sábado, 3 de enero de 2009

Corazón roto

A veces me gustaría poder decirte que nunca me han roto el corazón, y poder demostrártelo, también.
Es difícil no mostrarse vulnerable cuando la vida, o, mejor dicho, las personas, dejan de darte motivos por los que seguir confiando. Me gustaría levantarme mañana y ver todo más claro, entender por qué a las personas les resulta tan fácil estropearlo todo, fingir o inventarse una historia con palabras que no dejan de ser más que mentiras.
Otras veces lucho por mostrarme más serena y contemplar el dolor como una parte más de la experiencia, pero resulta difícil verlo siempre desde esta perspectiva. Resulta difícil manejar el corrector que tapa las ojeras y las heridas en partes de nuestro cuerpo, que se cansa y se debilita.
Creo que corazón y roto nunca deberían ir juntas. Son palabras que ya de sólo escucharlas suenan a dolor. Aunque supongo que para aquellas personas que lo hemos sentido así, el dolor se hace mucho más explícito, latente y fuerte. Como palmadas inesperadas en una herida que nunca se cerró, como pellizcos en las partes más sensibles de nuestros brazos o como miradas que queman en momentos en los que, lo único que nos podría salvar, sería un abrazo a tiempo, a modo de sanar, de cubrir recuerdos que dejaron de importar. A modo de salvación, sí. A modo de borrar, escribir, reescribir... y reinventando un nuevo corazón, sin rasguños, ya.

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