miércoles, 23 de septiembre de 2009

Los lunes felices


Se quedó mirando al primer cigarro de la tarde, sabiendo en aquel mismo segundo, que era, junto a Él, la segunda droga de su vida. Pero, a diferencia de los demás días, no lo encendió; no aquella tarde. Se propuso dejar una de las dos drogas por el momento, ya que deshacerse del recuerdo de la droga ajena asemejaba ser más difícil. Deshechar a cualquier cubo de la basura de la ciudad, sus ojos, sus dientes sonriendo, o la sencillez de sus manos, prometía ser algo más complicado de lo natural.
Prefirió esperar, y también, dejar de fumar. Sumó heridas a su vida con su recuerdo y con los sueños que a veces le avecinaban, aunque, sí es cierto que ningún sueño en el que Él aparecía, le hacía despertar contenta. En ninguno él lograba ser atento y cariñoso al cien por cien. Ella se desquiciaba y al final, fingía no sentir dolor. Pero, como en todos los despertares, se dice a sí misma: "Las cosas no deberían ser así, yo no debería soñarle y él debería volver, debería querer escucharme."
Puede, también, (y lo pensó un tiempo después) que esos sueños esporádicos ocuparan el tercer puesto en el ranking de drogas que le iban matando poco a poco. O, como mínimo, quitándole muchas razones por las que intentar creer en el resto de los mortales. O ya no merecía la pena arriesgarse, o el amor era una mentira, una farsa que se había inventado cualquier otro que había sufrido menos de lo normal, o menos que ella. Pero toda esta historia tampoco le satisfaccía, por lo que, cogió el cigarro de las seis de la tarde, lo miró, intentó sonreír, como si esa sonrisa pudiera vencerle a la nicotina y a su vez, a los ojos oscuros de Él, a su eterna figura. Intentó pensar en un sinfín de cosas que no tuvieran relación ninguna con la atracción, con lo prohibido o con lo malo. Al fin y al cabo, el tabaco era malo y Él, una atracción demasiado amplia en el mapa de su mente y algo prohibido en los centímetros de su piel y en las corrientes de su corazón.
Disimuló las grietas de las paredes en sus domingos de bricolaje y dejó perder todos los mecheros de la casa. Al lunes siguiente, sonrió. El tabaco ya no estaba en su vida, y con (demasiada) suerte, al siguiente lunes, Él tampoco estaría (en forma de recuerdo).

1 comentario: