domingo, 21 de junio de 2009

Sueños (I)

Mientras él me dice que me sueña yo me dedico a soñarte a ti. Suena paradójico. O simplemente idiota. Pero no puedo evitar los sueños que tengo. El de esta noche ha parecido ser largo, aunque, a pesar de ello, no avanzábamos, es decir, no nos aproximábamos, tú no te acercabas y yo me mentía diciéndome que no necesitaba mirarte.
Ha sido, por una parte, gracioso... Me encontraba en una playa exótica, y dentro de la habitación de mi hotel, encontraba muchísimos regalos... aunque sólo me acuerdo de unos zuecos de madera rojos. Yo no sabía el destinatario de esos regalos. Después, aparecía un argentino algo mayor ante mí. Era rubio y no paraba de sonreír. Me decía que deseaba conocerme, y que pasara su último día en aquellas playas con él, pero yo, decidí desaparecer, decidí no verle, me sentía algo molesta por aquellos regalos, que, no tenían sentido cuando ni siquiera nos habíamos presentado. Supongo que él se habría fijado anteriormente, en el comedor del hotel, o en los pasillos...
Sin embargo, salgo del hotel y me dirijo a la playa con una amiga, y esa playa se parece muchísimo a la playa a la que acudo todos los veranos, aquí, en el Levante. Y el sueño resulta todavía más extraño...
Porque apareces tú. Estás con un grupo de amigos, de entre los cuales algunos sí son de verdad, supongo que tras haberlos vistos en tus fotografías es algo normal que aparezcan.. Y tú estás con tus gafas oscuras, de RayBan, las mismas que vi en la fotografía que me enseñaste, la misma de la cual opiné, y en la que descubrí tu portátil.
De todas formas, yo te miraba y tú me mirabas en varias ocasiones, de lejos y con la sonrisa ausente. Sin embargo, parecías ser feliz. Muy feliz, sobre la arena, cerca de las olas y disfrutando de días de sol. Yo, me encontraba a unos metros de ti y no eras capaz de venir a saludarme, por lo que me sentí dolida y me cambié de playa. Despejé la zona en la que ya había acomodado mi toalla, bolso y zapatillas, y me marché a más metros de ti. Entonces empezaba a mirarte, intentando disimular, dirigiendo los ojos a otras personas, pero viéndote a ti. Y tú me mirabas de vez en cuando, serio, después algo más sonriente, como si con una sonrisa todos nuestros roces pudieran desaparecer.
Yo he deseado en el sueño que caminaras unos metros hasta mí y me dijeras que querías hablar, dar un pequeño paseo y pedirnos perdón por lo idiotas que hemos sido. Pero no ha sucedido así. Tu indiferencia y decisión de observarme sólo por momentos, me ha provocado el sentimiento de que ya no queda nada entre los dos. Ni confianza ni aprecio. Dos de las cosas que quizá costó construir durante meses y ahora sigo echando de menos. Y no sé qué puedo hacer.
Yo sé que piensas que no te merece la pena hablar con alguien como yo, que le ve siempre la parte negativa a todo, y que siempre te saca de quicio, aunque involuntariamente. No podemos volver a hablar porque yo siempre acabo hablándote de sentimientos y preguntándote por ellos. Y ésas son las típicas preguntas que no te gusta escuchar, ni contestar. Entonces nos volvemos reacios el uno hacia el otro, y se establece esa placa de hielo de la que un día te hablé.
Y ahora no me queda más que seguir hacia delante, sin tus palabras, sin tus palabras de despedida, sin tu voz en mi teléfono dos sábados al mes... sin esas cosas que me hacían pensar que todo podía marchar bien. Que éramos amigos, que nos gustaba esa sensación.
Pero no, no puedo hacer más que intentar dejar pasar más tiempo, evitar este sentimiento de pena que me produce el habernos perdido. Y a la vez, rabia, porque tú no sientes nada, nada de lástima por haber zanjado todo esto. Prescindes de una amistad que igual no significaba demasiado para ti, y entonces yo quiero dejar de soñar contigo, con tus ojos, con tus piernas, tus gafas y tu mirada. Que siempre ha llegado demasiado lejos. Más de lo que yo hubiera querido permitir.
Me canso de muchas cosas, e intento no volver a aparecer. Lo voy consiguiendo. Aunque, probablemente, tenga que volver a hacerlo, aunque por una sola vez sea, si decido al final entregarte todas estas palabras, por escrito, o mediante mi voz. Aunque también presiento que a pesar de todos los párrafos y todas las hojas que he ocupado escribiéndote...terminen por no decirte nada. Y entonces mi paciencia se la habrá tragado la tierra, y tú te sentirás más que orgulloso porque yo no me olvidé de ti, y tu empezaste a vivir sin recordar que yo te llamaba el chico de la cocacola...y muchas otras cosas más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario