viernes, 26 de junio de 2009

El verano

Me gustan los hombres buenos, pero acabo fijándome en los contrarios. Me gusta la galleta de los helados de Inglaterra y la barba de un chico de Madrid que sólo conocí una vez. Me gusta el sol cuando se esconde en la Almadraba y juega a ser tímido. Me gustan las olas templadas y las guerras de agua con mis amigos. Me gusta el primer mensaje de mi cumpleaños y el reloj estropeado. Me gustan los días largos y las noches eternas. Me gusta el ritmo y las ondas en mi pelo. Me gusta esta paz establecida entre mis rizos y yo. Me gustan los cielos alegres y las tardes ardientes. Me gustan las noches con un par de estrellas y una carta inesperada. Me gusta escribir, pensar(te), quedar(me) y gastar las manecillas del reloj que no tengo en cosas que podría vivir y a lo mejor no quiero, o no me conviene. Me gusta el calor (aunque en su justa medida), la música (pero no demasiado alta) de las tiendas que tienen aire acondicionado, constiparme, toser, caminar y sentir que soy más ligera, más libre, más feliz porque he llegado hasta donde quería llegar.
Me gustan muchas cosas, pero no tanto si no puedo contártelas o relatártelas para que me imagines en/con ellas.
Y aún así, me gusta julio y me gusta agosto. Y me voy a comer el verano.

jueves, 25 de junio de 2009

Otra de tantas promesas

He leído parte de las cosas que te he escrito y he advertido que en febrero, apenas me acordé de ti, y si lo hice, fue porque nos llamábamos, porque tú aún estabas presente y porque querías aparecer, aunque fuera durante 8 minutos y 47 segundos. Sin embargo, durante ese tiempo, la ilusión que creció en mí por otra persona hizo que se apaciguaran todas mis sensaciones, y que mis pensamientos quedaran aparcados en batería, ahí, a lo lejos, sin unirnos del todo.
Me gustaría, por una parte, que fuera febrero, pero sólo porque entonces no te recordaba tanto, y no te escribí ni una sola frase. Pero ahora todo ha dado un giro de 180º, bueno, en realidad lo dio hace tiempo, desde que me dediqué a escribirte casi exclusivamente a ti.
Ahora, a día de hoy, (mejor dicho, a noche), debo decirte que mañana me iré a la playa para no volver a la ciudad en dos meses. Esto no quiere decir que te deje de escribir, muy seguramente lo haré, en los momentos en que me acuerde de tu rostro, el marrón de tus ojos, el castaño oscuro de tu pelo y los lunares de tu cuello. También me inventaré las camisetas de tu verano y el color (más) tostado de tu piel. Me imaginaré tus tardes de piscina y tus paseos en coche cuando quieras despejarte. Me recrearé en tu mundo intentado pensar que nada de esto ha pasado y que seguimos siendo amigos, que estos dos meses simplemente ha sido un espacio de distanciamiento para centrarnos en nuestros respectivos exámenes. Me volveré (todavía) más ilusa y me creeré que una tarde calurosa llamarás para preguntarme si aprobé todos mis exámenes, si ya soy maestra y qué planes tengo ahora en mi vida. Pero también sé que no lo harás, y también sé que todo esto son palabras carentes de sentido, palabras que deberían desaparecer de mi vocabulario y autoborrarse de mi diccionario. Éste que todavía tú no conoces. Yo, mientras, pensaré que tú has tenido un buen mes de junio y que tu verano será bastante feliz. Que tú serás feliz, en definitiva.
Me prometeré no llamarte. Y escribiré un contrato individual para firmarlo y jurarme que seré capaz de no teclear los nueve números de tu teléfono, aunque te miento si te digo que no me gustaría transformar ese contrato en otro dual, en el que tú sí te juraras llamarme una vez por semanas (como antes solías hacer...) e intentar intuir si soy feliz, y si lo soy, cuánto.

domingo, 21 de junio de 2009

Hay cosas que se quieren perder, y otras que se pierden sin querer.
Y yo, de entre esas dos cosas, no sé que he sido para ti.

Idiota

Hoy comienza oficialmente el verano, y me gustaría poder llamarte, aunque solo fuera durante diez minutos para desearte un feliz período estival, y decirte cómo te han salido los exámenes, cómo está todo en tu vida, pero a ti no te hace falta y a mí no debería hacerme falta.
Hoy me doy cuenta que como tú dijiste cierto día, después de saber lo que es verte, a mí me hace falta hacerlo. Es decir...viajar, quedar contigo, verte un rato y hablarte. Que me invites a una coca-cola, que te cuente mis cosas, que nos miremos unas cuarenta veces por minuto y gires la cabeza y yo te pida que no lo hagas. Que me acompañes a comprar cualquier tontería como en diciembre y como en marzo, y que de camino te rías, o sonrías. Viene a ser lo mismo. Se adelgazan tus labios y todo parece estar en calma. Parece que hasta nos llevamos bien, y entonces en ese mismo instante sé que añoraré ese momento. Y que formará parte de mí.
Quizá escriba sobre todo esto para no olvidarlo. Sé, después de tantos años, que si no escribo sobre lo que vivo o lo que me hacen vivir, lo olvido. Y no hay nada más triste que el olvido de las cosas buenas, de las cosas bonitas. Y tú has hecho cosas buenas y bonitas por mí, aunque no hayas sido consciente de ello, o aunque lo hayas hecho sin querer.
Recordemos que un simple beso en la mejilla o el brillo de unos ojos alegres pueden curar viejos rencores, miedos, o ganas de exclamar verdades que no duelen.
Hoy comienza el verano y sé que tú vas a ser muy feliz. Yo seguiré con mi vida, como hasta ahora. Algunas cosas cambiarán los días siguientes... Quizá deje a la persona que me quiere porque yo no siento ni la misma ilusión ni el mismo amor, quizá me entere que he aprobado todos los exámenes y soy maestra de primaria, quizá disfrute del mar y de las olas como hace una década, y quizá vuelva a enamorarme. Pero sólo quizá. Y tú no serás testigo de todo esto, porque no llamarás, porque no te interesarás, porque no querrás saber, porque no querrás oír... y yo extrañaré tu risa por teléfono, tus despedidas por escrito y tus frases que cortan la respiración una vez cada tres semanas. Y me acordaré de tus palabras y las arrastraré conmigo.
Y quizá sienta la necesidad de escribir más sobre ti, pero entonces me enfadaré conmigo y pararé. Dejaré de teclear, me ataré las manos, y trataré de olvidarte. Pero a continuación de todo esto, intentaré engañarme, y no lo conseguiré.
Y volveré a decirme muy despacio lo idiota que puedo resultar si trato de olvidar tus ojos, tu pelo y tus manos. Y lo idiota que soy, al mismo tiempo, de recordar todas esas cosas cuando hasta hoy, ya, todo, ha dejado de merecer la pena.

Permíteme

Permíteme que me diga en alto que tú estás bien, igual o mejor que antes de que yo volviera a tu vida en el mes de septiembre, cuando estábamos a punto de estrenar el otoño. Permíteme que piense que a ti no te ha resultado difícil perderme porque durante muchos años viviste sin saber cuáles eran mis manías, qué es lo que me gustaba o no de la vida, o qué tipo de relaciones me hacían sonreír. Permíteme que me mienta a veces para poder seguir sobreviviendo, y permíteme que me permita el lujo de soñarte extraordinariamente sólo para darme cuenta que tú existes, y que aunque ya no me hablas, yo sí lo hago. De alguna manera. Aunque no sepas que yo te escribo, aunque no sepas que en un tiempo no muy lejano te llegué a desear, aunque no sepas que siempre formarás parte de mí, aunque no sepas que cuando leo o escucho tu nombre en la televisión algo de mí se merma y vuelvo a ser la misma chica vulnerable de siempre. No puedo ser demasiado fuerte por momentos porque en algún momento durante todos los días de la semana te me vienes a la cabeza, a mi cabeza.
Algunos días te resistes a marcharte, otros intento espantar tu recuerdo de alguna triste manera, no siempre acabo consiguiéndolo. Algunos días me gustaría saber qué estás haciendo, qué criterio sigues para valorar las cosas que te rodean y en qué medida eres feliz. Algunos días me intento preguntar si a ti te importa que yo sea feliz, que ame o que (te) odie. Pero ahora da igual.
Pero en realidad, y en lugar de decirte todo esto, tendría que pedirte que no me permitieras que te escribiera (tanto) y tantas verdades, sólo así puedo dejar de desnudarme ante ti y cambiar. Eso que tú dices que yo no sé hacer.
En realidad deberías aparecer, y decirme todo lo que nunca dijiste. Pero te conozco, y te conoces. Y no lo harás. No aparecerás. No me permitirás, y seguirás sin saber que te escribo y aunque lo sepas (si lo sabes, un día), tampoco (y tan poco) importará.

Sueños (II)

Hoy he soñado contigo, y no resulta sorprendente si contamos con que ayer pasé parte de mi tarde hablando de ti con mi mejor amiga. Las cosas en mi vida están cambiando, sólo que sigo pensando en ti. Por eso quizá he soñado que me visitabas, que venías a verme porque lo necesitabas. ¡Qué ilusos resultan mis sueños! En éste... recibía un par de mensajes tuyos que me sorprendían y me dejaban con la boca abierta. En los dos me decías cosas parecidas, qué pena que ahora no los recuerde a la perfección...pero la idea principal era algo así como: “Laura, estoy en camino porque necesito verte. (...) Te quiero!”. Tras leerlos, no podía parar de sonreír, aunque también intuía que ese te quiero era una manifestación de cariño de un amigo más, aunque me hacía ilusión leerlo, porque es cierto que nunca me lo has dicho, nunca me lo has escrito, nunca me lo has enviado. Y gasto el tiempo en suponer que si no ha sido así es porque hasta hace dos meses sólo has ido guardando gramos de aprecio por mi persona, y ya está. Dejémoslo así.
Y yo, mientras, aquí, sin saber qué siento, sin saber por qué narices tengo que soñar contigo, con esos dobles “te quiero” que no son verdad, con una visita múltiple (pues venías con tus amigos y con la chica que te gusta). Comprende entonces que este sueño sea algo raro para mí, intentando entender que venías a verme pero también con la chica de la que estás (y estarás) enamorado. Y el sueño ha sido largo, pero aún así, no nos hemos visto. Me hubiera gustado saber cómo habría sido el final del sueño, supongo que nos hubiéramos encontrado y hubiéramos hablado de cosas parecidas de las que siempre hemos hablado las veces anteriores en que nos hemos visto en Madrid. Y quizá yo hubiera tenido unas ganas irrefrenables de besarte, pero es aquí y ahora que siento que me estoy delatando demasiado, aunque también sé que nunca podría estar contigo porque por extraño que parezca, yo sé que a ti no te basta con que una persona te quiera mucho y para siempre, tú quieres una chica difícil, alguien que se te resista, alguien que te venda sus sonrisas...y yo soy todo lo contrario a eso, pero tú ya lo sabes. Yo, en el terreno del querer, me entrego, y doy todo lo que tengo sin pensar en las consecuencias, y regalo las sonrisas con el deseo de que queden suspendidas en el aire, y para ti, si hace falta. Yo no te lo pongo difícil, nunca lo he hecho. Sólo, si acaso, me ha gustado jugar..¿te acuerdas del juego de los minipuntos? ¿Te acuerdas que yo te decía el modo que preferías para canjearlos? A mí siempre me gustó ese juego. Y sólo he jugado así contigo, supongo que debe significar algo, o no.
También es cierto que con ningún amigo he hecho ese tipo de juegos, que ningún amigo me ha puesto tan nerviosa con tan poco. Tú tienes ese don, si podemos decirlo así. Podrías desprenderte de él, o al menos cuando estés conmigo. Pero bueno...vuelvo a desatar el saco de las tonterías de siempre, tú no vas a volver a coincidir conmigo, ni yo contigo, aunque es una de las cosas que me gustaría que sucedieran, aunque sólo fuera por una última vez, para decirnos qué es lo que nos gusta y nos disgusta de cada uno de nosotros.
Muy seguramente tú me dirías que siempre te han sacado de quicio mis frases, ésas que hacían referencia a que acabaríamos dejando de ser amigos en algún momento, y que no podíamos hacer nada contra eso. Y muy seguramente yo te diría que tienes genio, que no aguantas mis bromas y que no luchas lo suficiente por las personas que te importan y a las que le importas. Y siguiendo en esta línea de realidad...es cierto que no podemos hacer nada. Me hubiera gustado que tus formas hubieran sido otras, que no me hubieras escrito (la y por última vez) con tanta frialdad, con tanta seguridad en ti mismo... y, sobre y ante todo, que no te resultara tan fácil hacerme daño.
Pues me acuerdo el día en que me escribiste que a ti no te gustaba hacerme daño, pero es una de las cosas que no puedes evitar, y una de las cosas que yo tampoco puedo evitar. Por eso me culpo, te culpo.
Bien, el sueño ha finalizado. Me he despertado y he vuelto a dormirme, con la voluntad de querer seguir con ese sueño, pero no ha sido así. Y nuestra situación sigue igual. Y ya no sé qué pensar...

Misterio

Antes no entendía que me gustaras de todos modos. Y ahora mi concepción sobre ti ha cambiado, en parte. No me gusta que siempre quieras quedar sobre mí, que no le des demasiado valor a mis detalles, que nunca me expliques las cosas, que te enfades por tonterías, que le hagas caso antes a tu orgullo que a la amistad que nos unía, que me veas sólo en el momento que tu quieras, que juegues (sólo conmigo), que me des siempre una de cal y otra de arena, que no luches por cosas que para ti solían ser especiales, como yo. Pero he llegado a la conclusión de que tú estás bien, y yo no puedo volver para estropearte tu vida. Aunque pienso que no lo haría el 90% de las veces, pues yo sólo puedo aportarte risas, bromas y porciones de cariño y odio a la vez. Pero tú eso ya lo sabes, ya lo has vivido y posiblemente ya no te haga falta. Hoy hace oficialmente dos meses que no hablamos, y aunque no me gusta contar demasiado los días o las semanas sobre las cosas, (recordemos que no soy de cálculos, sino de letras), lo hago, porque me parece increíble y a la vez estúpido que nos esté ocurriendo esto. No voy a inmiscuirme en todo esto, tampoco me puedo permitir llamarte en cualquier momento de debilidad, de inmensa nostalgia o recuerdo.
Antes me gustaban los fines de semana porque tú o yo marcábamos nuestros respectivos números. No hablábamos más de quince minutos, pero eso me bastaba para estar feliz el resto de la noche (y no entiendo el por qué). Al principio, durante las primeras llamadas, estaba nerviosa, después, fue como una rutina, como algo que “estipulamos” los dos...llamarnos los viernes o los sábados pasada la una de la noche. Aunque siempre he sido yo quien más te ha llamado. También hubo sábados en los que me llamabas por las tardes, y la verdad que era genial. Había mucha confianza depositada y pensé que de verdad era especial, cuando destinabas casi todo el gasto de tu contrato en llamarme. Otras veces me sorprendías con mensajes a las doce de la mañana o a las doce de la noche. Y supongo que yo también lo haría cuando lo hacía algunas madrugadas, y poniendo el móvil en algún altavoz de algún pub en el que sonaba alguna canción que me recordaba a ti. Lo hice dos o tres veces, ¿verdad?
Después me decías que había sido un bonito detalle, y yo me decía que por qué me estaba ocurriendo eso contigo, que por qué en lugar de llamar a otra persona para escuchar alguna canción lo hacía contigo. Pero esto es un misterio, algo que ya no puedo explicarme.
También he pensado durante todos estos meses que tal vez fuera mentira aquello que dijiste de que ya que te habías acostumbrado a verme (una vez, octubre; después de 6 años) y sabías lo que era verme, no podrías esperar mucho para volver a hacerlo, y además también pienso que las demás veces en que me viste no serían tan especiales porque ya sabías lo que era verme, no había pasado demasiado tiempo y no te hacía demasiada ilusión, pero a mí me la hacía, y supongo que eso bastaba. Lo cierto es que llevamos 3 meses sin vernos, y te parecerá un tiempo normal, un tiempo tranquilo, un tiempo sin mí porque no te pregunto sobre los asuntos del corazón, sobre tus exámenes o sobre tus fiestas. Porque no te llamo ni molesto en tu vida, y lo siento si alguna vez lo hice.
Supongo que siempre nos movemos más por las personas que más apreciamos, dudo que yo sólo te tuviera aprecio, y dudo si hubiera algo más.
A veces también siento unas ganas inmensas de volver a verte, sólo para gritarte, para decirte en verso todo el daño que me has hecho, lo tonto que has sido por no arreglar esto, y sobre todo, por no querer hacerlo. Posiblemente después lloraría y tendrías el deseo de irte, de gritarme también o de secarme las lágrimas. Después te abrazaría y volvería a ser todo como al principio Pero sería una rueda, que giraría hasta encontrarnos en esta situación. ¿Tú lo crees?

Y es que tu falta de voluntad, tu bienestar sin mí...me repatea. Y aunque debiera admitirlo (Pronto lo haré), no hace que me sienta más pequeña de lo que me he sentido. Todo se ha ido a la basura, ¿todo? Has querido borrarme ¿para siempre? No son más que preguntas retóricas que nunca me contestarás.Tú no eres de los que escriben emails, ni mucho menos cartas. No eres de los que envían muchos mensajes con besos al final, eres el chico del “chao”, de las frases sorprendentes a veces y de las frases cortantes, otras tantas. Y parto de ahí cuando digo que nunca supe demasiado bien cómo tratarte. También siento que cuando estamos a solas eres diferente, eres más sensible, o más vulnerable, o más cercano, pongamos que sí. O quizá me equivoque. Tampoco te retraes demasiado cuando está el resto del mundo delante, aunque menos yo. Peor creo que es demasiado estúpido seguir escribiéndole a un ordenador sobre alguien que nunca me reconocerá.

Aunque no en tu vida

Desde pequeña siempre me gustó andar descalza, por la playa, por la casa... Ahora me sigue gustando. Y me gusta agarrarme de la mano de alguien cuando estoy segura de sentir algo. Me gusta mirar a una persona para ponerle nerviosa y que esa persona sienta unas irrefrenables de besarme. Y que al final, termine por hacerlo.
Me gusta la horchata, pero no sola, sino con café. Me gusta tener sueños despierta, pero sobre todo, dormida. Sólo así parecen de verdad, sólo así parecen cumplirse.
Me gusta que a veces mi madre venga a taparme como si no hubieran pasado los años. Me gusta recibir por sorpresa, alguna carta, aunque a veces sea del banco. Me gusta despertarme y creer que será un día bonito.
Me gusta escuchar la risa de mis amigos y provocarla en la persona que me gusta. Me gusta la fotografía y los viajes. Aunque no pueda hacerlos, me gusta imaginármelos, o recrearme en otros que ya hice, como si parecieran eternos y tuviera la capacidad de volver a sentir de cerca algo que sentí hace años.
Me gusta la arena húmeda y oscura de la playa a las nueve de la noche. Me gusta ver cómo se escapa el verano entre los dedos de mis pies y las yemas de mis dedos. Entre mi lengua, el agua, el sol, la sal... Me gusta verme cumplir años y a las personas más importantes alrededor de la tarta. Me gusta la voz de mi hermano por teléfono, aunque mucho más poder tenerlo cerca.
Me gustan las reconciliaciones pero prefiero no tener que vivirlas. Me gustan las letras, los libros, las poesías y las postales llenas de frases.
Me gustan las canciones lentas y suaves que te hacen desear tanto. Me gusta quedarme despierta treinta minutos cuando me meto en la cama, y pensar en todo, incluyéndote a ti, a veces.
Me gusta idearme cosas que a pesar de saber que no las viviré, podrían haber sucedido si el tiempo, las voluntades y el destino se hubieran puesto de acuerdo y hubieran firmado un pacto conmigo y contigo y con el resto del mundo.
Me gustan mis ojos cuando ríen y mi sonrisa cuando habla sin decir nada. Me gusta mi corazón cuando palpita por algo que se base en el amor, en el deseo, en la pasión y en el sexo.
Me gusta los huesos de mi cadera y mis pómulos. Me gusta que me miren de reojo y pronuncien mi nombre. Me gusta ver las montañas y soltar adrenalina bailando.
Me gusta el calor reconfortante de las mañanas dentro de mi cama y el frío que me despeja a las siete. Me gustan las calles mojadas que pisan mis pies y las pieles suaves que tocan mis manos.
Me gusta mirarte cuando estás cerca de mí y pensar que es uno de los mejores momentos que puedo vivir. Me gusta querer besarte pero no tanto no poder hacerlo, o retraerme porque no soy yo a quien quieres. Me gusta sentir cosas aunque no tanto no saber por qué son así, de incomprensibles, tal vez. Me gusta escuchar música en tu coche, aunque sólo haya sido un par de veces. Me gusta sonreírte porque sólo así llego a imaginar que podrás quedarte un recuerdo mío más firme, más sostenible...y que habrás elegido una sonrisa para quedártela. Me gusta que me abraces sin que yo te lo pida o porque tú lo necesites. Me gusta sentir tu espalda con mis brazos y mirarte intermitentemente a los ojos aunque me hagan pensar en muchas cosas más.
Me gusta escribir sobre mi vida, pero luego me doy cuenta que apareces tú y dudo si es así porque tú me inspiras o porque hay algo más, sólo en mí.
Me gusta existir, aunque ya no esté en tu vida.

Sueños (I)

Mientras él me dice que me sueña yo me dedico a soñarte a ti. Suena paradójico. O simplemente idiota. Pero no puedo evitar los sueños que tengo. El de esta noche ha parecido ser largo, aunque, a pesar de ello, no avanzábamos, es decir, no nos aproximábamos, tú no te acercabas y yo me mentía diciéndome que no necesitaba mirarte.
Ha sido, por una parte, gracioso... Me encontraba en una playa exótica, y dentro de la habitación de mi hotel, encontraba muchísimos regalos... aunque sólo me acuerdo de unos zuecos de madera rojos. Yo no sabía el destinatario de esos regalos. Después, aparecía un argentino algo mayor ante mí. Era rubio y no paraba de sonreír. Me decía que deseaba conocerme, y que pasara su último día en aquellas playas con él, pero yo, decidí desaparecer, decidí no verle, me sentía algo molesta por aquellos regalos, que, no tenían sentido cuando ni siquiera nos habíamos presentado. Supongo que él se habría fijado anteriormente, en el comedor del hotel, o en los pasillos...
Sin embargo, salgo del hotel y me dirijo a la playa con una amiga, y esa playa se parece muchísimo a la playa a la que acudo todos los veranos, aquí, en el Levante. Y el sueño resulta todavía más extraño...
Porque apareces tú. Estás con un grupo de amigos, de entre los cuales algunos sí son de verdad, supongo que tras haberlos vistos en tus fotografías es algo normal que aparezcan.. Y tú estás con tus gafas oscuras, de RayBan, las mismas que vi en la fotografía que me enseñaste, la misma de la cual opiné, y en la que descubrí tu portátil.
De todas formas, yo te miraba y tú me mirabas en varias ocasiones, de lejos y con la sonrisa ausente. Sin embargo, parecías ser feliz. Muy feliz, sobre la arena, cerca de las olas y disfrutando de días de sol. Yo, me encontraba a unos metros de ti y no eras capaz de venir a saludarme, por lo que me sentí dolida y me cambié de playa. Despejé la zona en la que ya había acomodado mi toalla, bolso y zapatillas, y me marché a más metros de ti. Entonces empezaba a mirarte, intentando disimular, dirigiendo los ojos a otras personas, pero viéndote a ti. Y tú me mirabas de vez en cuando, serio, después algo más sonriente, como si con una sonrisa todos nuestros roces pudieran desaparecer.
Yo he deseado en el sueño que caminaras unos metros hasta mí y me dijeras que querías hablar, dar un pequeño paseo y pedirnos perdón por lo idiotas que hemos sido. Pero no ha sucedido así. Tu indiferencia y decisión de observarme sólo por momentos, me ha provocado el sentimiento de que ya no queda nada entre los dos. Ni confianza ni aprecio. Dos de las cosas que quizá costó construir durante meses y ahora sigo echando de menos. Y no sé qué puedo hacer.
Yo sé que piensas que no te merece la pena hablar con alguien como yo, que le ve siempre la parte negativa a todo, y que siempre te saca de quicio, aunque involuntariamente. No podemos volver a hablar porque yo siempre acabo hablándote de sentimientos y preguntándote por ellos. Y ésas son las típicas preguntas que no te gusta escuchar, ni contestar. Entonces nos volvemos reacios el uno hacia el otro, y se establece esa placa de hielo de la que un día te hablé.
Y ahora no me queda más que seguir hacia delante, sin tus palabras, sin tus palabras de despedida, sin tu voz en mi teléfono dos sábados al mes... sin esas cosas que me hacían pensar que todo podía marchar bien. Que éramos amigos, que nos gustaba esa sensación.
Pero no, no puedo hacer más que intentar dejar pasar más tiempo, evitar este sentimiento de pena que me produce el habernos perdido. Y a la vez, rabia, porque tú no sientes nada, nada de lástima por haber zanjado todo esto. Prescindes de una amistad que igual no significaba demasiado para ti, y entonces yo quiero dejar de soñar contigo, con tus ojos, con tus piernas, tus gafas y tu mirada. Que siempre ha llegado demasiado lejos. Más de lo que yo hubiera querido permitir.
Me canso de muchas cosas, e intento no volver a aparecer. Lo voy consiguiendo. Aunque, probablemente, tenga que volver a hacerlo, aunque por una sola vez sea, si decido al final entregarte todas estas palabras, por escrito, o mediante mi voz. Aunque también presiento que a pesar de todos los párrafos y todas las hojas que he ocupado escribiéndote...terminen por no decirte nada. Y entonces mi paciencia se la habrá tragado la tierra, y tú te sentirás más que orgulloso porque yo no me olvidé de ti, y tu empezaste a vivir sin recordar que yo te llamaba el chico de la cocacola...y muchas otras cosas más.

martes, 16 de junio de 2009

No eres capaz de mirarme a los ojos y decirme qué es lo que sientes. Tampoco de escribirme un par de líneas, y decirme que me has echado de menos.

jueves, 11 de junio de 2009

De memoria

Buscando unos apuntes en la memoria de este ordenador desordenado, he encontrado esto que escribí hace unas semanas. Aunque todo significa lo mismo: echar de menos, extrañar, pena, rabia... es la misma repetición, los mismos sentimientos... Por eso todo es de memoria.

Ríos de impotencia que han corrido por mi cuerpo, y no saben dónde van a parar. Acompañados de sueños que le roban el sentido al aire, para quedárselo. Pasos que retrocedes y palabras que borras del diccionario, de tu boca, de tus leyes. Frases que ya no leeré. Frases que tendré que aprender a no echar de menos.
Como tú. Como a ti.

El tiempo corre a favor mío. No me da tiempo (ahora, en este momento) a echarte de menos. Tampoco a pensarte como antes solía hacerlo, pero sigo pensando...
Hace apenas mes y medio que quería regalarte para tu cumpleaños otra caja, con otro tipo de regalos que no fueran dulces esta vez. Esta nueva caja iba a contener una pequeña cinta que tuviera minutos llenos, y mi voz. Después, un libro cuyo argumento me gustó, y cuyos personajes tienen nuestros nombres. R y L.

Me pareció idóneo el día que lo tuve en sus manos comprarlo y regalártelo, pero me detuve, sabía que, muy posiblemente, acabaría quedándomelo yo puesto que, a ti no te gusta leer, pero, sobre todo y lo más importante, porque siempre hemos vivido en un tira y afloja. Una de cal y otra de arena. Y al final, resulta, que ya he decidido no felicitarte. Nada de cajas, ni de cintas ni de libros.
Nada de nada.

Como las limitaciones, como los capítulos de nuestras series favoritas o como el diálogo de la película que más nos ha hecho llorar...nos lo sabemos de memoria. También me sé de memoria tu número de teléfono, tus apellidos, el lunar que tienes al lado de la boca, en el lado derecho...y muchas otras cosas más. Cosas que no vienen al caso y que tendría que dejar de recordar, u olvidar...que viene a ser (casi) lo mismo.

Pero ahora mismo estoy bien. Tengo demasiadas cosas que hacer como para echarme la culpa de que no te felicitaré.

Y no se trata de orgullo, tampoco de “venganza” si pudiéramos denominarlo así. Simplemente, que el cansancio que me agota a raíz de tu actitud pasada, me hace plantearme y decidirme, al fin, que muchas cosas dejan de valer la pena.
Y tú has decidido que tú, nosotros...no la valgamos.

Lazos que no se cortan por el viento, sino por unas tijeras viejas, algo oxidadas...con voluntad propia, sin pensar. Sin impulsos racionales. Sin nada.
Metáforas que nunca entenderás.

No te preocupes por mí, que yo estaré bien.


(15-V-2009).

Tu recuerdo

Aquella vez (aquella en la que coincidimos durante un mes exacto en la clase de tercero), fui testigo de que tenías una facilidad enorme para leer un folio y aprender, y a la vez memorizar todas las frases que en él estaba escritas. Recuerdo que se te había olvidado que teníamos un examen, y lo leíste deprisa. En ese momento pensé que eras demasiado inteligente. Aunque no por ello pensaba lo contrario hasta aquel día. Recuerdo los días antes de mi mudanza. Nos molestábamos en la clase de inglés. Tú te quedabas detrás de mi silla, arrastrando sus patas con tus pies, y haciéndome rabiar. También lo conseguías con tu regla, que utilizabas para darme pequeños golpecitos en la espalda, en los hombros. A mí no me hacías daño, al revés, de ese modo pensaba que nos estábamos acercando e intuía que podríamos llegar a ser buenos y grandes amigos. Aunque no te miento si te digo que una semana antes de empezar el curso, fui a ver las listas, y encontré tus apellidos y tu nombre un poco más abajo de los míos, en ese momento no sabía qué pensar. Si me alegraba, si no me alegraba... Aunque supongo que al final me pareció todo demasiado corto.
Recuerdo cuando me giré, y te dije que me cambiaba de ciudad. No noté cambio en tu mirada, supongo que era algo que no te iba a afectar aunque yo deseara lo contrario. Recuerdo también tus apodos, y los míos... probablemente yo te los lanzara con cariño, y ¿tú a mí?
A partir de aquel octubre no hice más que preguntarme qué tipo de sentimiento te había embargado al verme por última vez, al saber que no volveríamos a tener ninguna clase juntos, a no hacer ningún examen el uno detrás del otro... Eran cosas sin importancia que por entonces para mí eran un mundo, y significaban mucho. Me decía, a veces, que había tenido suerte que nos hubieran puesto juntos en aquella clase, a pesar de la cantidad de clases distintas que había de aquel mismo curso...
Yo no sé si me echaste de menos, si lo has hecho alguna vez. Tampoco si lo harás de ahora en adelante. Supongo que cuando sientes algo por alguien o cuando has vivido cualquier cosa que te hizo sonreír (alguna broma, alguna frase, alguna caricia o alguna noche de fiesta, todo vale...), todo se te hace más cuesta arriba. Saber que no podrás recurrir a esa persona porque está demasiado lejos... o por el contrario, que podrás marcar su número y escucharla, ahí. Sin embargo...tengo la sensación de que todo esto me sucede a mí, de que a ti no te vale de nada las pocas y breves vivencias que hayamos podido compartir y construir juntos, a base de miradas que generan nervios o bromas que desencadenan risas.
Ahora recuerdo aquellos tiempos y otros más cercanos, en los que todavía podíamos contar el uno con el otro. El tiempo de enero en el que te contaba cómo iban mis exámenes, mis prácticas, las novedades que iban surgiendo cada día con veintitres niños a mi cargo... pero ahora ya no puedo contarte que cada día es más largo que el anterior porque esta espera de que acaben los exámenes es eterna. Porque sólo he hecho la mitad y porque tengo el deseo de acabar la carrera a finales de mes. Porque no puedo contártelo y siento que algo me falta. Porque tampoco sé qué estás haciendo tú ahora en estos momentos, aunque he intentado saber cuándo acabas, cuando por fin eres libre (como tú solías decir...) y comenzar tus fiestas, tus vacaciones...éstas en las que ya no me tendrás presente porque habré dejado de existir. Yo, sin embargo, también alimento otra sensación: y es que a pesar de que intente vivir este verano al máximo, tú estarás ahí, como la última ola del atardecer rojo, como los últimos rayos del sol, como el sabor del primer helado del verano, como el efecto sanante de una herida con la sal del mar...
Seguirás tú conmigo, y seguirá, por encima de todo, tu recuerdo. No hay demasiadas canciones que me emocionen tanto como ésta, y que me recuerden a ti. La última vez la escuché un domingo a las siete de la tarde, en el coche, mientras volvíamos a la ciudad, mi madre mirando hacia la carretera y yo mirando la costa, a través de la ventana, ignorando el libro que tenía entre mis manos, por repetirme la letra de esta canción, por repetirte a ti en mi cabeza.
Que yo me fui, eso está claro, pero tu recuerdo sigue aquí. Rompe fuerte sobre mí. Quema y moja por igual. Y ya no sé lo que pensar, si tu recuerdo me hace bien o me hace mal...
... Sé que te tengo que olvidar.

martes, 9 de junio de 2009

Estupideces

Que huelo a primavera y está a punto de venirse el verano. Que me sobran frambuesas en la boca y me falta el aire de las ocho de la tarde. Que no hace tanto calor por las mañanas y que siento frío al no estar tú. Que el reloj me engaña y me quedo esperando. Que hay dos días en que no me acuerdo de los sueños y enrabieto. Que hay noches que se hacen largas y yo las hago, de una manera asombrosa, todavía más largas. Que aumenta el dolor cuanto más se alarga tu ausencia y que aumenta mi pena cuanto más miro hacia atrás. Que me queda tiempo y lo escribo pero no lo veo. Lo escucho pero no lo aplico. Lo pronuncio pero no lo aprendo.
Que hay obsesiones perdidas, y otras que saben siempre donde quedarse. Que hay dulces que después resultan no llevar azúcar, y fotografías que a pesar de ser guardadas, ya no dicen nada. Que se juntan los momentos, las palabras y los recuerdos. Que no sé por donde tirar. Que quiero tiempo y pensamiento. Que intento y no comprendo. Que el color de tus ojos no me dice nada porque los tengo lejos. Que tengo que dejar de hacer estupideces, escribir estupideces, pensar estupideces... Que tengo, en resumen, dejar de ser tan gilipoyas.

Que las cosas nunca estuvieron tan feas.

domingo, 7 de junio de 2009

Tú eres diferente, y no sé por qué




Sé, insisto, puedo recomendarme olvidarte pero no conseguirlo. Entonces es inútil. Es como esas típicas recetas que les da el médico a los ancianos jubilados que a su vez, reniegan de día y de noche porque creen no necesitarlas. Y más que una recomendación es casi una imposición, para que se encuentren mejor. Así que visto así, creo que tampoco me preocupo demasiado por mi estado anímico cuando me permito recordarte. Pero también es inútil intentar conseguirlo cuando decido estar tranquila viendo una película al lado de mis padres, y de repente, aparece un chico joven que se llama como tú. Te parecerá idiota ¿Cuántas chicas habrás conocido durante estos meses que se llamen como yo o cuántas veces habrás oído "Laura" en la televisión o cuántas lo habrás visto y leído en páginas de libros, de Internet o de periódicos y no habré acudido a tu mente? O quizá no, y solamente sean mis ganas de alimentar tu nostalgia hacia mí, cosa en la que poco (o más bien nada) puedo influir. Supongo que me resigno a muchas cosas.


Eres ese tipo de persona que con nada, transmite mucho; y que con ese nada, logra cambiarlo todo. Eres ese tipo de persona que engancha, y a la vez, produce distanciamientos. Éste último entre los dos dura ya casi dos meses. Nunca me hubiera planteado esta situación después de haber retomado el contacto que me hizo, sin duda, muy feliz.


Yo no sé qué va a pasar a partir de ahora...Sólo sé que me hubiera gustado que hace un mes al leer mis nicks hubieras decidido arrojar lejos y fuera tu orgullo, y abrir una ventana con una simple frase, con tal de retomar lo que yo creí que era importante para los dos. Y lo más inútil de todo...es recomendarme no pensarte, o haber llegado pensar alguna vez que te importé... No se puede pedirle nada a alguien que nunca te quiso, (aunque tú le hayas llegado a querer). Las cosas, triste e irremediablemente, no funcionan así, pero no soy capaz de verlo. Y por ello no tengo remedio. No hago más que repetírmelo por si a base de cargarme de palabras puedo conseguirlo. A mí no me valen los refranes como que el tiempo lo cura todo y cosas parecidas. A mí eso no me va. Es simple teoría, frases que intentan suavizar y minimizar sentimientos de dolor. Pero es que a veces esos sentimientos se instalan, y sí, puede ser todo muy reciente,y puedo ser más feliz, pero por ahora no puedo cambiar de la noche a la mañana. En su día el tiempo pasó factura, me hizo olvidar y sanaron las heridas. Pero tú eres diferente, y no sé por qué.

Feliz cumpleaños

Hoy es tu cumpleaños. Y anoche me acosté relativamente pronto, si contamos con que ayer era sábado y a las doce y media de la noche estaba en la cama. No sé si quería dormirme porque estaba cansada, o para evitar coger el móvil y enviarte un mensaje. Ya he pasado una tercera parte del día sin teclear ningún mensaje de cumpleaños. Ahora solamente me quedan doce horas y media más para no pensarte y no felicitarte.

Si no lo hago es porque creo que hace tiempo dejé de existir para tí, y que, al igual que yo, un mensaje de mi parte sería un estorbo, o, como mucho, un mensaje equiparable al típico mensaje de Movistar o Vodafone que envían todas las semanas, presentando ofertas y promociones de diversos tipos. Y yo no quiero que leas mi mensaje sin ganas y que lo borres al microsegundo de haberlo leído por completo. No quiero eso. Y tampoco quiero felicitarte por otra razón: tú decidiste no querer saber de mí, y sería contraproducente y a la vez ridículo que volviera a aparecer cuando ya no te merezco la pena. O simplemente no te merezco.

Últimamente le doy demasiadas vueltas a la cabeza. Y el hecho de no felicitarte ya lo había pensado, analizado y comprendido. Y eso no está mal para personas como yo, a las que les cuesta decidirse. Aún así... hoy cumples 21 años. Me invento la historia de tu vida. Y supongo que anoche celebraste esa nueva cifra junto con las personas que más te quieren. Y supongo que en resto de tiempo de este domingo recibirás mensajes de la otra parte de personas que no han podido estar contigo y te recuerdan, y te felicitan. Y supongo, también, que no mirarás el móvil, en ninguna ocasión, con la intención de ver mi nombre, o mi número, y mi mensaje de felicitación. Pero, si te digo la verdad y te digo lo que quiero que pasara... sería todo lo contrario. Que en tu día te acordaras de mí, que desearas recibir mi mensaje, y que lo echaras mucho de menos si no lo recibieras, a consecuencia de haber ido recibiendo uno cada 7 de junio durante los últimos 6 años. Yo siempre me acordé de ti. Hoy no iba a ser menos, por ser un año diferente o porque nos hayamos perdido. Eso no implica nada.

He decidido no felicitarte, pero te dejo esta canción a modo de regalo. Sé que te gustaría. Y supongo (sigo en mi línea de suposiciones) que aunque es lo que yo podría decirte, también me gustaría, en cierto modo, que fueran cosas que tú también quisieras decirme.

Feliz cumpleaños.

La mitad de las cosas que no dijiste

Me falta la mitad de las cosas que no dijiste y me sobra la tercera parte de los momentos en que no (me) das señales de vida. Me falta aprender a no tenerte (como siempre) y me sobra tiempo para gastar tu rostro pensado. Me falta una copa de ron para ahogar mis penas y me sobra la noche estrellada para hacerla melancólica con tu ausencia. Me falta esa caída total que me haga saber que no volverás y me sobra el deseo de que puede que sí decidas regresar a mi vida.
Me faltan parte de tus palabras en mi retina y me sobra la inversión de mi tiempo libre en tus ojos. Me falta darme cuenta de lo que tú quieres en realidad y me sobra el ser insistente con lo que me importa. A veces las cosas no funcionan así. A veces, aunque más lo desees, todo deja de suceder. Unos dicen que es el destino, otro que el azar...yo sigo pensando que a veces, tenemos un 4% de posibilidades (en nuestras manos) de poder cambiarlo todo. Sólo hace falta decidirse a coger los hilos que nos rodean y a manejarlos tal y como queramos. Con la intención de hacer algo o no. De decir algo o no.
Me faltas tú y me sobra ese 96% de posibilidades de que el destino juegue conmigo y haga que sigas desaparecido (para mí) durante todo el tiempo que me queda por vivir. Me falta ser más independiente y olvidadiza, y me sobran las cosas que me recuerdan a ti.

sábado, 6 de junio de 2009

El paralelismo de tus lunares


¿Debería decirte que he aprendido a mirarte dos de tus lunares a través de fotografías? No lo sé. Sólo sé que desde que no estás ahí invierto parte de mi tiempo en ver las fotos en las que salimos juntos. Y debería decirte que me gusta el lunar que rodea tu boca. Es gracioso. Tú tienes un lunar marrón a la parte derecha e inferior de tu boca, yo, por contra, tengo un lugar casi del mismo color que mi piel, a la izquierda de mi boca, y en la parte superior. Me di cuenta de ello el otro día cuando miré esa fotografía en la que salimos juntos. Tú mirando al objetivo y yo mirando hacia arriba, sosteniendo un cubata. Y puede que no me contemples feliz en esa foto, porque no estoy sonriendo y pongo un gesto contrario al típico que suele ponerse para las fotos. Pero realmente lo era. Lo fui. Lo recuerdo y casi lo vuelvo a ser. Pero ya nada es lo mismo porque de una manera u otra dejé de tenerte. Dejamos de tenernos.


Bueno, volvamos al principio. Te decía que había aprendido a mirar dos de tus lunares. El primero es ese que habita cerca de tu cara, y es testigo de todos los besos que das. El segundo es paralelo al primero cuando levantas la cabeza y se puede contemplar tu cuello. Son casi del mismo tamaño, y me atrevería a decir que del mismo color. Resaltan, destacan. Porque a pesar de que el color de tu piel es tostado, tus lunares son todavía más marrones. Puede que nunca te hubieras dado cuenta de ello, me refiero a ese paralelismo entre dos de tus lunares. O puede que sí pero que nunca nadie te lo hubiera dicho antes. Aún así, qué más te dará que yo me fije en tus lunares si para cuando leas o escuches esto habrá pasado ya demasiado tiempo...y no me tendrás en cuenta. Mucho menos este tipo de conversación en el que yo te cuento que me gustan tus lunares, o que me gusta mirarlos a través de un documento digital que conservo en esta memoria. A veces me pregunto si no debería esconder esta carpeta de fotografías en algún rincón de este ordenador, para no mirarlas más. Pero sería estúpido. Hace algunos meses fui a revelar unas fotos y en algunas de ellas apareces tú. Y no puedo pasarme la vida escondiendo carpetas o álbumes sólo por no reconocerte. Sólo es necesario evadirme durante tres segundos de esta vida que me pertenece para imaginarte a mi lado, o en tu ciudad, sentado sobre un parque, sobre un banco...o conduciendo tu coche, con esas gafas que bien te quedan...

Creo que voy a dejarte... El lunes tengo el examen más difícil de todos. Siento mucha impotencia. No logro comprender muchos conceptos, y quizá sea porque nunca podré ser de números. Quizá sea porque desde el mío día en que nací estaba planeado que yo destinaría la tercera parte de mi vida a las letras, a escribir, a expresar todo lo que siento. Y en realidad no sé por qué te estoy contando todo esto.

Espero que tengas muchos motivos para sonreír. Luce tus lunares, y sé todo lo feliz que puedas. Me gustaría poder decírtelo, aunque no a la cara por imposibilidad física, sí me gustaría que hubiéramos vuelto a llamarnos.
Pero ahora sólo puedo llegar a ver los créditos de la película. El fin quedó atrás.

viernes, 5 de junio de 2009

6 años, 14 días y 3 horas



1 de noviembre de 2008. Después de 6 años, 14 días y 3 horas, nos volvimos a encontrar. Ese fue uno de los días en que más adrenalina supieron contener mis huesos, aferrándose a todos los músculos que conforman mi cuerpo. Los nervios, al principio y al final, me acabaron delatando. Siempre he pensado que no soy excelente en eso del disimulo cuando las piernas quieren hacerse notar. Temblando. Así me encontraba. Y sólo compartimos dos horas y media después de tantos años sin vernos, sin encontrarnos físicamente.


Dos besos, un leve abrazo y miradas cortas. Puede que en los primeros minutos de aquella tarde del uno de noviembre no fuera capaz de mirarte durante demasiado tiempo. Ese día fue el origen de que meses después te entregara un cd con un título que, en parte, sí tenía sentido. Para mí comenzaste a ser el chico de la coca-cola, y ese mismo chico era el chico bueno, el más simpático, el que se acercaba, el cariñoso y detallista. Nunca pude contemplarte de esta manera porque nunca creí que eras así. Pero la tarde fue bonita ¿verdad? Pero cómo no...le vuelvo a dar demasiadas vueltas a todo.
En teoría estábamos enfadados, pero supongo que, en el fondo, ni tú ni yo queríamos desaprovechar la oportunidad de vernos, después de regresar a esa ciudad varios años después. El reencuentro fue chocante, y alegre. Bonito. También me pregunté qué podríamos haber sentido si hubiéramos estado todos esos años sin hablar y sin mandarnos fotografías. Posiblemente mis piernas hubieran temblado mucho más de lo que lo hicieron, y posiblemente tú hubieras estado nervioso. O quizá lo estuviste, pero tú sí eres bueno en el arte del disimulo y a veces he deseado que no fuera así. Que fueras más explícito, más abierto, más pasional, y te preguntarás ¿por qué? Supongo que desde muy muy pequeña me educaron de manera que acabé siendo una niña cariñosa y cercana. Aún lo sigo siendo. Tú lo sabes bien. Regalo abrazos, besos y sonrisas por doquier. Está en la decisión de los demás la opción de escoger quedárselos. Y yo, la verdad, no sé muy bien qué tipo de decisión has ido tomando respecto a mis muestras de cariño. Supongo que en ocasiones creíste que no era el momento y en otras te hicieron sentir bien, pero cómo ves...vuelvo a imaginármelo todo porque tú no eres de los que explican y yo soy de las que escriben historias al por mayor, y todas me las quedo, también las que hacen daño.

Ojalá hubiera aprendido a ser menos cariñosa. O contigo. Porque sólo así me sentiría menos correspondida con un cariño que no puedo evitar sentir por alguien que de alguna u otra manera siempre formó parte de mí.

Son muchos recuerdos, y esta foto me recuerda a la primera despedida. Resulta paradójico, pero el 18 de octubre de 2002, como bien sabes, no te despediste de mí. Tampoco nunca me diste una explicación. Quizá no tuvieras excusas ninguna, pero a mí me da por pensar...e imagino que por aquel entonces mi marcha no te importaba demasiado, o es que la palabra "adiós" no te gustaba y optaste por no utilizarla. Yo sólo sé que si el 21 de octubre de aquel mismo año hubiera vuelto a clase, y no te hubiera visto ocupar tu silla correspondiente, algo de mí se hubiera muerto, y hubieran acabado muchas cosas. No sé si me comprendes... Tampoco es necesario. No ya a estas alturas en que todo está perdido. O eso creo.

Pero retomo mis pensamientos... tú te despediste de mí por primera vez en esta estación. Con la intención o no de quedarte un rato más mirándome a los ojos. De sonreírme con los tuyos y obtener una decena de sonrisas por minuto de mi parte. ¿Podría haber sido más fácil la despedida? No sé... a mí me costó, e intuyo que a ti te afectaría mínimamente porque no querías subir esas escaleras, después de hacerlo porque yo te lo pedí, te quedaste arriba, mirando, con los brazos cruzados viendo como me marchaba, alejaba, distanciaba... Todo se reduce a lo mismo.

Nos volvemos de nuevo lejanos y tú escondes palabras que nunca dices, sin embargo, eres capaz de dar muchas otras cosas o hacerme inferir el significado de tus sensaciones a través de tus pupilas. Pero nunca creo estar en lo cierto...y cuando lo estoy, quizá sea demasiado tarde, o demasiado pronto. Nunca es tiempo para entedernos.

Sin duda, una despedida no con sabor amargo, sino con un gran poso de alegría en mis mejillas y en mis brazos. Me hubiera gustado explicártelo. Y puede que ahora tampoco sea el momento, pero esto fue lo que sentí. Y quería escribirlo.



Desquicio

¿Te acuerdas cuando el sonreír era casi una obligación y no simplemente un derecho? No te acordarás porque nunca hablamos de eso, aunque sí de mis sonrisas. Cierto día me dijiste que yo sonreía siempre...yo después bromée contigo, diciéndote que algún día tendrias que comprarlas, pero dificilmente puede ocurrir algo asi porque cuando estoy a tu lado, todo cambia, y empiezo a sonreir (como si fuera una niña pequeña a la que le acaban de regalar la muñeca más bonita del mercado. La de los ojos más verdes y la melena más rubia) y te las empiezo a regalar.
¿Te acuerdas que desaparecí un 18 de octubre? No digo de tu vida porque dudo que entonces yo formara parte de ella. Aunque asi lo deseaba. Yo no sé qué pasaría por tu mente aquel día y como ves...despues de tantos meses, sigo queriendo saber qué sentiste, tambien pienso que le doy tantas vueltas que no tiene sentido, que tú nunca sentiste nada, que simplemente se fue una chica más de esa clase, como vinieron otras muchas después, o se fueron muchas otras antes. No sé por qué siempre quise pensar que notarías mi ausencia y que incluso podría llegar a dolerte. Pero algo te duele sólo cuando puedes empezar a construir aprecio por alguien, y sentirlo muy en el fondo de ti mismo. Y yo no puedo pedirte eso, ni antes, y ahora, también mucho menos.

Yo me acuerdo de (casi) todo, y de ti, claro. Me cuesta mirar atrás, y adelante. Pero mucho más equilibrarme en este presente que me ofrece muchas posibilidades y me quedo sentada, porque así lo prefiero, dejandolas pasar. Sólo porque soy demasiado cabezona como para prescindir de alguien que nunca me ha valorado, o si lo has hecho, fue en silencio y durante 4 minutos y medio. Cuatro minutos y medio más que podrías haber destinado a explicarme qué narices soy para ti. Puede que para cualquier otra persona no signifique nada, pero para mí siempre fue importante tu opinión. Pero hay días que pienso que todo eso forma parte de la pelicula más tonta y americana de todas las que podía llegar a montarme.
Y sólo puedo llegar a una irremediable conclusión: No tengo remedio. Y esto me desquicia.

jueves, 4 de junio de 2009

Melancolía añadida

Sólo quedan 3 días para tu cumpleaños. Sólo 72 horas. Y esta vez, este año, se me hará realmente raro no felicitarte a las 00.01 del primer domingo de este junio. Llevo felicitándote alrededor de 7 años, religiosamente, con mensajes, siempre, de cariño, con besos al final y un deseo de felicidad enorme. Pero creo que tú ya lo eres, y tal vez este sea tu cumpleaños más feliz porque lo podrás compartir con esa persona que tanto quieres. 21 primaveras. Y totalmente como extraños. Intentaré, pensar, el domingo en otro tipo de cosas que no sean tú, pero muy seguramente no lo consiga. Y a pesar de que tú no me has felicitado siempre en el día de mi cumpleaños...nunca te lo tuve en cuenta, ¿por qué?. Aún hoy no me lo explico, como muchas otras cosas que en su día creí que me unían a ti.
¿Sabes una cosa? No tiene mucha importancia...pero tú y yo nacimos en martes. Tú en primavera, yo en verano. Aún así...yo quería llegar a este mundo un mes antes. Pero un hombre de bata blanca le aconsejó a mi madre que debía esperar. Como una niña buena, supe esperar. No sé por qué razón querría llegar antes a este mundo. Ahora mismo, si leyeras esto, dirías que escribo tonterías, que no tiene sentido, que tú me has olvidado hace ya demasiado tiempo y yo me resigno a conservar algo que se ha roto en algo más que pedazos. Quizá no haya terminado de abrir los ojos, quizá no sepa cambiar como tú dijiste cierto día que no podría conseguir...pero a lo mejor ya lo he hecho. Me refiero a que a lo mejor he cambiado, un poco, en parte...porque si de otras circunstancias se trataran, y yo siguiera siendo la misma de siempre, muy posiblemente hubiera aparecido a los dos días de discutir entre nosotros, y en tu ventana, lanzándote, primero, frases de un odio imperceptible, para más tarde, reclamar tu atención. Y en realidad...creo que no es, ni tampoco nunca lo fue, tiempo para pedirte perdón continuadas veces, ni pedirte, también, que me prestaras atención, que volvieras a escribirme, que volvieras a mi vida. En definitiva.
Ahora has tenido mucho tiempo para hacerlo. Para retroceder. O simplemente para volver. Pero no has querido. Debes haber estado entretenido, u ocupándote de ser y hacer feliz, cosa que no puedo recriminarte porque no hay nada más bonito que eso en esta vida, aún así, siempre nos podemos esforzar por ser felices, sin tener que causar dolor en personas que alguna vez nos importaron, aunque mínimamente. Yo, en invierno, me decía a mí misma que sabía hasta donde podía influirte... ahora, cambio de opinión. No lo sé. O simplemente debería negármelo, y afirmar que no te influyo en absoluto. Es duro. Todo esto me apena. No sé como cambiar esta sensación y no entiendo por qué me resulta tan fácil escribir sobre ti una media de tres veces por semana.
Aún así...deseo que sigas siendo feliz. Este domingo, y todos los demás domingos de tu vida. Seguro que sabes cómo hacerlo. Puede que no felicitarte sea un paso más, un escalón más, subido, en esta escalera de asimilación de cosas que aún no logro entender. Tú tampoco podrías entenderme, ni yo a ti. Estamos predestinados, también, a no comprendernos. Tú eres paciente, tranquilo...y yo todo lo contrario. Tú usas pocas palabras y yo quizá emplee más de la cuenta, porque quizá me gusta expresar lo que siento y aclarar cada sentimiento, cada sensación que conforma mi cuerpo, mis venas, mi corazón. Tú vives, y a veces, a mí, me falta realismo. Pero todo esto puede cambiar. Seguro que sí.
De todas formas...¿cómo puedo pretender entenderte si ni siquiera me comprendo a mí misma? No sé qué hago aquí, escribiendo todo esto cuando tengo un tema de conceptos estadísticos que estudiar. Son las diez y media de la mañana. Odio que vengas a mi cabeza en horas tan tempranas. No te molestes en entenderlo. Yo sólo quiero tiempo, y olvidar que quiero olvidarte, para poder conseguirlo, al fin, inconscientemente, a ser posible. Porque a veces pienso que siento más tristeza que melancolía, que aunque sean dos sensaciones semajantes...creo que la melancolía pesa más. Y digo esto porque esta sensación te produce que eches la vista atrás en demasiadas ocasiones, y yo acabo cansada, cada noche, de recordar cosas que para muchas otras personas serían detalles insignificantes, sin necesidad de destacar. Por ello, quiero desprenderme de cualquier tipo de melancolía que se haya quedado adherida a mi piel, a mis lunares y a mis pestañas. Quiero días azules, olas revoltosas jugando con mi bikini, atardeceres templados, miradas sanas, el sabor a sal en mi piel, hielos en mi boca refrescando un verano inminente y razones, sobre todo, razones para pensar que puedo vivir sin ti.

lunes, 1 de junio de 2009

Sólo fui ESO

Me gustaría poder pedirle que desgastáramos el colchón a base de besos y caricias, como hace apenas tres meses, pero a pesar de estar lejos, le complico el hecho de poder verme. La excusa principal son mis exámenes, pero ...¿qué pasará cuando éstos se acaben? ¿querré verle? Me inundan demasiadas preguntas que fácilmente pueden agobiarme, si me dejo.
Y me dejo.
Lamento, más tarde, mis errores. Y quizá cometa el error de querer perderle si alimento la sensación de que no le necesito y sólo porque tú ya no estás en mi vida, porque no quieres, no te hace (ni hago) falta. Estás bien con tus cosas y yo siento este dolor como una carga pesada que le cuesta soltarme incluso en los días bonitos y las noches templadas. Estrelladas.
Voy a proponerme aprobar estos exámenes, colmar, después, mis días de verano de agua y de luz. De lunas menguantes y sonrisas rojas.Aunque dice el refrán que del dicho al hecho.....
Con esto quiero que entiendas que ni siquiera yo me pongo fácil la tarea de olvidarte. También he leído que el olvido voluntario es imposible y mi pregunta ahora es ¿cuando olvidaré que quiero olvidarte? ¿o es que no quiero hacerlo? Solo sé que no tenías derecho a acabar así con todo, con esa frase tan fea, resumiendo con el término de TEMA una relación que meses antes definiste tú como AMISTAD. Y definiéndome a mí como especial.
Y bien, después de cosas como éstas... o se te da realmente bien mentir, o yo vuelvo a ser la mismia ingenua de siempre. Me gustaría concentrarme en otras cosas, y en él, sin que estuvieras tú.
Me gustaría dormir más, tomar menso café. Pensar menos en ti, mirar menos tus fotos, o la rosa o el perro que pones de principal. Tus palabras en el nick, también me matan, porque delatan una gran felicidad. Yo dejo de pensar, así, en cómo es hacer el amor con la persona que me desea y tú seguramente lo hagas con la persona de la que estás enamorado (de ahí, tu felicidad, claro...).
Yo, al fin y al cabo, sólo soy un estorbo, la voz de la conciencia (a veces), el razonmiento puro que sólo podía aportarte consejos, la risa marchita, las preguntas infinitas, el libro abierto, el corazón dañado, la chica de los ojos tristes, la de los mensajes con besitos al final.. La de las cajas dulces y miradas robadas. La mujer de los detalles. La persona en la que tú ya no piensas, proque sólo fui una ventana, un pasatiempo, unas simples palabras. Sólo fui eso.