martes, 29 de septiembre de 2009

No me gusta esta lluvia

Me gusta el olor de mi pelo cuando llueve, pero a cambio de este placentero momento y agradable aroma, mis rizos se rizan todavía más. Me inundan las ganas de quedarme en casa, con la manta de siempre y una buena sonrisa en la cara, rodeando cualquier taza caliente. Me gusta estar en casa cuando llueve, y ver la lluvia tras el cristal o escuchar las gotas golpear contra el aluminio de las ventanas. Me gusta estar resguardada, pero no me gusta tanto tener que saltar tantos charcos continuados, mojarme los calcetines, las botas, el pelo, la frente, las mejillas, la ropa, el bolso y los papeles cuando tengo que ir de un trabajo a otra y el tiempo es justo y los coches atentan contra las únicas y pequeñísimas zonas que quedan secas en mi cuerpo. Puede que tenga que aprender a querer más a la lluvia, pero me extraña. No si estoy tan lejos de mi casa, no si tengo que ir con prisas, acelerando con los dos de mis pies. No si me he arreglado el pelo a las 6.33 de la mañana y ya no sirve de nada. No si llego con el 88% de mi ser mojado.
Qué voy a hacerle, no me gusta ni mucho ni demasiado la lluvia. No como fenómeno atmosférico, y mucho menos, como motivo natural de destrucción y/o inundación que puede acabar con partes de nuestro entorno que llegamos a creer, en algún tiempo, que era intocable, invencible.
Mientras, esperaré que venga el buen tiempo y el sol que calienta los poros con el primer rayo de las once de la mañana, con dolor de cabeza y frío en mi epidermis.

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