viernes, 9 de octubre de 2009

Nunca tuvimos los ojos tan juntos


Todo ha acabado, o, al menos, todo debería haber acabado ya. Con tu actitud y con mi(s) llamada(s) y con mis palabras. Pero soy experta en esto de seguir pensándote a pesar de no querer saber de ti. Soy buena en esto de hacerme daño y dejar que tú me lo hagas sin ni siquiera aparecer. Me debo tantas cosas... me debo olvidarte, me debo (no) perdonarte, me debo no buscarte, no quererte... Como puedes comprobar, me debo demasiadas cosas y no sé por donde empezar, no sé cómo dejar de mirarte en las fotos y cómo tratar de romper todas las palabras que me dedicaste sin saberlo. Es evidente, (demasiado) que no puedo aprender a olvidarme de ti si en noches como éstas, enciendo este estúpido ordenador que me ofrece carpetas con tus fotos, con tu rostro, y es entonces, que me pierdo entre recuerdos, y me quedo con el más bonito. Y es que nunca tuvimos los ojos tan juntos.


Es importante decir que esto quedó escrito, y por consiguiente, guardado, en la memoria del ordenador que me acompañó en verano. Es importante saber que aunque R leyera esto, nada cambiaría en él. Dudo que nuestra amistad le pareciera diferente y que acabara explicándome por qué en su día sí le parecí especial. Dudo que yo algún día llegue a creer que lo fui (si es que lo fui).

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