viernes, 25 de junio de 2010

Érase una vez, dos desconocidos: dos completos desconocidos.

No sé si la palabra extraño está por encima de la categoría de desconocido. Y ni siquiera sé por qué extraño significa todo lo contrario al verbo extrañar. Son dos palabras siamesas semánticamente hablando, y, si te paras a pensar, tienen significados distintos. Completamente distintos. Como tú y como yo. ¿Lo ves? Somos como esas palabras. Distintos, demasiado diferentes como para poder volver a encontrarse en el mismo metro cuadrado.
Yo no sé si pasamos de amigos a extraños, o directamente, a dos seres desconocidos. Sólo sé que se nos ha quedado a cero el saco donde guardábamos los motivos para saludarnos (todavía). Sólo sé que ayer lo único que deseaba era no verte, sólo sé que prefería madrugar y levantarme más temprano para no encontrarme contigo, sólo sé que tú eras el chico de la guitarra al hombro y ahora eres el chico del teléfono móvil. Dios, qué pena. Ya no me inspiras emoción.
Lo que sí sé es que ya ni siquiera queremos mirarnos a los ojos. Lo único que sé es que te has pensado cien veces en ese microsegundo el rozarme el brazo con la palma de tus manos. Quizá por eso ni siquiera he notado la "caricia". ¿Acaso con eso pretendías desearme suerte? No. Las cosas no funcionan así. La suerte no se desea por diplomacia, y si es así, teniás que haberlo hace mucho tiempo, cuando comenzó todo. O cuando las cosas me fueron mal. Pero no ahora.
Y sí. Ahora más que nunca, hoy más que nunca, me he dado cuenta que somos dos desconocidos. Que hasta me cuesta reconocerte cara a cara, nos hemos faltado durante tanto tiempo, que ahora todo me parece muy lejano.
Al salir, no te has dado la vuelta, pero yo estaba allí. Esperando que te alejaras, que doblaras esa esquina, para yo comenzar a andar.
Porque esto ya no es dolor, creo que esto es escozor. Y en general, indiferencia.
Nunca nos habiamos importando tan poco ¿verdad?
Creo que lo sabes, y creo que piensas lo mismo.
Y mejor no dar marcha atrás en la grabadora de la memoria, porque nadie lograría entender de qué manera aquellos dos jóvenes que compartían estudios, meriendas y besos alegres, pasaron a encontrarse y no decirse absolutamente nada. Ni un pobre hola.
Mejor no dar marcha atrás, y actuar como si no nos hubiéramos conocido nunca.
¿Trato hecho?

1 comentario: