lunes, 14 de septiembre de 2009

Hace casi un año, JM.

Él es especial y al conocerle, una sabe que a él también le gusta ser especial para los demás. Él me habló (y de vez en cuando lo hace) de musas, del arte de poetas y toreros. Le vuelve loco la música francesa y me deja nombres de diversas cantantes gabachas, en esa ventana que me acerca, aunque muy poco, y casi milimétricamente, a su mundo. Ha acabado la carrera, y yo también, ya es algo en común. Un punto muy pequeño, casi ni a considerar, pero algo debe tener cuando un uno de noviembre después de un extraño verano y un fatídico y doloroso septiembre, hace que me olvide de todo, mira a mi cubata y después a mis ojos, a los que les lanza un piropo. Yo me fijo en su barba, en su manera de mover las manos y acariciarme. Yo me adueño de su cuello por unos segundos antes de aterrizar en su boca, y temo molestarle, él por su cuenta, parece (a priori) reacio a esa conexión, a ese contacto. Después nada importa, porque acabamos besándonos. No nos conocemos, sólo sabemos, el uno del otro, nuestra respectiva edad y nuestros nombres. Yo, incluso, entre risas, le ofrezco que me enseñe su carné, y así lo hace. Ya no somos tan desconocidos. El tiempo pasa demasiado rápido y aún ni siquiera en ese momento sé como he llegado a esa mesa de billar, pero sé también, en ese mismo instante, que es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Me ha quitado las penas de un soplido, me ha enseñado otra manera de acercarme a unos labios diferentes. Parece, y no dudo que lo sea, buena persona. Tiene el pelo algo largo, descolocado, y me quedo enganchada, a él, de él, durante bastante tiempo. Creo, esa misma noche, a esas mismas (y altas) horas de la madrugada, una pequeña adicción. Una adicción a su barba, a la manera en que mira y a sus palabras. Él es la única persona que en toda mi vida, en lugar de besitos al final de cada mensaje de móvil, ha escrito besito. Sin eses, sin plurales. Al día siguiente escucho su voz, pero ya no nos vemos. El mágico momento de la noche anterior, se convierte en una pequeña añoranza más. Me marcho con un buen sabor en mis labios. Me marcho también, con su número de teléfono, que, sin saberlo, utilizaría muchas más veces, después.

Ya casi es invierno y una tarde, dando una clase de latín, recibo un mensaje suyo, me roba una sonrisa al segundo de abrirlo. Le gustaría mi presencia, y que duda cabe, que a mí la suya también. Sin embargo, no hemos vuelto a vernos. En contraposición, si hemos seguido sabiendo de nuestras vidas.

Yo sé que le gusta Cádiz, escuchar chistes y admira mucho a sus padres. Yo, por mi parte, me acuerdo de él muchas veces, aunque no lo sepa, aunque no se lo diga, o aunque sea algo/muy ilógico. No me importa. Lo hago. Como aquella vez que le hice un vídeo de algunas fotos que me dio. Sigo pensando que aquella decisión le asustó, pero soy así, hago las cosas sin pensar. Pero, hoy he descubierto que le gustan las chicas espontáneas y naturales. Y creo que no me he equivocado tanto. Creo que si estuviéramos más cerca, el uno del otro, ya nos hubiéramos tomado más de dos cafés en algún lugar perdido de la capital y él hubiera compartido conmigo ese helado del que una noche hablamos, a pesar del frío, porque yo le convencería, y le diría, que aquí, en el Levante, se toman muchos helados en invierno. Le mancharía, como no, la punta de la nariz (preciosa, por cierto), y en un caso de menor vergüenza le dejaría una pequeña porción de nata (o del sabor que a él más le gustara en los helados) en la comisura de sus labios, y después, sus ojos me darían o no, el permiso para limpiar esa zona prohibida, deseada. Intensamente deseada.

Él es un chico que en su día me habló de miradas, y que puede dejarte atónita con un par de frases. Después te das cuenta que, como tú misma, hace su vida disfrutando de los placeres más “insignificantes”: un tercio en compañía de amigos de siempre y un aperitivo con sus padres. Un domingo tranquilo y amores que duran (pocos, o muchos) meses. Yo fui partícipe de esa pequeña historia de amor que él me relató una noche y mentiría si dijera que no tuve cierta envidia de aquella estudiante de erasmus. Pero ni el ni yo podemos pedirnos, exigirnos nada. Tengo que aprender a vivir con ciertas limitaciones, como es la de estar tan lejos de él. También podría idearme una historieta, y pensar que aunque viviera en su misma manzana, podríamos no habernos visto nunca, o no haber coincidido ninguna noche, y mucho menos, darnos besos suaves y rápidos, como aquellos, como los del uno de noviembre.

Pero, no por ello dejo de escribirle., Lo hago porque me apetece, a pesar de que pueda molestarle, que, de momento no es el caso y me alegro por ello. Le escribo que sí, que puedo ser provocadora y él me dice que son demasiados pueblos los que nos separan. Me halaga, con lo poco que dice, lo consigue, y hace que esa pequeña adicción vaya creciendo por momentos.
Este verano, para hacer un apunte más, me encontré a su doble en el autobús. Por un momento quise, deseé con fuerza que fuera él, me hubiera sentado tranquilamente a su lado y le hubiera propuesto ir a dar un lento paseo por la playa. Hiciera frío o no, estuviera anocheciendo o no, sin preguntarle si tenía que llegar pronto o tarde a cenar a casa. Me hubiera conformado con un paseo, con rozar su barba con dos de mis dedos, aunque no me hubiera dejado besarle. Pero, con esas pocas cosas, me conformo.

Y es que tiene los ojos demasiado bonitos, y el pelo demasiado atrayente como para no ser acariciado una media de quince veces por noche. Me gusta que existan personas así, y que la vida haga que me cruce con ellas, aunque sólo sea por hora y media, una noche de otoño en Madrid.

3 comentarios:

  1. Caminos que se cruzan. Miradas que quedan atrapadas en el almibar de un pestañeo..

    Preciosa historia..

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  2. Me gustaría pensar que hay personas que siempre están ahí, aunque no siempre necesiten hablar para que nosotros sintamos su presencia.. Hay veces en las que hay que dejar espacio para que los demas sean libres, de ser, de sentir, de vivir... para que decidan por ellos mismos si quedarsen o irsen.. si compartir o callar...
    Me gustaría pensar que los que están cerca, lo hacen porque quieren estarlo, porque les gusta estar ahi...

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  3. ...uno de mis amores lo perdí en una parada de autobús...

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