miércoles, 7 de octubre de 2009

Desde tu ventana


Después de decirte que se te echa de menos tres días a la semana (de manera indirecta), después de decirte que prefiero dejar de hablarte por el bien de mí misma y que me has abierto los ojos, para intentar pensar en mí, y aprender a hacerlo, primero; tú no me respondes. Te pido, también, perdón, por aparecer. Y al mismo tiempo te pido que me des la fórmula mágica para dejar de escribirte, para no aparecer más, pero no lo haces. Entonces intento intuir que quizá quieras mis señales de vida, pero sólo lo intuyo y por poco tiempo porque no quiero equivocarme, no contigo, no ahora.

De todas formas, lees mis palabras, y apareces sin hacer caso a aquellas. Prefieres enviarme fotografias de tu entorno, de tus noches, de lo último que ven tus ojos antes de acostarte y dormirte. Y me parece bien. Al fin y al cabo, nadie puede resistirse a una buena fotografía. Pero últimamente se te nota diferente. Más distante, o más indiferente a ciertas cosas, o simplemente más impaciente referente a qué.

Te marchas, porque tal vez estés cansando y sólo me preguntas qué tal va todo. No te digo explícitamente que estoy bien pero supongo que tampoco debe importarte demasiado. Sólo "aciertas" a decirme, antes de irte, y después de dejarme esta linda fotografía en la memoria de mi ordenador, que "el amor consiste en mirar los dos al mismo lado y en el mismo sentido".

Y yo me quedo con un único pensamiento: "Esperemos que no comience a ser tan incomprensible como los demás".

Y yo vuelvo a decirme que no tengo que explicarme cada palabra, cada frase y que cuantas más tendrán esa foto antes sus ojos. Un regalo de martes que se agradece, y al que no tengo que dar mayor sentido, aunque venga acompañada de palabras certeras y bonitas.

Y sigamos con mi estupida promesa de no esperarte.

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