lunes, 5 de diciembre de 2011

Otra casualidad que lleva tu nombre

A veces el destino o la pura casualidad gasta bromas pesadas. Hace dos semanas sonó el telefonillo, eran las cuatro de la tarde. Era un chico preguntando por una chica, precisamente ese chico tenía tu mismo nombre y apellido. Nada más oírlo me quedé bloqueada. Sabía que no eras tú y que ese chico se había equivocado de timbre, pero ese momento me obligó a recordarte. Me obligó a pensar que tu nombre y tu apellido no son lo suficientemente comunes como para que esa voz se colara por el teléfono y los pronunciara. Parece ilógico pero es que me gustaría saber si este tipo de instantes le ocurre con frecuencia las personas. Es una (cruel) anécdota más, pero tenía que sucederme a mí.

No puedo imaginarme tu cara si un día, por casualidad también, una chica llega a tu portal, pulsa tu tumbre por confusión y pronuncia su nombre y su apellido, idénticos a los míos. Estoy segura que no te quedarías con la boca abierta y tampoco creerías que pudiera ser yo, pero quizá sí me recordaras por un instante y tal vez te preguntaras cómo me va la vida.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Clases de sueños

Hay muchos tipos de sueños, sueños que te arrancan lágrimas, sueños con los que revives momentos increíbles, sueños que te llevan a tu infancia otra vez, sueños que te alejan de tu hogar y te llevan a un rincón nuevo y desconocido, sueños donde se te sinceran y donde te confiesas, sueños donde alguien te dice la verdad o donde te cambia la vida. Pero hoy he tenido un sueño divertido y ciertamente gracioso, ese tipo de sueños que te hacen reír y donde te lo pasas bien por lo ilógico que es.
En el sueño de esta noche aparecían ellos dos: JM y un chico de Barcelona algo mayor que él con el que coincidí en un pueblo costero hace dos veranos. Si algo tienen en común, es que “conecté” con ellos dos la primera noche que les vi. Nos besamos y nos intercambiamos los teléfonos y una dirección electrónica para “seguirnos la pista”. En el sueño se suma una casualidad, JM llama por teléfono al chico de la ciudad condal y éste le cuenta que está al lado de una chica que se llama Laura tomando algo en una terraza. Intenta describirme y de repente JM intuye que está hablando de mí. El momento continúa y me doy cuenta que JM conoce a ese chico barcelonés que compartió conmigo un buen rato, resulta que son amigos y JM se sorprende de que el barcelonés no le haya contado que me hubiera conocido, que hubiera bailado conmigo, que hubiéramos alargado una grata conversación. El barcelonés se sorprende también de la ligera molestia de su amigo y acto seguido me sorprendo yo más. No doy crédito a esa situación, ¿por qué ellos dos se conocen? ¿cuál habrá sido su punto de encuentro?
Dicen que la vida te da sorpresas. Yo digo que los sueños también las dan.

sábado, 19 de noviembre de 2011

El adiós definitivo.

No se despidieron en una estación, tampoco en una boca de metro, ni siquiera en un aeropuerto. Se despidieron en un portal, como si de repente hubieran regresado a la adolescencia, etapa que nunca compartieron. Se despidieron con lágrimas, con alguna que otra vana esperanza bien guardada en los bolsillos. Ella guardó la ilusión con mimo en su bolso de mano y él se fue sin darse la vuelta, por no verla llorar más. Habían recuperado sus números de teléfono y sus direcciones siete años después de que desaparecieran el uno para el otro.

Ella nunca esperó que esos dos momentos llegarían: el instante de recuperar su teléfono, saber algo de él otra vez y el momento de decirle adiós por última vez. A veces piensa que el verdadero error fue reencontrarse de nuevo y vivir lo que a lo mejor no debía haber vivido, al menos no con él. Tampoco sabe si hubiera sido tan valiente de no haberse atrevido, o si la espina de no haber hecho lo que deseaba hubiera dolido más que la espina que ahora le recuerda lo mal que se portó con ella. No quiere arrepentirse pero le dolió demasiado. Le dolieron sus palabras, las que dijo y las que no pronunció, el cariño primero y el golpe después. Le dolió hasta sentir ahogarse.

Él se mudó y ella cambió de dirección y de teléfono. Ninguno de los dos recurrió a algún nexo que les pudiera dar información sobre su situación. Él perdió los nueve números que le permitirían volver a escuchar su voz y ella olvidó su número. No volvieron a verse.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Será esto la vida.

Le da rabia no saber el por qué de las cosas, también aquellas que tienen que ver con él. No sabe por qué sin quererlo espera e imagina palabras que muy probablemente él le diría al final, pero eso acaba por no ocurrir y lo único que le queda en el buzón es el desencanto. Sabe que tiene parte de culpa, porque no es sano imaginar que él le dirá "Tenías razón, me has hecho sonreír" o... "Algún día me encargaré yo de sorprenderte, o de ponerte nerviosa" o quizá algo un poco más cariñoso y cercano "Eres pequeña, pero por dentro eres tan grande. Necesitaba decírtelo".

Ella, aún después de no recibir lo que a ella sí le sacaría una sonrisa, sabe que seguirá siendo igual, que seguirá haciendo las cosas porque quiere y con quien quiere, pero también seguirá pensando en el final de ese capítulo, que inevitablemente ella no puede escribir.

A veces piensa que lo que le ha echado en falta era su afecto traducido en palabras, esas conversaciones que a veces duraban horas, y le hacían sentir mejor al final del día. Esas conversaciones en las que él le contaba sus planes, se definía, hablaba de lugares, de reflexiones ajenas y eso a ella le bastaba, pero ha vuelto ante sus ojos y piensa que ya no es la misma persona, o al menos no con ella. Y lo que más teme es que suele acertar siempre con sus sensaciones. Y se lamenta, porque ya no hay inspiración, porque él ya no le habla como antes, porque ya no hay arte, porque todo se fue por la puerta de atrás.

Ahora ella escucha canciones que él nunca tendría en su reproductor y piensa en el café que se tomará esta tarde con alguien que no es él.

Será esto la vida, dice.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Caprichos más, caprichos menos.


Hay momentos en que pienso que nos merecemos pasar un día juntos, pasear tranquilamente por cualquier calle de cualquier sitio, entrar en librerías, tomarnos un café, comer juntos, hablando el uno frente al otro sobre las cosas que nos quitan o no el sueño, contarnos el mejor viaje de nuestra vida, el peor y el mejor momento que hemos vivido y confiarnos secretos que ya poco importan. Dedicarnos miradas sin darle más interés del justo y necesario. Olernos a distancia, sin tocarnos. Ir al mismo compás. Mirar escaparates, echarnos a reír en mitad de la calle por cualquier tontería. Invitarte a cenar y guardarme el ticket como el único testigo de nuestra primera y única cena. Hacerte una foto sonriendo(me). Tomarnos una copa disfrutando del aire que nos da en la cara. Escribirte un adiós en una servilleta para no tener que pronunciarlo y fingir que nos volveremos a ver con un “hasta pronto”. Darme la vuelta esperando que algo de ti se apague por un segundo, que se te aflige el ánimo o te entren ganas de seguirme para decirme que has pasado un día muy feliz conmigo.
Y otras veces, simplemente pienso que tú y yo ya tuvimos nuestro momento, el que nos tocaba vivir y compartir: el roce de tu piel, tus besos regalándome calor en una noche algo fría y una sonrisa a media luz que me delataba lo mucho que me costaba alejarme de ti.
Eso es todo lo que pienso, ahora dime tú que ya vale de decir tantas tonterías.

domingo, 30 de octubre de 2011

Pieles nuevas.

Se conocieron en la quinta planta de la biblioteca. Se rozaron las manos sin querer. Se miraron y ruborizado (después). Se quitaron las penas, los miedos y se desvistieron de vergüenza. Se acompañaron en silencio. Se dijeron a través de las pupilas todo lo que habían dicho a gritos a otros que no eran ellos. Se quisieron sin prisas, sin plazos, sin límite. Se dijeron palabras en idiomas universales. Abrazaron de nuevo tiritando, partiendo de cero. Se descubrieron los lunares, las promesas que ya estaban destrozadas, los capítulos de un pasado frío. Se regalaron un presente. Se declararon valientes, otra vez. Se dedicaron sonrisas. Se prepararon desayunos dulces y meriendas a base de besos con mermelada de arándanos. Se taparon los temblores con mantas de franela. Se miraron y mimaron. Se dijeron la verdad. Se prometieron no perderse para siempre. Cumplieron sus deseos. Tacharon juntos todos los días de su calendario.

viernes, 30 de septiembre de 2011

De aquella forma.

¿Sabes lo que es querer a alguien con el convencimiento de estar haciéndolo de la mejor y más bonita forma? Yo te quiero así, como si al mirar a cualquier punto de luz, pudiera sentir toda la paz que me hace falta, la paz que siento al saber que existes.


Yo le quise de esa forma, me tranquilizaba saber que estaba (cerca o lejos), pero lo importante era eso, que estaba. Pronto cambiaron las cosas, quizá debí haberlo previsto.

Caminé sola hacia casa, desapareció mi sonrisa y descubrí que me acompañaba la sensación de haberle dado más de lo que se merecía, mucho más de lo que yo había recibido. Por eso, por esa sencilla razón nunca me salieron las cuentas.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Reciclando.

Ayer por fin rompí todas esas cartas que guardé con tanto en mimo en mis cajas de colores. Ayer me deshice de recuerdos que ya nada tienen que ver con mi vida actual, con las personas que forman parte de ella y se merecen seguir estando ahí, porque, ¿no es tan difícil portarse bien con alguien, no?
He roto, después de siete años, todas las cartas del primer chico del que me enamoré. En realidad, nada de esto hubiera sucedido si él hubiera sido el chico que yo conocí, y nos hubiéramos reencontrado como Dios manda, con palabras suaves y delicadas, sin rencores de por medio. También hubiera estado bien que no me la hubiera jugado tantas veces seguidas, volviendo cuando le daba la gana aparecer... También hubiera estado bien que yo no hubiera cedido de ninguna de las maneras y que hubiera seguido reticente al mero hecho de vernos. Si un día decidí que no debía estar ya en mi vida fue por un gran conjunto de motivos de peso, potentes. Y esos motivos nunca se los llevó el viento, ni siquiera las palabras. Yo desconozco si se ha vuelto orgulloso, o si tenía ganas de estropearlo todo (aún) más. Yo creo que era mucho más sencillo acercarnos como se acercan dos viejos amigos de instituto que se dan dos besos en las mejillas y se cuentan hechos puntuales de su vida. Pero no sabe portarse bien, no conmigo. Y ha hecho falta 7 años para reciclar todas las cartas que han sido el testigo físico de una historia que creí que soportaría vendavales huracanados. Pero me equivoqué. Aún así, sólo espero no arrepentirme de haberlo hecho, él quería que así fuese, de lo contrario, me hubiera emitido alguna señal, algo que me hubiera servido para captar que quería que esas cartas siguieran existiendo.
Hubo un día que rompí con esa parte del pasado en que estaba él, pero al mismo tiempo, trato de guardar retazos de instantes que viví de manera feliz con personas que en su día fueron especiales. De todas maneras, esto es lo que debía pasar. Y aunque nunca lo ha admitido, aunque alguna vez (me) lo ha negado, no puedo importarle, no después de sus últimas palabras, no después de tanta decepción concentrada y provocada por dos estúpidos sms. Jamás debí abrirle las puertas por tercera y cuarta vez, jamás debí regalarle (más) sonrisas.

En efecto, esto es lo que debía pasar.

Ahora me siento aliviada, y el balance resulta positivo: tengo tres cajas vacías para llenarlas de libros que son igualmente capaces de hablarme y de provocarme sentimientos reales, intensos e inalterables.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Piedras en el camino

Supongo que siempre acabo recometiendo errores por los que después no me perdono. Ese tipo de errores tiene que ver con personas en las que vuelvo a confiar de manera ciega, creyendo que no cambiaron, que siguen siendo quienes fueron, pero no. Supongo que sí, que ya son demasiados chascos los que llevo a mis espaldas, y que creo que todo puede mejorar y que esas personas no volverán a hacer(me) más daño.
Siempre he dicho que no hay nada peor que la indiferencia. Quizá debamos incluir también la palabra desprecio. A veces hace el mismo daño, y se siente el mismo tipo de dolor. Aún así, jamás pensé que ciertas personas a las que les otorgué tanta importancia en mi vida, acabarían haciendome sentir tan mal. Quizá todo sería más fácil si fuera como ese tipo de personas que cuando cierran un capítulo lo cierran para siempre, pero no, yo soy de las que abre el corazón y después se olvida cerrar con pestillo, por si acaso, por si las moscas... e intento ser optimista, pensar que todo puede salir bien. Estoy cansada de dar mi brazo a torcer, de poner todo mi esfuerzo en algo y alguien, para que luego todo se desmorone y alguien te dedique palabras que producen dolor hasta la última vértebra.
Supongo que siempre tiendo a equivocarme con las mismas personas, con ésas a las que creí durante tanto tiempo. Y si me ocurre esto es porque creo demasiado en las mentiras que los demás disfrazan de verdad, y porque creo en la bondad natural e innata de las personas como si jamás fueran a actuar con otro tipo de sentimiento, pero no. Ojalá, de ésta última, haya aprendido suficiente. Ojalá, un día crean sentir el mismo tipo de dolor que han causado en los demás. Ojalá, un día abran los ojos y pidan perdón (aunque a pesar de que dicen que nunca es tarde, yo creo que sí, que a veces es demasiado el tiempo que pasa, y después el perdón sólo sabe a tengo que limpiar esta conciencia mía). En fin, ojalá, aunque tarde, esa conciencia les hable, y les haga sentir la cuarta parte de lo que a mí me han hecho sentir, gratuitamente. Y ojalá, a esta servidora, le de por no dejar de dar segundas, terceras, cuartas, quintas y un sinfín de oportunidades a quien no se las merece.

lunes, 30 de mayo de 2011

Malditas casualidades.

Ayer apareció otra casualidad ante mis ojos, como hace dos navidades cuando el nombre que apareció en mi papelito del amigo invisible era el tuyo. Esta vez, esta vez el lugar al que debo ir a opositar es el instituto, tu, mi, nuestro instituto... el mismo en el que nos conocimos, el mismo en el que nos confesamos inquietudes, problemas y deseos. El mismo en el que nos abrimos el corazón y nos hacíamos reír. El mismo en el que tratabas de cuidarme incluso antes de empezar a estar juntos. El mismo en el que estábamos pendientes el uno del otro. El mismo en el que empezamos a intercambiarnos cartas, llenas de consejos y de palabras suaves. El mismo en el que nos ayudábamos con los dichosos exámenes de biología. El mismo en el que comenzó nuestra historia.

Y al principio me alegré. Me alegró saber que por fin iba a opositar en un sitio que conocía bien, fue a la media hora cuando me entró algo de pánico, sin embargo trato de callármelo y por esa misma razón ando pensando tanto durante varios momentos del día. No te voy a negar que por una parte me va a dar miedo quedarme una hora sola y encerrada en una de las clases en las que tú y yo nos enamoramos. Me va a dar miedo, y quizá pena, y como me invada la tristeza no voy a ser capaz de articular ni una preposición bien dicha.

Hace tiempo me dije que yo no podía volver a ese lugar, porque sé lo que siento cuando piso la entrada o subo esas escaleras. Hace tiempo que me dije a mí misma que sólo volvería por fuerza mayor, y precisamente ahora, esa fuerza mayor ha venido a visitarme, a tirar de mí. Ojalá todo hubiera sido distinto, o quizá, mejor dicho, ojalá yo fuera distinta, menos vulnerable. A cualquier otra persona esto no le sucedería, lo de sentirse tan rara y asustada por pisar un sitio en el que pasó varios años de su vida. Pues bien, a mí me pasa, y ahora mismo no quiero ni pensarlo.

Y tampoco te miento si te digo que en más de una ocasión he pensado en mostrarte esta pequeña parte de mi mundo, concretamente, todas estas entradas que llevan tu etiqueta, pero después lo pienso más fríamente y me doy cuenta que ya te he abierto el corazón de par en par muchas veces, y yo no quiero que malinterpretes, critiques u opines todos estos escritos, quizá porque yo escribo sólo para sentir, y no para valorar.

martes, 24 de mayo de 2011

De inspiración y bocetos.



Él era así, me enviaba textos que invitaban a la reflexión, e-mails en días inesperados y dibujos a medianoche, expresando parte de su mundo, sus inquietudes, sus preferencias, las razones que le empujan a vivir, a disfrutar y a gozar de cada segundo y de cada oportunidad.
Pero también hubo un tiempo en que yo me di cuenta que nada de eso me reconfortaba, quizá no nos supimos comprender. Él no conectó conmigo, yo tampoco supe conectar con él. Y lo cierto es que no había que conectar, simplemente saber estar, saber utilizar las palabras adecuadas. Tal vez mi problema fue querer sentir que él iba a estar ahí, para hacerme sentir mejor en noches intranquilas o simplemente tristes. Todo eso se acabó. Yo necesité desaparecer para él, él no ha vuelto a aparecer. Por eso ya no sé en qué momentos me dijo la verdad, en qué instante fue 100% sincero. Sin embargo, hoy una carpeta de mi ordenador ha querido que me encontrara con esto. Seguro que sigue dibujando en sus ratos libres, y seguro que algún día, cualquier otra mujer que lleve mi nombre le pueda servir de musa.

domingo, 22 de mayo de 2011

Arma de doble filo.

Anoche tenía unas enormes ganas de llorar, me dolía el corazón, el alma y las entrañas. Intenté dormirme deprisa, esa era la única manera de dejar al margen durante unas cuantas horas todas esas cosas que a veces me quitan el sueño y las ganas de reír.


Anoche pensé en muchas cosas, en lo que el tiempo nos cambia (o no), lo que se lleva, lo que nos da, y lo que nos obliga a ver, experimentar... porque, queramos o no, muchas cosas no dependen de nosotros. Pensé en que existen relaciones (de amor, de amistad...) que tienen fecha de caducidad incluso antes de comenzarlas, otras que vives sin saber que algún día se terminarán por cualquier motivo que se escapa de tus manos, y otras que, evolucionan poco a poco para, al final, acabar en el mismo saco de cosas que pasaron y no volverán.


Supongo que ahora estoy cansada, de echar de menos lo que la gente acostumbra a echar de más, estoy cansada de que el resto se piense que no puedo cambiar, que no puedo mirar más por mí, de dar y no sentarme a esperar la mitad a cambio.


Y a fin de cuentas, creo que lo de crearse una coraza no es una idea tan mala, en ocasiones lo más inteligente es usarla, de vez en cuando, en tus momentos más frágiles. Si eso provoca que me vuelva más hermética, o más precavida, pues tendré que aceptarlo, pero abrir el corazón de par en par a todo el mundo se convierte en un arma de doble filo y yo no estoy preparada para hacerme más daño.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Otro accidente del pasado.

A veces el amor es como un viaje, en el que unas veces vaticinas que vas a tener un accidente y otras tantas ni lo ves venir. Yo he vivido varias veces las dos situaciones. Y no sabría decir cuál duele más, supongo que también influye la persona con la que te pegas ese batacazo irreversible.
La parte negativa de mis historias de amor, es que suelo darlo todo sin pedir nada o poquísimo a cambio. Supongo que desde el minuto 1 soy consciente de cuánto me involucro y de todo lo que doy, a pesar de no recibir lo mismo en las mismas cantidades. Quizá porque eso no es lo que más me importa, quizás con la mitad de los sentimientos que yo soy capaz de sentir, me creo y me siento la chica más afortunada del planeta. Y eso no es malo, pero tirarse a la piscina con los ojos cerrados, confiar cuando no hay motivos suficientes para hacerlo y esperar que esa persona sea consciente de las consecuencias de cada uno de sus actos, eso sí es malo, peligroso y contraproducente.
Lo verdaderamente malo de mis historias de amor, es que no sé vivirlas sin poner todos mis sentidos, todos mis latidos, experimentando la felicidad y la tristeza más absoluta, más extrema de todas.
La felicidad ocupa sólo los primeros fotogramas de esas historias, por lo que creo vivir no en sueño, sino en una realidad cuyo argumento es el mejor de todos. Pero después viene la tormenta, la decepción, y, ahí va: los meses de incomprensión, soledad, lamento y lágrimas hasta más no poder.
Lo triste de estas situaciones, es que sé desde un principio que voy a pasarlo mal cuando todo acabe, o cuando las cosas cambien, y precisamente por eso, me enfado conmigo misma, diciendo que no tropezaré con la misma piedra y que la próxima vez me salvaré. Pero no, sólo hago que olvidar cómo sobrevivir, cómo nadar y salir a la superficie, para respirar un poco, y darle vida a este corazón mío.
La gran putada es que si estuviera hecha de otra pasta, si fuera indiferente, si no sintiera con el 100% de mi cuerpo, todo esto no me sucedería. Pero no, nunca he logrado cambiar lo suficiente como para evitarme meses y meses de tristeza causada por la falta de honestidad, coherencia y sensibilidad del resto. Es una putada que por unos capítulos de alegría, después tenga que tragar todas esas estaciones sin entender por qué ocurrió, o por qué a mi... Y ya no sé si la última vez lo veía venir, supongo que sólo esperaba la mitad de todo lo que pasó, y estoy segura que tengo la fórmula perfecta para perjudicarme y buscar más dolor, volviendo a confiar en personas que no se merecen ni terceras oportunidades. De todos modos, aunque me convencí de lo contrario, no vale tanto la pena ser feliz en un breve período de tiempo cuando después sólo te encuentras con mentiras y metamorfosis extrañas, que nadie jamás podría explicarme.
Pero ahora es primavera y sólo quiero olvidar. Este corazón ya se ha desprendido de tiritas que de momento, no le vuelven a hacer falta. No por él. La herida sangró, y cicatrizó en la medida de lo posible. Ahora lo que me apetece es confiar en mi, dedicarme momentos, y comprarme un botiquín (por lo que pueda pasar), nadar a crol y buscar el aire más limpio.

sábado, 7 de mayo de 2011

Aparecer, desaparecer, reaparecer.

Hace hoy cerca de 8 meses que escuché una frase que me gustó "No puedes entrar y salir de mi vida como si fueras un vagón de metro." Pues bien, la frase me gustó, pero odio que las personas tengan la manía de hacerlo, de hacer precisamente eso, entrar y salir cuando quieren, sin dar señales, sin dejar huellas en el camino que te hagan vaticinar que volverán a pasar delante de ti.

Es cierto también que hay ciertas personas que si no vuelven jamás, desearías que lo hicieran al menos por última vez, para poder cerrar los capítulos que se quedaron a medias, finiquitar contratos que se firmaron pero quedaron arrinconados en alguna esquina de un cajón de madera, pronunciar un adiós definitivo o mirarse por última vez con ternura. Despedirse con todos los rencores olvidados y todas las cuentas saldadas.

viernes, 29 de abril de 2011

A veces, la vida.



A veces me cansa la vida, se me hacen pesados los días grises y en ocasiones, me dan ganas de enfadarme por no llorar. Y asustan tantas cosas, que es bastante sencillo sentirme perdida, o seguir siendo la que eras, destinando el 99% de tu tiempo en hacer feliz al resto, olvidando así que tú tenías varios sueños, pero recordando que algunos siempre serán inalcanzables.


