y que nosotros estaremos expuestos, ahí, en cada letra, en cada acento, en cada signo de interrogación/exclamación, etc; cual maniquí recientemente vestido en escaparates de otoño.
Yo creo que del dolor, pueden escribirse muchas cosas bonitas, aunque no suene lógico, pero hasta qué punto me desecharía yo de cosas que duelen, aunque para ello, también tenga que deshacerme de un léxico que nos provoca desaliento, lágrimas o insomnio.
Hay cosas que duelen y más vale no escribirlas. Y hay otras que nos inspiran, y nos inculcan el valor de escribir y de creernos un poco artistas, aunque sólo sea un poco, y aunque sólo dure un momento.

Quién dijo miedo

Cuando voy caminando por la calle, me guío por mi oído el 50% de las veces, para decidirme a cruzarla o no, es decir, sé que puedo cruzar si no oigo ningún motor lejano, ningún freno desgastado tras de mí o algún claxon pitando tras mi espalda. También me gusta cruzar en rojo, pero eso es algo que viene de lejos. Quienes me conocen, lo saben. Y no tengo miedo. No tengo miedo de que un coche acelre más de la cuenta, porque mis peirnas correrían, entonces, y yo estaría a salvo. No tengo miedo de no esperar a que ese muñeco verde se ilumine para poder cruzar. No me gusta llegar tarde a ningún sitio y aún así, a veces ando sumida en las prisas, por eso tal vez incumpla ciertas normas... No tengo miedo de muchas cosas de las que sí debería tener, pero el tiempo me ha ido acomodando en diferentes situaciones en las que, repetidamente, o no, me he visto involucrada y es por eso que quizá creo estar a salvo de "todo". Pero hoy, mientras regresaba del trabajo y cruzaba caminando una diagonal (aunque a mi madre siga sin gustarle esa manía mía de cruzar las avenidas en diagonal) he pensado que en lugar de tener miedo a ese tipo de cosas, tengo miedo de que me olvides., Aunque quiero asumirlo. De hecho es uno de los planes que tengo que llevar a cabo, y si no es ahora, lo dejaremos para la lista de cosas que nos proponemos hacer para año nuevo. Pero si para entonces, tú sigues paseándote por mis recuerdos, el propósito será algo inútil. Y es que no puedo olvidarme de olvidarte. No te puedo conceder el lujo de pensarte una media de tres días a la semana sólo porque no dejo de sufrir, porque esta amistad ya no tiene nombre. Porque las letras se fueron perdiendo y tú las tiraste a cualquier mar. Y yo preferiría que fuese de repente, que se congelaran los instantes en los que tú has estado y ahora pasan a ser habitables en mi memoria (con su pase VIP inclúido, ocupando una de las primeras filas). Tampoco querría que volvieras para cuando yo ya fuera capaz de no contar contigo. Porque lo de ni contigo ni sin ti, a mi ya no me vale. Es algo que ha desgastado mis fuerzas, y eso es de lo que más necesito a día de hoy. Esas etiquetas no son sanas, y me cansé de ser el gato y tú el ratón, o viceversa, o como narices quieras llamarlo.
No he podido continuar con tu no saber estar, con tus palabras que dolieron (a veces, y mucho), y con esa no-necesidad de no contar conmigo. Entonces, me pregunto ¿si tú has sido (y lo más triste, eres) capaz de extirparme de tu vida, por qué yo no?
Como ves...gasto incluso fuerzas en intentar escribir cualquier respuesta a todo esto, en lugar de escribir sobre el día tan bonito que ha hecho hoy, sobre las cosquillas que me regaló mi madre después de la siesta o del abrazo tan grande y lleno de amor que le di a mi hermano después de tanot tiempo.
Y es, precisamente, después de tanto tiempo, que me aburre todo esto. Me aburre seguir teniendo palabras para ti, y que, a veces, son las mismas, y que todo esto es porque yo siempre conté contigo, y tú no pduiste ser cortés conmigo, o directo, o más sensato, tal vez, con alguien que sólo cometió el error de valorarte hasta el fin de los fines, sin cansancio, en aquel tiempo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Una noche más

