miércoles, 7 de enero de 2009

Reacciones

Siempre he esperado reacciones tuyas, reacciones a mi indiferencia, a mi ausencia, a mi saber estar y a mis palabras, pero nunca han sido las que yo pensé que tendrías conmigo. O has desaparecido, o has vuelto sin hacer ruido, poco a poco, casi de puntillas y en silencio; cual madre al pasar a la habitación de su recién nacido, que descansa y duerme plácidamente en la cuna.
Sí, siéndote sincera, he esperado que me llamaras, que me pidieras perdón, que me dijeras que has sido idiota por no haberme tratado como me merecía y que no volvería a pasar. Pero todo eso nunca ha llegado, y dudo mucho que si no ha sucedido aún, pueda suceder más tarde. Tengo paciencia, pero ya no soy tan ingenua. O eso quiero pensar. No sueles pedir perdón, y aunque admitas a veces y para ti mismo que lo has fastidiado todo, no darás tu brazo a torcer, porque así eres tú. Es lo que te caracteriza. No todo te afecta (eso pienso siempre), o al menos no tanto como a mí. Esa diferencia se vuelve patente cuando nos hablamos y te digo que tengo ganas de verte, que me gustaría que me visitaras antes de que acabara este invierno... y tú sólo aciertas a decirme que en invierno no puedes bañarte en la playa.
No te miento si te digo que hasta eso me hace daño. Creo que haberte visto dos veces en dos meses y medio no ha sido buena idea. Ahora me sé de memoria cómo es tu nariz, tus ojos y tu boca. Sé cómo llevas el pelo y a qué hueles. Recuerdo mejor el tono de tu voz y reconozco que tus manos son bonitas. Me gustaría poder decir lo contrario (¡no sabes cuánto!); puede parecer raro, pero sí, sería un alivio. Un alivio porque ya no pensaría tanto en ti ni dudaría tanto de tantas cosas...no desearía otras tantas ni me preocuparía porque no has contestado a esa llamada perdida y hace días que no aparece tu nombre en mi teléfono.
Sin embargo, ayer por la tarde me llamaste. No fueron más de 9 minutos...pero cómo te he dicho muchas otras veces, debo conformarme con cosas como ésas. Con llamadas que haces sin ningún propósito, pero aún así, yo descuelgo y te oigo, sonrío y no me ves, pero al hablarte mi voz suena más feliz. Me río y me tapo la boca con la mano izquierda y pienso que tú ya eres feliz sin necesidad de hablarme/escucharme/verme... Sí, ésas son mis reacciones: pensarte, soñarte y quererte. Cualquiera diría que eso es bueno y que da vida. Pero esta vez es diferente... no me desprendo de algunos recuerdos y quiero seguir sabiendo qué tal te va todo. Intento desaparecer unos días, y ni siquiera llego a cumplir una semana sin saber qué es de ti. Y cuando hablo de ti... cuando hablo de ti pronuncio tu nombre de modo que parece que cada letra que lo compone tenga vida propia y esté sonriéndome. Quizá sea porque echo en falta tus sonrisas en directo, y mucho más cuando los días siguen pasando y tu principal reacción es que no vas a venir a verme porque no es buen tiempo para nadar en el mar. Y después, mi reacción, se basa en hacerme a a la idea de que no vas a venir, y de que seguiré echándote de menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario