jueves, 17 de septiembre de 2009

Ilusiones tempranas

¿Me enseñarías a leer en tus ojos? ¿Me enseñarías a no tener miedo a las tormentas? ¿Me enseñarías a alargar mi paciencia? ¿Me enseñarías a creer más en mí misma?... Puede que quizá no debas ser tú el receptor de estas preguntas, puede que ni siquiera ahora, no fluya nadie especial en esta gravedad a la que yo deba lanzar estas preguntas.
Sin embargo, yo me atrevería a inundar tus ojos de lágrimas, las que ríen. Te dejaría mi aroma en tu almohada, a modo de prolongar mi esencia y presencia. Me atrevería a leerte versos de Benedetti mientras tú cierras los ojos y dejas una luz pequeña encendida. Hablaría en voz baja y te despertaría, también, en voz baja, como se le hablan a los niños pequeños. Te quitaría, en tres segundos, tu camiseta, para sentir tu piel. Te pediría que durmieras sin ella aún en noches de invierno, para darte calor y recibir el tuyo. Te diría todo lo que siento, todo lo que pienso, todo lo que corre por mis venas, a pesar de poder pecar de ser (demasiado) sincera. Te haría cosquillas en tus horas más desprevenidas, y haría surcos en tu pelo cuando creciera un poco más. Te rogaría que durante tres días, no te afeitaras, y que volvieras a ser el de antes. Te diría que de siempre me han enamorado los chicos con los ojos marrones, con el pelo castaño, con la tez morena. Y tú sonreirías, y yo sonreiría si al contestarme, me dijeras: "Pues no busques más, porque aquí me tienes".

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