Quizá el truco esté en buscar un poco de alegría en los días tristes, o en sonreír al camarero de esa cafetería en la que te trata siempre tan bien, o en llorar todo lo que se te antoje en esa sala del cine donde te quedas desnuda emocionalmente por culpa de diálogos que te aprietan el alma. Y al fin y al cabo, eso es la vida. Cansarse, coger energía y ponerse en pie.

martes, 26 de abril de 2011

Tenías que "volver".

Me gustaría mucho más decir que anoche el camión de la basura me despertó soñando contigo, pero no, me encontró pensando en ti.

miércoles, 13 de abril de 2011

Tú no.

Creo que precisamente tú no puedes joderme esta primavera. Creo que me has decepcionado más de la cuenta, ahora lo veo (por fin), y sobre todo, lo he sentido. Te di las oportunidades que no te merecías, te regalé tiempo que perdiste en vano y sobre todo, te quise de verdad.

Tu tono y tus palabras han sido como una bofetada inesperada que hace daño en un rostro débil. Eso es algo que no voy a olvidar, que precisamente tú te hayas especializado en hacer daño a la persona que muy probablemente te habría querido sin pedirte nada a cambio, sin reprocharte todo lo que faltó, o todo lo que sobró.

Pero eres tú quien no abre (ni abrirá) los ojos. No tuviste narices suficientes para aceptar que me habías hecho daño, tú preferías otras palabras tipo "me porté mal". Pero en mi idioma viene a significar lo mismo, no podrías haberte portado mal conmigo sin haberme hecho daño. Una cosa no excluye la otra, y a estas alturas, es triste que tú no sepas darle el significado real a todo eso, o creer en lo que he sentido siempre. Es penosa esta actitud que he tenido aunque tú no la vieras: esperando cualquier señal que me aliviara un poco el corazón. Pero ahora ya no me hacen falta tiritas, ni caricias de tus manos, ni otra clase de palabras. Lo que quiero es no cruzarme con personas que me recuerden a cómo olía tu cuello, o no reconocer cualquier cosa tuya en otras gentes. Eso es lo que quiero, y hacerme más fuerte para no cometer el gran error de volver a confiar en ti.

Pero como he escrito al principio, tú no vas a estropearme esta primavera mía. ¿Lo has oído? Voy a ponerme guapa y voy a irme a trabajar con una sonrisa pintada en mis labios, agradeciendo este sol, este miércoles alegre.

lunes, 21 de marzo de 2011

Bienvenida, primavera.

Que la primavera me sonroja la cara y ventila de par en par las algunas de las penas de mi corazón. Que me inspira alegría y el deseo de encontrarme con el sol, de salir ahí afuera y darme de bruces con sus rayos, ésos que pintan de café con leche mi piel. Que la primavera es multicolor en sí misma, y pinta de colores pasteles y marinos nuestras voces, nuestros cuerpos. No solemos tener demasiado tiempo como para contemplar una flor en su máximo esplendor, en su punto de belleza más álgido. No apreciamos la belleza de las cosas con las que no podemos comunicarnos, pero recibimos mucho de ellas: aromas, sensaciones, luz y sonrisas. Pues dudo mucho que alguien no sonría cuando le regalen una flor, le inviten a un té o le abran la ventana a la vida. Esas cosas no nos traducen ninguna palabra, no nos afectan lingüísticamente, pero sólo eso. No hay contactos verbales, pero nos llegan al corazón. Que la primavera es bella, y transmite su esencia a las gentes. Y yo me dejo llevar por el sol y el viento ligero que me da en la cara. Y me dejo llevar si alguien me busca la mirada, como si quisiera sumergirse en esta estación a través de mis ojos. Y me dejo llevar por las personas buenas, las que sin proponérselo un solo instante, te hacen sentir bien. Y les resulta fácil. Que la primavera dura prácticamente lo mismo que el resto de las estaciones, pero que me encantaría que se prolongara en el tiempo, imponiéndonos esos colores alegres y vivos en nuestras retinas, como si no fueran a apagarse nunca, como si ni siquiera nosotros tuviéramos el poder de volver los días grises por los saldos de nuestra tristeza. Que la primavera ha llegado, que la estaba esperando, y que ojala se haga notar todos y cada uno de sus días.