sábado, 10 de octubre de 2009

Te puedo enseñar el camino hacia mis lunares, mostrarte la autovía hacia mis rizos y regalarte el peaje a mi vida. Te puedo diseñar el camino más corto y caminar contigo el más largo hasta mi cintura. Te puedo ofrecer un atajo a mi corazón si de verdad quieres llegar, aparcarte en un sitio pequeño y quedarte. O simplemente parar. Para marcharte después.
Te puedo enseñar la cantidad de risas que caben en un minuto de mi vida y mirar por el reloj cuánto te dura a ti un café caliente en tu laringe y entre tus manos. Te puedo comprar una taza de café que lleve el tacto de mi piel y que la lleves contigo siempre; o te puedo comprar un pañuelo que lleve mi aroma y me sientas más cerca.
Te puedo pintar un cuadro pequeño, con un sol bien grande y unas nubes claras, de algodón, muy muy blancas. No tapando el sol. No oscureciendo el día.
Te puedo acercar a la playa y quedarme contigo respirando la última brisa del otoño. Te puedo pedir un día de tu vida, o sólo la décima parte de tu invierno para sentirte, yo, ahora, mucho más cerca. Te puedo pedir tu firma en un papel y comprobar años más tardes que has estado, que ha sido real, que tú eres real. Te puedo pedir, también, una caricia de tu barba para resguardarla en mi memoria y que no se marche nunca. Te puedo robar tu mejor retrato, o tu mejor perfil (depende de la posición) sobre las rocas que duermen con el Mediterráneo, mientras mis ojos te buscan y los tuyos detectan la belleza del mar.
Te puedo escribir mil cosas como éstas y aparecerán otras personas que sin escribir nada, se llevarán por entero tu corazón, tu boca, tus ojos, tus oídos, tus manos y tus piernas. Te podría escribir mil palabras más como estas, y no lograría enternecerte, tocarte, profundizar en ti. Podría incluso entenderte en los momentos en que más descolocada me dejas, con tus cambios de humor. Podría tener fuerzas para hacer que me extrañaras no sólo porque te hago sentir bien, sino porque en algún momento puedes acordarte de mí, de mi nombre y del brillo de mis ojos cuando camines por una librería, cuando pises la arena de una playa y sientas el calor sobre otras rocas de otras playas frente a otro mar. Podría hacer todo esto, conseguir todo esto, si hubiéramos coincidido más que una sola vez en nuestras vidas.
Podría haber entrado en una antigua librería sin tu mano para haberla ocupado con algún libro con el que, posiblemente, no acertaría, pero yo estaría contenta. Me conformaría con depositar algo de mí en tu vida. Con eso basta, a veces.
No soy demasiado ambiciosa, no lo quiero todo, no quiero tu mirada penetrante y fija durante diez minutos seguidos. Sólo me vale una sonrisa para convertirla en eterna en mi cabeza. Sólo me valdría un abrazo cálido en tardes como éstas.
Un abrazo tuyo, claro, para comprobar a qué sabe, a cómo sienta.

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