Llévame contigo. Pon cuarta. Visitemos nuevos lugares y enamorémonos de sitios escondidos. Después frena, apaga las luces, la radio, la calefacción. Dirígete a mí. Visita mi cuerpo e invierte tu tiempo, (nuestro tiempo) en conoces mis lunares más pequeños. Quédate en las partes favoritas, en aquellos rincones de los que te sientas dueño. Bastémonos de nuestro calor, de nuestra propia y particular música, y de la luz de la luna que llega a estos cristales, alumbrando el éxtasis que empapa nuestro mundo. Aún queda noche, tiempo, ganas, fuerzas y un par de cristales por empañar. Que me busquen tus manos, que tu boca no se detenga, que me acaricie como siempre, sin soltura, con arraigo. Quiero ser tu clavo ardiendo. Hazme creer que yo lo soy todo. Ahora, al menos. Y lo comprenderé. Sé mágico, latente, insaciable, regálame las últimas caricias en mis antebrazos, en la piel fina y blanca no teñida por los años. Arráncame la ropa con tus suspiros, con tu aire caliente y qúédate en mis brazos, te agarraré con mis piernas, esperaré un rato. Quédate dormido, te contaré un relato: dos jóvenes perdidos en un campo olvidado. Un amor consumado, unos sueños cumplidos. Ella, la de los ojos bonitos. Él, la inspiración de sus ratos. Te regalo mi voz y mis labios, no despiertes todavía, no te marches, y no amenaces con abandonarme. Te compraré otra noche. Y aguardaré a tu lado.

En la oficina, te deseo

Acaríciame el cuello.
Desátame la ropa.
Alísame la piel.
No cortes mis alas.
No me quieras poco.
Llega tarde, (pero) llega.
Quédate esta noche.
Límpiame la pena.
Tira lo que sobre.
Recoge mis risas.
Guárdatelas.
Esconde mis temores.
Rodea mis tendones.
Y no me compres flores.
Mándame palabras.
Pierde los relojes.
Ámame.
Respeta mis tiempos,
adminístrate mis horas.
Aparece en mis tardes,
y deseame por las mañanas.
También los domingos,
los días de soles,
de nubes alegres,
de días abiertos,
hambrientos,
frescos.
Quiéreme.
Pronúncialo.
Escríbelo.
No lo firmes, pero asegúralo.
(de alguna forma).
Espérame.
Recógeme cuando termine,
cógeme de la mano,
con cariño, calor, mimo.
No te sueltes de mis dedos.
No abras tus manos,
ni bajes tus párpados.
Mírame.
Porque yo te dibujaré sin verte.
Y estaré presente.
Por tenerte, y contigo.
Si tú quieres, (claro) y por siempre.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Acepto casualidades (pero bonitas)

Si me canso de recordarte, es, en un principio, porque no paro de ver o escuchar tu nombre por cualquier parte. Parece todo esto un estúpido conjuro, o quizá el destino quiere prolongar esta agonía aparentemente infinita, o tal vez tú, desde tu sitio, desde tu punto, quieres que yo no te olvide. Ya no sé ni qué pensar, porque seguramente me equivoque, y seguramente sean simples casualidades.
Pues bien, no sé decirlo de ninguna manera refinada, pero, (y perdonenme), me cago en las casualidades.
Están las bonitas, las sorprendentes, las que te quitan el respiro y las que te van haciéndote sentir peor, paso a paso, casualidad a casualidad. Tú eres de este último tipo de casualidad.
En el colegio, mis niñas de segundo han empezado a jugar con las tizas y después de veinte minutos jugando, se me ha ocurrido mirar hacia la pizarra. Cada línea contenía una letra, estaban jugando al ahorcado, y, como si de una broma pesada se tratara, ahí estaba, tu nombre, tal cual, en mayúscula. Mis compañeras no han notado mi desazón en mis ojos, pero sí, así ha sido. No me ha gustado leer tu nombre, si hubiera tardado cinco minutos más en alzar la vista y mirar al encerado, probablemente tu nombre no hubiera vuelto a mis ojos.
El paso del tiempo me ha hecho darme cuenta que hasta leerlo en silencio, duele. Y si duele, es que algo no va bien. Y yo no quiero, ni ahora ni mañana, que las cosas vayan mal. Pero contigo es así, yo ya lo sé y no hay remedios que nadie pueda darme ni yo misma aplicarme.
Después, he llegado a casa, he dado los buenos días a mi madre desde lejos para ir a darle un beso en la mejilla al poco rato. A continuación, he querido saciar mi sed con una botella de agua, de 50 cl. Y ahí, ahí mismo, donde siempre ha estado y sigue, la radio pequeña, con la voz de un locutor colándose en mis oídos, comentando el caso de un chico, que, sí, (y cómo no!) se llamaba como tú.
Y yo no entiendo nada. Ya no sé si dejar de leer en las paredes, en las pizarras, en los periódicos... y si, además, me niego a encender la radio o la televisión para evitar cualquier momento en que tú vuelvas a mí, aunque por pocos segundos seas. Pero esto me molesta, me desquicia, por partes. Y aunque ya no tanto, no me gusta sentir ahora, algo que me recuerde a ti. Porque, como hace unos meses, has tenido tiempo para volver, para arrepentirte, y eso, a fin de cuentas, me ha cansado del mismo modo que el hecho de escuchar tu nombre y leerlo en sitios donde no debería estar.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Sílabas que no sonaron

Me gustan las palabras inercia, innato y sol. Pero no me preguntes si existe relación entre ellas, porque no lo he pensado, ni lo quiero pensar. No sé tocar el piano, no aprendí a tocar la guitarra y nunca me gustó (demasiado) la clase de música en el instituto, aún así, no paro de escuchar música. Música que me duele, y me duele porque me recuerda a ti, porque la última canción de uno de tus posibles cantantes favoritos, está hecha a nuestra medida, o mejor dicho, a mi medida, aunque es esto lo que tú deberías sentir. No sé si la has escuchado, si pones o no la radio en tu coche cuando llevas a tu novia al cine o la pones en casa cuando estás a punto de dormirte. El caso, (el puto caso) es que llevo cerca de un mes escuchando esa canción por la que suspiro, por la que me pierdo entre paisajes que no son tú, y me pierdo también en esa voz y en esas palabras que me hacen recordar el daño que me has hecho sin pretenderlo (o tal vez sí, pero ya no lo sabré). También me hace pensar en tu libertad, en tu capacidad de afectarme, y gasto tiempo inútil en pensar cómo hubiera sido todo si aquella vez nos hubiéramos visto, o si tú hubieras reaccionado antes de mi llamada, o si, simplemente, hubieras escupido tu orgullo a algún río helado de la sierra de Madrid y hubieras dicho sílaba a sílaba: "Vol-va-mos a em-pe-zar". O cualquier otra frase que hubiera sonado a algo parecido. Pero no.
También esa canción, al escucharla, me pienso que tú la escuchas y mi nombre o mis ojos o mis pómulos aparecen ante ti, e imagino que me imaginas, pero al segundo de que ese pensamiento se instale en las parcelas de mi memoria, ya me digo lo estúpida que parezco, y lo estúpida que también puedo llegar a ser. Y todo porque me quiero inventar otra historia, o quizá porque necesito otro libro donde sumergirme, un libro que no contenga palabras como: castaño, ojos, especial... Porque una vez creí, que además de tus ojos castaños, todo tú eras especial. Ahora siento que he podido equivocarme. Aunque el mayor error de todos ha sido esperar más de ti. O lo justo, pero que a fin de cuentas siempre ha resultado ser: más de la cuenta.
También me olvidé de cómo jugar al ajedrez, y nunca sentí afición por las damas. Supongo que soy mucho más simple que todo eso, y al final de todo, me quedo con el parchís.
Cómo ves, o no aprendo u olvido, a excepción de tu voz. Claro.
Tu voz.

Buenas noches, y buena suerte

El verano no se acaba (oficialmente) y mis pilas no están cargas (aún) a pesar de haber tenido tanto tiempo para pensar, descansar, leer y disfrutar del sol, de la arena y de las siestas en compañía. El verano todavía no se despide y yo me siento extraña. Será que es septiembre. Será que aún hace calor. Será que quiero temporada de medias y días algo menos húmedos. Será que aprendo a no echar de menos de una manera muy rara, será que intento creermelo y no cuela. Será que soy estúpida por repetirme tu nombre o encontrármelo en los sitios más recónditos, a sabiendas de que sólo eso sirve para recordarte un día más. Y es que tu nombre siempre me recordará a ti, R. R. R.... Y no se pasarán por mi cabeza cualquier otro tío que tenga como inicial esa misma R que me reconcome y me hace ser más pequeña.
Debería pellizcarme, hacerme señales en esta piel tostada, (ahora) para no escribir más sobre ti. Me repito (cual cebolla, que hace llorar, por supuestísimo), pero no soy capaz. Sé que sobreviviría a los pellizcos, no tanto a tu ausencia. Pero la he provocado, tú puedes romperla, pero no lo harás. De eso estoy segura.
Será que el tiempo me destruye y me construye de nuevo. Será que el proyecto que idée para olvidarte no es nada viable y nadie supo decírmelo. Será que el tiempo no lo cura todo, (lo jodido, lo realmente jodido es que además de no curarlo todo, nunca cura lo más importante, lo más profundo).
Será que me cansé de cansarme. Siempre lo digo. Será que me odio en momentos como estos. Te dedico horas de sueño y tengo los pies cansados.
No quiero más a tus pies en mi cabeza. No quiero que des paseos por ella, en ella. Porque un día me marearé de tanta vuelta, y no sabré cómo volver a ordenarla. Tú, sigue así, con tu ausencia, con tu silencio, yo me encargaré del resto.